"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
lunes, 9 de octubre de 2017
JORGE LARA
Magníficat
Coronada
de altares la plaza está vacía
En el
nombre de Dios
potestades
del aire
íncubos
súcubos
arrodíllense
CARILDA OLIVER LABRA
Esta
memoria
que se cierne como los gorriones
en la rama más alta de mí misma,
este escuchar la noche
cuando hace sombra y el perfume
persiste en su influencia,
esas costumbres tuyas
en la casa,
húmeda del ensueño y la porfía.
La casa donde amabas tu inocencia
sigue guardando
esos primores de ceniza,
sigue con tu respiración flotando. A cuestas
trae los fantasmas pensativos:
está mi padre
rodando entre las cosas
( quería decirme: ¡hija,
al fin nos conocimos!... )
Y han vuelto algunos pétalos
que de un botón remoto habían caído.
Ha vuelto todo el tiempo
que borramos,
en este instante en que repito tu nombre
y sin embargo no es latido.
Telarañas me enseñan donde tengo
olvidada la nuca.
Está sin sábanas el lecho,
en un sillón florece el frío.
¿Cuál es el mago que te trae ahora
y te pone a bruñirme las ojeras,
cuál es el rico
que me da tu cuerpo?
Ya no es posible hallarte en remolinos,
la sorpresa sería
comerte con los ojos.
La casa,
la casa enorme con soledades y heliotropos,
lúgubre, vacía,
la casa centenaria sigue goteando
sobre mis heridas.
Arrancaré el azogue de todos sus espejos
buscándote.
Arrancaré las cenefas, los umbrales,
buscándote.
Arrancaré los muebles, los mosaicos,
el sol,
la selva que en el patio ha dado un solo paso,
mi insomnio de leona enternecida;
arrancaré el recuerdo
buscándote,
y he de encajar de nuevo en tus costillas.
Arrancaré los rincones de la casa,
la casa,
sí
la casa donde nos podrimos.
Ha de quedar algún pedazo tuyo entre raíces,
alguna vibración de tus entrañas,
algún cabello que cayó de pronto
y luego fue un hilo de agonía,
el dejo de tu voz entre las horas:
ha de quedar el giro de tu mano, al fin, llamando:
algo espantoso y bello.
Y yo sabré quien eres,
yo te reconoceré
de rodillas ante el grifo del agua,
yo te reconoceré
aunque sea por el gusto del fango;
y te daré por muerto entonces,
devastado este reino;
pero tranquila,
en orden,
porque tendré el consuelo
de imaginarte a salvo de los hombres.
que se cierne como los gorriones
en la rama más alta de mí misma,
este escuchar la noche
cuando hace sombra y el perfume
persiste en su influencia,
esas costumbres tuyas
en la casa,
húmeda del ensueño y la porfía.
La casa donde amabas tu inocencia
sigue guardando
esos primores de ceniza,
sigue con tu respiración flotando. A cuestas
trae los fantasmas pensativos:
está mi padre
rodando entre las cosas
( quería decirme: ¡hija,
al fin nos conocimos!... )
Y han vuelto algunos pétalos
que de un botón remoto habían caído.
Ha vuelto todo el tiempo
que borramos,
en este instante en que repito tu nombre
y sin embargo no es latido.
Telarañas me enseñan donde tengo
olvidada la nuca.
Está sin sábanas el lecho,
en un sillón florece el frío.
¿Cuál es el mago que te trae ahora
y te pone a bruñirme las ojeras,
cuál es el rico
que me da tu cuerpo?
Ya no es posible hallarte en remolinos,
la sorpresa sería
comerte con los ojos.
La casa,
la casa enorme con soledades y heliotropos,
lúgubre, vacía,
la casa centenaria sigue goteando
sobre mis heridas.
Arrancaré el azogue de todos sus espejos
buscándote.
Arrancaré las cenefas, los umbrales,
buscándote.
Arrancaré los muebles, los mosaicos,
el sol,
la selva que en el patio ha dado un solo paso,
mi insomnio de leona enternecida;
arrancaré el recuerdo
buscándote,
y he de encajar de nuevo en tus costillas.
Arrancaré los rincones de la casa,
la casa,
sí
la casa donde nos podrimos.
Ha de quedar algún pedazo tuyo entre raíces,
alguna vibración de tus entrañas,
algún cabello que cayó de pronto
y luego fue un hilo de agonía,
el dejo de tu voz entre las horas:
ha de quedar el giro de tu mano, al fin, llamando:
algo espantoso y bello.
Y yo sabré quien eres,
yo te reconoceré
de rodillas ante el grifo del agua,
yo te reconoceré
aunque sea por el gusto del fango;
y te daré por muerto entonces,
devastado este reino;
pero tranquila,
en orden,
porque tendré el consuelo
de imaginarte a salvo de los hombres.
FÁTIMA VÉLEZ
Ojos abiertos
Sin
poder distinguir si soy yo,
o es la
distancia apresurando el cuerpo,
enmudeciendo
los pasos que se acercan,
vigilando
los rincones que no están
pero
que a ti se dirigen
con esa
voz de donde huyen las cosas
Yo,
o en el
fondo algo que amanece
sin
poder asegurar que sea el sol
o el
deseo de verter mi corazón sobre todo lo que veo
Yo
o mi
presencia el día en que del cuerpo estalle
para
velar el sueño de una muerte anticipada.
EDGAR VALENCIA
Deítico
Escribí
esto ayer y lejos
de este
instante en que se lee.
Escribir
esto, tarde siempre
de lo
que busco decir,
de lo
que espera leerse con cuidado.
Escribir
esto aquí y ahora,
pero
escribirlo irremediablemente
después
del momento debido.
Porque,
supongamos, que uno piensa lo que dice,
aunque
sea un lapso breve
antes
de anunciarlo,
y sólo
el llanto y la risa no se piensan
o el
grito cuando algún objeto,
por
ejemplo, nos impacta sobre el pie.
Es
difícil meditar lo que se duele.
Supongamos
que uno escribe una carta,
lo que
se piensa estará antes de la pluma
y la
pluma estará aquí y ahora
poniendo
un punto final, donde se pueda,
por no
acabar de pensar
lo que
te he dicho
ayer y
antes de la carta,
aquí y
allá donde te encuentres,
dos
puntos
¿Dónde
te encuentras?
Aquí.
Dirás seguramente
haciendo
una señal;
y mi
mano deja la pluma
para
levantar en este instante
la
vista del papel
y
descubrirte.
SILVIA EUGENIA CASTILLERO
Destinos
Entre
el suelo apisonado y la borrasca.
Entre
partículas de aire y los átomos del agua.
Entre
el sonido de un mapa y la bandada de nubes en silencio.
Entre
cada piedra y su lugar perdido.
En ese
hueco del olvido.
En ese
hoyo sideral, negro o gris, en esa catacumba de los espacios
va la
vida de una hormiga, o ni siquiera, va la morosa actividad del polvo.
Pero
nadie ve las huellas de lo recóndito:
encender
la luz, cerrar la ventana, caminar por caminar.
Pasos
inútiles que no son pasos, pasos que no se cuentan:
económicos
intentos de existencia o paranoicos excesos por existir,
hacia
su propia servidumbre irían, pero pasan
sin ser
contemplados, pasan.
LEONARDO VARELA
Paradiso
De todo
esto quedará para ti la memoria de un árbol
Hoja
que se desprende para dejar el tacto gastado de raíz
Ausencia
que habitamos con los huesos ennegrecidos por el fuego
Agua
del torso, desnuda flexión del brazo
que
sostiene a la estatua
En
espera del reino por venir, fluye tu gracia confundida con el oro
Al
margen de la niebla, mi olvido es un relámpago
–equivoca
el
sitio donde cae
He aquí
los nombres comunes al invierno:
He aquí
la canción del gavilán extasiado en la belleza del Diluvio
De: “Palabras para sobrevivir en el desierto”
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