"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
lunes, 7 de diciembre de 2015
SERGIO GARCÍA
2
Me
amaras cegados ojos
Con
la luz de tus auroras
Me
amaras blanca rivera
Con
tu pasión de olas
Me
amaras grácil cintura
cadenciosa
fuga de palomas
BLANCA CASTELLÓN
Amnistía
He
salido de la cárcel
pocas veces
no tengo mucho que ofrecer
para cubrir la fianza
sin embargo he visitado otros
espacios que conservo aquí en mi celda
un disco de Gardel
un recipiente para el mate
con pajilla de plata
las obras completas Borges
de Girondo y de Cortazar
son velas encendidas en
mi altar a Buenos Aires
un Alebrije
y un traje completo de Tehuana
es el trozo de Oaxaca
aquí en mi encierro
un sombrero de mariachi
semillas de chile jalapeño
y un frasco de mole
sin usar es el México
que renace en mi jardín
Huidobro
Neruda
Zurita la Mistral y un litro de pisco
conservado en un Moais es Santiago
mi Chile sudando
en esta hoguera
Nueva Orleáns
Washinton y la Florida
colorean el mismo álbum
donde encienden sus luces
Boston y Nueva York
de Colombia guardo cumbia y ballenato
ondeo una bufanda terracota
que un joven en pleno festival de Medellín
intercambio por un poema que escribí
Centroamérica entera con su voz y su color
decora los barrotes que frecuentes ceden paso
a la palabra, al vuelo y a la libertad del canto.
extraño Paris Madrid y Roma
respiro la esperanza de cruzar el charco
morir cualquier día del que no tengo noticia
bajo lluvia o en la plenitud de la sequía
tratando de llegar a la otra orilla.
pocas veces
no tengo mucho que ofrecer
para cubrir la fianza
sin embargo he visitado otros
espacios que conservo aquí en mi celda
un disco de Gardel
un recipiente para el mate
con pajilla de plata
las obras completas Borges
de Girondo y de Cortazar
son velas encendidas en
mi altar a Buenos Aires
un Alebrije
y un traje completo de Tehuana
es el trozo de Oaxaca
aquí en mi encierro
un sombrero de mariachi
semillas de chile jalapeño
y un frasco de mole
sin usar es el México
que renace en mi jardín
Huidobro
Neruda
Zurita la Mistral y un litro de pisco
conservado en un Moais es Santiago
mi Chile sudando
en esta hoguera
Nueva Orleáns
Washinton y la Florida
colorean el mismo álbum
donde encienden sus luces
Boston y Nueva York
de Colombia guardo cumbia y ballenato
ondeo una bufanda terracota
que un joven en pleno festival de Medellín
intercambio por un poema que escribí
Centroamérica entera con su voz y su color
decora los barrotes que frecuentes ceden paso
a la palabra, al vuelo y a la libertad del canto.
extraño Paris Madrid y Roma
respiro la esperanza de cruzar el charco
morir cualquier día del que no tengo noticia
bajo lluvia o en la plenitud de la sequía
tratando de llegar a la otra orilla.
ANDREA COTE
Llanto
María,
hablo de las montañas en que la vida crece lenta
aquellas que no existen en mi puerto de luz,
donde todo es desierto y ceniza
y es tu sonrisa gesto deslucido.
hablo de las montañas en que la vida crece lenta
aquellas que no existen en mi puerto de luz,
donde todo es desierto y ceniza
y es tu sonrisa gesto deslucido.
Allí
es enero el mes de los muertos insepultos
y la tierra es el primer cadáver.
María,
¿No recuerdas?,
¿No ves nada?
Allí nuestras voces son desecas
como nuestra piel
y se nos queman los talones
por no querer saber
de las casas incendiadas.
y la tierra es el primer cadáver.
María,
¿No recuerdas?,
¿No ves nada?
Allí nuestras voces son desecas
como nuestra piel
y se nos queman los talones
por no querer saber
de las casas incendiadas.
Hablo
María
de esta tierra que es la sed que vivo
y el lecho en que la vida está enterrada.
de esta tierra que es la sed que vivo
y el lecho en que la vida está enterrada.
Piensa
María,
en que esto no es vivir
y la vida es cualquier otra cosa que existe
húmeda en los puertos donde el agua sí florece,
y no es hoguera cada piedra.
en que esto no es vivir
y la vida es cualquier otra cosa que existe
húmeda en los puertos donde el agua sí florece,
y no es hoguera cada piedra.
Acuérdate,
María,
que somos
pasto de perros y de aves,
somos hombres calcinados,
cortezas vacías
de lo que éramos antes.
¿De qué estás hecha?, niña mía,
por qué crees que puedes coserle la grieta al paisaje
con el hilo de tu voz,
cuando esta tierra es una herida que sangra
en ti y en mí
y en todas las cosas
hechas de ceniza.
que somos
pasto de perros y de aves,
somos hombres calcinados,
cortezas vacías
de lo que éramos antes.
¿De qué estás hecha?, niña mía,
por qué crees que puedes coserle la grieta al paisaje
con el hilo de tu voz,
cuando esta tierra es una herida que sangra
en ti y en mí
y en todas las cosas
hechas de ceniza.
En
nuestra tierra,
los cuervos lo miran a uno con tus ojos
y las flores se marchitan
por odio hacia nosotros
y la tierra abre agujeros
para obligarnos a morir.
los cuervos lo miran a uno con tus ojos
y las flores se marchitan
por odio hacia nosotros
y la tierra abre agujeros
para obligarnos a morir.
del libro Puerto Calcinado
ROSA CHACEL
Reina
Artemisa
Sentada, como el mundo, sobre tu propio peso,
por tu falda extendida la paz de las laderas,
el silencio y la sombra de las grutas marinas
junto a tus pies dormidos.
¿A qué profunda alcoba dan paso tus pestañas
al alzarse pesadas como cortinas, lentas
como mantos nupciales o paños funerarios...
a qué estancia perenne escondida del tiempo?
¿A dónde va el camino que tus labios descubren,
a qué sima carnal desciende tu garganta,
qué lecho sempiterno da comienzo en tu boca?
El vino de cenizas su acerbo alcohol exhala
mientras la copa orea, con su pausa, el aliento.
Dos vapores elevan sus secretas fragancias,
se contemplan y miden antes de confundirse.
Porque el amor anhela su sepulcro en la carne;
quiere dormir su muerte al calor, sin olvido,
al arrullo tenaz que la sangre murmura
mientras la eternidad late en la vida, insomne.
Sentada, como el mundo, sobre tu propio peso,
por tu falda extendida la paz de las laderas,
el silencio y la sombra de las grutas marinas
junto a tus pies dormidos.
¿A qué profunda alcoba dan paso tus pestañas
al alzarse pesadas como cortinas, lentas
como mantos nupciales o paños funerarios...
a qué estancia perenne escondida del tiempo?
¿A dónde va el camino que tus labios descubren,
a qué sima carnal desciende tu garganta,
qué lecho sempiterno da comienzo en tu boca?
El vino de cenizas su acerbo alcohol exhala
mientras la copa orea, con su pausa, el aliento.
Dos vapores elevan sus secretas fragancias,
se contemplan y miden antes de confundirse.
Porque el amor anhela su sepulcro en la carne;
quiere dormir su muerte al calor, sin olvido,
al arrullo tenaz que la sangre murmura
mientras la eternidad late en la vida, insomne.
CARMEN JODRA DAVÓ
2. La
soledad, no el ocio como dicen...
La soledad, no el ocio como dicen,
es la madre del vicio.
Yo, para descender el precipicio,
aguardé hasta que nadie me mirara.
Al dejar que mis manos se deslicen
por la pared de roca,
cuido siempre que no haya ojo ni boca
que hable de mí ni pueda ver mi cara.
Lo que entonces no hice
fue sospechar que acaso,
invisible, miraba y sonreía
el Mismo que hoy se dice:
"Ya dado el primer paso,
esta pobre muchacha será mía".
La soledad, no el ocio como dicen,
es la madre del vicio.
Yo, para descender el precipicio,
aguardé hasta que nadie me mirara.
Al dejar que mis manos se deslicen
por la pared de roca,
cuido siempre que no haya ojo ni boca
que hable de mí ni pueda ver mi cara.
Lo que entonces no hice
fue sospechar que acaso,
invisible, miraba y sonreía
el Mismo que hoy se dice:
"Ya dado el primer paso,
esta pobre muchacha será mía".
De "El ciclo satánico"
ANA INÉS BONNIN
Vergüenza (Ante una muerte)
Cae tu muerte en mi corazón, llenándolo de vergüenza.
Le grito a mi corazón: «¡Nunca!»
Pero él levanta una nota y me contesta:
«Siempre», murmuro. «¡Siempre!»
El eco repite sobre el mundo: «¡Siempre, siempre!»
y todos los poetas,
con tu muerte doliéndoles, avergonzándolos,
responden: «¡Siempre!»
Porque, mientras tú morías,
mientras tus manos que morían aún intentaban volar
todos los poetas abrazaban su canción.
¡Y oyeron su vergüenza!
La oyeron viva, con sangre y nervios,
como humana criatura
contra humana criatura.
Y esa vergüenza gritó señalándonos:
«¡Vosotros!»
No, no pudimos huir:
espigas, árboles, flores, se desbordaron,
una pared de alas se amontonó.
Senderos y caminos,
el mar,
enredaderas azules,
el agua de las fuentes,
luchaban, se oponían.
¡Amor! ¡Amor!
«¡Vosotros!»
Fue inútil; no, no pudimos huir:
notas, notas, notas, cubriéndonos, amarrándonos.
Cae tu muerte en mi corazón, llenándolo de vergüenza.
Le grito a mi corazón: «¡Nunca!»
Pero él levanta una nota y me contesta:
«Siempre», murmuro. «¡Siempre!»
El eco repite sobre el mundo: «¡Siempre, siempre!»
y todos los poetas,
con tu muerte doliéndoles, avergonzándolos,
responden: «¡Siempre!»
Porque, mientras tú morías,
mientras tus manos que morían aún intentaban volar
todos los poetas abrazaban su canción.
¡Y oyeron su vergüenza!
La oyeron viva, con sangre y nervios,
como humana criatura
contra humana criatura.
Y esa vergüenza gritó señalándonos:
«¡Vosotros!»
No, no pudimos huir:
espigas, árboles, flores, se desbordaron,
una pared de alas se amontonó.
Senderos y caminos,
el mar,
enredaderas azules,
el agua de las fuentes,
luchaban, se oponían.
¡Amor! ¡Amor!
«¡Vosotros!»
Fue inútil; no, no pudimos huir:
notas, notas, notas, cubriéndonos, amarrándonos.
Nuestra
muerte diaria,
¡qué parecida a la tuya!
¡Perdónanos!
Ya que como tú, mientras morimos,
aún nuestras manos intentan morir.
¡qué parecida a la tuya!
¡Perdónanos!
Ya que como tú, mientras morimos,
aún nuestras manos intentan morir.
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