"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
martes, 28 de junio de 2016
MIGUEL GONZÁLEZ GERTH
El
otro lado del mapa
a María Kodama de Borges
El
Atlántico era su océano.
El Mediterráneo era su mar.
Otras extensiones de agua:
el Lago de Ginebra, el Ródano,
el Río de la Plata.
Hoy, mientras contemplo el azul Pacífico,
sobre el cual voló dos veces,
pienso en Borges.
Pienso en todas las palabras:
las que me dijo a mí
y las que yo podría haber dicho.
Como el agua, las palabras fluyen
y, cuando sopla el viento,
forman olas, remansos, remolinos. Y desaparecen.
Quizá besen las riberas de la realidad
en las bahías remotas del tiempo,
llevando sus crestas consumadas
de ilusión fría
a romperse sobre la arena cálida.
Esas cabrillas
sabe usted, Borges:
esas pequeñas olas dóciles, cuya espuma
juega con los laberintos de la luz,
la luz vista y no vista,
constantemente vuelven con el vaivén de la marea,
mojando el vidrio requemado
hasta que refleja la redondez del cielo,
el universo que se pierde
más allá de donde alcanza el pensamiento,
nómade inquieto en el espacio infinito.
Una bala de cañón de hace doscientos años
aún silba su canción fatal
al pasar volando.
Estoy sentado en la cubierta de un barco
cuya historia ha sido reducida,
de la firma de tratados importantes
al viaje de comunes y corrientes.
Miro fijamente el mar, un mapa
detrás del cual se ha ido acumulando
un fértil polvo
que mi pensamiento surca
lentamente como una proa.
Y el azul Pacífico
devuelve la mirada, acaso incrédulo
del cerco horizontal
que es el trasfondo de mis ojos.
Siento un suave movimiento
adormeciendo mis pasiones
sin alterar la vista,
la configuración imprecisa
de calladas, exuberantes, misteriosas islas
que navegan a mi lado.
Todo se hace con espejos, se me ha dicho,
salvo que Caín y Abel...
Nuestras palabras son como el azogue
de las estratagemas.
Borges, ¿está usted por allí también,
como en esa otra densa y nítida Babel?
El Mediterráneo era su mar.
Otras extensiones de agua:
el Lago de Ginebra, el Ródano,
el Río de la Plata.
Hoy, mientras contemplo el azul Pacífico,
sobre el cual voló dos veces,
pienso en Borges.
Pienso en todas las palabras:
las que me dijo a mí
y las que yo podría haber dicho.
Como el agua, las palabras fluyen
y, cuando sopla el viento,
forman olas, remansos, remolinos. Y desaparecen.
Quizá besen las riberas de la realidad
en las bahías remotas del tiempo,
llevando sus crestas consumadas
de ilusión fría
a romperse sobre la arena cálida.
Esas cabrillas
sabe usted, Borges:
esas pequeñas olas dóciles, cuya espuma
juega con los laberintos de la luz,
la luz vista y no vista,
constantemente vuelven con el vaivén de la marea,
mojando el vidrio requemado
hasta que refleja la redondez del cielo,
el universo que se pierde
más allá de donde alcanza el pensamiento,
nómade inquieto en el espacio infinito.
Una bala de cañón de hace doscientos años
aún silba su canción fatal
al pasar volando.
Estoy sentado en la cubierta de un barco
cuya historia ha sido reducida,
de la firma de tratados importantes
al viaje de comunes y corrientes.
Miro fijamente el mar, un mapa
detrás del cual se ha ido acumulando
un fértil polvo
que mi pensamiento surca
lentamente como una proa.
Y el azul Pacífico
devuelve la mirada, acaso incrédulo
del cerco horizontal
que es el trasfondo de mis ojos.
Siento un suave movimiento
adormeciendo mis pasiones
sin alterar la vista,
la configuración imprecisa
de calladas, exuberantes, misteriosas islas
que navegan a mi lado.
Todo se hace con espejos, se me ha dicho,
salvo que Caín y Abel...
Nuestras palabras son como el azogue
de las estratagemas.
Borges, ¿está usted por allí también,
como en esa otra densa y nítida Babel?
DIONICIO MORALES
Las
piedras silvestres
A Héctor Azar
1
Las piedras silvestres nunca duermen
sueñan
en la inmortalidad de los seres y las cosas
amadas
Guardan en su interior
el gran peso del mundo
Arrastran la vida petrificada en sus entrañas
Nadie sabe que son lisas y suaves por dentro
Respiran saudades
Ensueñan
desde su anónima serenidad romanzas lustrales
2
Las piedras silvestres
aman el orden secreto de la tierra
su vaho guardián
sofoco ideal para reproducirse
Aman la lluvia religiosa
puntual
y
su
larga
caída
en algodones diminutos que limpian
sus duras escamas
velámenes grises en que navegan
de un sitio a otro
Las piedras silvestres aman el sol irreverente
seductor
a la hora del fuego
sobre su deformada redondez
Aman los días de campo espontáneos
lujuriosos
a los amantes sorprendidos
en su plácido abrigo
gozosos
sordos a las miradas ajenas.
3
Las piedras silvestres son mudas
El tiempo es su lenguaje
secreto
detenido en la sólida armazón de su piel
Son sabias
Guiñan un ojo al infinito
y la eternidad esconde en la llanada
su memorioso canto
No recuerdan ni olvidan
Su memoria
resguarda los instantes primitivos
remotos
en imágenes selladas
4
Las piedras silvestres aman al mar
a sus golpes feroces
que tasajean su rostro
Aman la sal
el dolor cicatrizado
que endurece su cuerpo sensitivo
en una vieja escollera
Aman al mar de lejos
Lo añoran en los negros
silencios nocturnos
o en los claros fragores del día
En la cúspide escalera
del sol
o en las profundidades del infierno
5
Cuando se rompen
se quiebran
se deshacen
en partículas
las piedras silvestres nunca mueren
Tejen su telaraña
de luz
alcanzan la perfección en la otra vida
—que es la misma—
renuevan su mansedumbre
y se aparean
crecen
se perpetúan.
Las piedras silvestres nunca duermen
sueñan
en la inmortalidad de los seres y las cosas
amadas
Guardan en su interior
el gran peso del mundo
Arrastran la vida petrificada en sus entrañas
Nadie sabe que son lisas y suaves por dentro
Respiran saudades
Ensueñan
desde su anónima serenidad romanzas lustrales
2
Las piedras silvestres
aman el orden secreto de la tierra
su vaho guardián
sofoco ideal para reproducirse
Aman la lluvia religiosa
puntual
y
su
larga
caída
en algodones diminutos que limpian
sus duras escamas
velámenes grises en que navegan
de un sitio a otro
Las piedras silvestres aman el sol irreverente
seductor
a la hora del fuego
sobre su deformada redondez
Aman los días de campo espontáneos
lujuriosos
a los amantes sorprendidos
en su plácido abrigo
gozosos
sordos a las miradas ajenas.
3
Las piedras silvestres son mudas
El tiempo es su lenguaje
secreto
detenido en la sólida armazón de su piel
Son sabias
Guiñan un ojo al infinito
y la eternidad esconde en la llanada
su memorioso canto
No recuerdan ni olvidan
Su memoria
resguarda los instantes primitivos
remotos
en imágenes selladas
4
Las piedras silvestres aman al mar
a sus golpes feroces
que tasajean su rostro
Aman la sal
el dolor cicatrizado
que endurece su cuerpo sensitivo
en una vieja escollera
Aman al mar de lejos
Lo añoran en los negros
silencios nocturnos
o en los claros fragores del día
En la cúspide escalera
del sol
o en las profundidades del infierno
5
Cuando se rompen
se quiebran
se deshacen
en partículas
las piedras silvestres nunca mueren
Tejen su telaraña
de luz
alcanzan la perfección en la otra vida
—que es la misma—
renuevan su mansedumbre
y se aparean
crecen
se perpetúan.
De: Las estaciones rotas
FRANCISCO CERVANTES
Digamos
a una sola voz
Todas
las tardes me visita, pues
conoce mi debilidad por ella, mi
viejo y dulce vicio por su presen-
cia melosa. Llega, se instala des-
cansa un poco, se acomoda y des-
pués inicia su lento recorrido por
todas las instancias de mi memoria.
Desde su primera visita conoce la
plaza, el plazo, la consigna que le
indicará que no podrá volver, que
ha tocado mis límites. Ahora es pre-
ciso que la deje transitar libremen-
te interrúmpome y le digo, casi en
silencio: Bienvenida, Saudade mía,
bienvenida, aunque lo que recuerdas no
fuera como lo repites, bienvenida seas.
conoce mi debilidad por ella, mi
viejo y dulce vicio por su presen-
cia melosa. Llega, se instala des-
cansa un poco, se acomoda y des-
pués inicia su lento recorrido por
todas las instancias de mi memoria.
Desde su primera visita conoce la
plaza, el plazo, la consigna que le
indicará que no podrá volver, que
ha tocado mis límites. Ahora es pre-
ciso que la deje transitar libremen-
te interrúmpome y le digo, casi en
silencio: Bienvenida, Saudade mía,
bienvenida, aunque lo que recuerdas no
fuera como lo repites, bienvenida seas.
De: Esta sustancia amarga (1973)
RAÚL RENAN
Felis
Catutus
Permítaseme hablar de mi gato
antes que la rutina ecológica
lo extinga.
Es negro apanterado.
Se interna en la noche para llenar
los espacios de luz impertinentes
al sueño humano.
Camina entre sí y no
en el alambre curvo del silencio.
Ronronea a cambio de los mimos
que adiestro sobre su lomo.
Sube a la cómoda de la cama
para mirar mejor desde mis pesadillas.
(Debe erizar su espalda horrorizado).
Se encuclilla ante un plato para gruñir al día
se lo come con tripas, huesos y todo.
A veces lo atrapa en el vuelo
y hace de sus plumas un edredón sutil.
Corcovea enredando mis pasos con sus gracias
y yo caigo a sus devaneos con un manjar
en forma de alas de ratón.
Cuando reposa y me siente pasar
entorna lo amarillo de los ojos,
como guiña el escote una mujer.
Duerme arrebujado en su borla negra
con la cruz rosa de su hocico hacia arriba
para espantar la malignidad ambulante.
Discreto mira desde abajo el tráfago de casa:
los tropiezos y los sigilos.
Llegada la noche sale a pringar los muros
con los llantos previos
por el amor que vendrá.
Después regresa sin tacha de ruido
tal cual camina detrás de la sombra
a la que plantará susto de órdago.
En la libreta de los visitantes
de este mundo, quedará inscrito.
(Felis Catus. Mamífero, carnívoro, de la familia de los Félidos.)
( )
De: Parentescos (2003)
FÁTIMA VÉLEZ
Ceguera del presente
I
Unos ojos cerrados por el dolor
lo han estado mirando
Duerme como no duermen los hombres
en su sueño
la respiración es un río suelto
lejos del cuerpo
en su cuerpo
es la quietud del que ha caído
recuperándose desde la sombra
II
lo han estado mirando
Duerme como no duermen los hombres
en su sueño
la respiración es un río suelto
lejos del cuerpo
en su cuerpo
es la quietud del que ha caído
recuperándose desde la sombra
II
La piel debe callar ahora
como si fuera nunca
la mirada se desliza
agua estancada
interrumpida por el vuelo de un pájaro
III
Mira
ahora
hay encuentros indicándonos la fortaleza de lo invisible
de mis ojos que se atascan
de mis ganas de no levantarme
de no sentir el calor
ni el frío ciudad
ni el frío alma
IV
hay encuentros indicándonos la fortaleza de lo invisible
de mis ojos que se atascan
de mis ganas de no levantarme
de no sentir el calor
ni el frío ciudad
ni el frío alma
IV
Este aquí
donde se detiene el movimiento de la tierra
antes fue cuerpo de lo que huía hacia nosotros
los de pequeñas manos
los que apenas conteníamos en nuestros labios
las primeras sílabas de la contemplación
Poemas del libro inédito: Orillas
ALÍ CALDERÓN
Régle sommaire et
génerale: en amour gardez-vous de la
lune et des etoiles, gardez-vous de la Venus de Milo.
lune et des etoiles, gardez-vous de la Venus de Milo.
Charles
Baudelaire
CUANDO CHARLES BAUDELAIRE
leyó los versos de Villon el viejo
habría levantado la mirada,
dirigido certeros venablos pupilares
a las puertas dulces de la Librairie Nouvelle
del igualmente dulce y decadente Boulevard des Italiennes;
allí encontraría, sin duda alguna,
antimodernos paisajes lunares,
litografías de estrellas magníficas
y ese mármol de Milo
del que invariable se guardaba tanto.
Era ella que al modo de un ejército triunfante
cruzaba por el vano
coronada en guirnaldas:
la magnificencia de Jeanne Duval.
Sin embargo, Karla, te aseguro
que al regresar Baudelaire a su alcoba
del Hotel Pimodan
magnético por la convulsión de la belleza
no sintió por ella ni la centésima parte
de lo que hoy estoy sintiendo por ti.
leyó los versos de Villon el viejo
habría levantado la mirada,
dirigido certeros venablos pupilares
a las puertas dulces de la Librairie Nouvelle
del igualmente dulce y decadente Boulevard des Italiennes;
allí encontraría, sin duda alguna,
antimodernos paisajes lunares,
litografías de estrellas magníficas
y ese mármol de Milo
del que invariable se guardaba tanto.
Era ella que al modo de un ejército triunfante
cruzaba por el vano
coronada en guirnaldas:
la magnificencia de Jeanne Duval.
Sin embargo, Karla, te aseguro
que al regresar Baudelaire a su alcoba
del Hotel Pimodan
magnético por la convulsión de la belleza
no sintió por ella ni la centésima parte
de lo que hoy estoy sintiendo por ti.
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