martes, 16 de marzo de 2021


 

AGUSTÍN LANUZA

 


 


Tercera parte

La roca del pastor

 


 

Era la noche sombría,
de esas noches otoñales,
en que recios vendabales
soplan con fuerza bravía.
La luna apenas lucía
sobre el vasto firmamento,
como un ojo soñoliento,
y adonde estaba el pastor,
lanzaba el débil fulgor
de su disco amarillento.

 

Dulce cántiga, no oída,
cual la voz de un arpa eólica
que vibrase melancólica,
por diestra mano tañida,
en las rocas escondida
resonó muy blandamente,
y por la enhiesta pendiente
del levantado peñón,
se vió cruzar la visión
andando pausadamente.

 

Duerme el pastor recostado,
con indolencia que pasma,
cuando la hermosa fantasma
llega en silencio a su lado.
Un bello cántico alada
puebla el paraje desierto,
y al oír ese concierto
el pastor, Con frenesí,
no sabe, al volver en sí,
si está soñando o despierto.

 

Quiere huir, pero imposible;
oculta mano de atleta,
fuertemente lo sujeta
con .poder irresistible.
y al sentir de lo invisible
aquella emoción extraña,
un helado sudor baña
su altiva y pálida frente,
turba el vértigo su mente
y su mirada se empaña.

 

Pero entre dolientes quejas,
la aparecida exclamó; .
-no te vayas de aquí, no,
que me muero si te alejas;
mas si en la puerta me dejas
de la Parroquia, al llegar,
te ofrezco desencantar
una población muy bella­
y luego la sombra aquella,
triste, se puso a llorar.

 

Sintiendo que se rompía
su corazón en pedazos,
tomó el pastor en sus brazos
a la dama que gemía.
Se reviste de energía,
la noche no le amedrenta;
mas de pronto experimenta,
que a medida que anda y huye,
su fuerza se disminuye
rnÍentras la carga se aumenta.

 

En pos del templo soñado
a donde anhela llegar,
prosigue sin voltear
los ojos a ningún lado.
Su pensamiento obstinado
le hace insensible al temor;
pero percibe el clamor
de insultos que lo provocan,
golpes de armas que se chocan
con inusitado ardor.

 

Escucha sonidos vagos
que en la sombra se producen,
palabras que lo seducen
con cariñosos halagos.
Después, denuestos, amagos,
terribles imprecaciones,
recio trotar de bridones
que baten los duros cascos,
produciendo en los peñascos
espantosas conmociones.

 

La Ciudad ambicionada
muy próxima se veía,
y el pastor, ya presentía
el final de su llegada;
pero tornó la mir’ada,
y la mujer misteriosa,
cual por fuerza poderosa
de un hechizo estremecida,
quedó luego convertida
en una sierpe monstruosa.

 

y dicen que el caminante
vió desparecer la fiera,
mucho antes de que pudiera
seguir su marcha adelante;
pues casi en el mismo instante,
presa de intenso dolor,
quedóse con estupor
en un pefión corvertido,
que entre el vulgo es conocido
con el nombre de El Pastor.

 

Si por la montaña obscura
algún viajero camina,
al ver la roca se inclina
y un “Padre Nuestro” murmura.
Dobla después con premura
la tortuosa encrucijada,
y se pierde en la cañada
del paraje solo y triste,
en donde es fama que existe
una Ciudad Encantada.

 

De: “La ciudad encantada“

 



EMILIO CARRERE

 


 

Mimí Pinson

 

 

Mimí Pinsón, la griseta
sentimental, ¿sabéis quién fue?
La musa dulce e inquieta
de la juventud de Musset.

 

De esta alegre flor de Francia
quedó, como era natural,
sólo un poco de fragancia
y una canción sentimental.

 

No era Raquel, la coqueta,
ni la diablesa George Sand;
Mimí fue una violeta
en su solapa de Don Juan.

 

Era en la época radiante
del poeta dandy y seductor;
Mimí Pinsón, la dulce amante,
compró la gloria con su amor.

 

Tenía el cabello de oro
―el único oro que tenía―;
pero valía un tesoro
su boca roja y su alegría.

 

Era feliz la griseta
con su vestido de percal;
era feliz el poeta
con su novia sentimental.

 

Juvenil alegoría,
vivió lo que vive una flor;
pero vive todavía
ungida de gloria y de amor.

 

Amor de la edad primera,
que, aunque huye fugaz, es eterno.
¡Cuan dulce es la primavera
al recordarla en pleno invierno!

 

 

ROSALÍA VALLEJO

 

  

 

Poema III

 

 

Las hogueras
el ánfora del tiempo
renovación principio
el agua cambia en sí misma
las estaciones se suceden
el espíritu
clama desde el polvo
su derecho
a ejercitar la primavera
la ansiedad
del retorno hacia la muerte

 

Todo permanece
el ser es inmóvil
sólo el ojo pasa
entre los fuegos de artificio
suspende su retina
sobre el cuerpo
y delira eternidades
mientras
los cristales se licúan
cremosa y dorada mantequilla
la luz se derrama húmedamente.

 

 

JOSÉ MORENO VILLA

 

 

 

Yo detesto…

 

 

Yo detesto las rosas;
una rosa me encanta.

 

Yo detesto los árboles;
pero un álamo, un chopo,
un níspero, un olivo
son como gente mía.

 

Yo detesto las piedras,
pero el agua-marina,
la esmeralda, el topacio
y el profundo zafiro
son almas misteriosas
que agrada sondear.

 

Yo detesto la música,
pero este cante jondo…
esta copla que es mía
desde todos los tiempos,
esta copla que llora
cantando y que se canta
gimiendo, es de mi sangre:
se llama Soledad.

 



 

SERGIO BRICEÑO GONZÁLEZ

 

  

 


Pérdida



No hay forma
de encenderlo.

 

Ni con chispa
o fogata.

 

Ni soplando
en la base
para que encarne
el fuego.

 

Ni rociando butano
o kerosén.

 

No es posible encender
ni siquiera una vela
en esta cueva oscura
en que se oculta
la bestia
del amor apagado.

 

 

MIRTA AGUIRRE

 


 

Poema de la verdad profunda

 

 

Tú no entiendes, amigo, tú no entiendes.
Deja que te lo explique, no en palabras
que con palabras no se entiende a nadie
sino a mi modo oscuro, que es el claro.
Así oscura y claramente
lo siento yo:
A mí no me perturba la Rosa de los Vientos.
Bello es el Sur, pero también el Norte
tiene belleza.
Para mi casa en noche está la luna
y con mi vida puedo henchir la tierra
cuando la tierra es árida.
Sé vivir en el viento y en la nube
y beber el agua sobre las hojas.
No siempre se ha de estar alto, como Aldebarán.
Hay que saber doblarse sin partirse.
Saber leer, y luego
saber romper la copa.
La ciudad puede, alguna vez, ser selva.
¿Qué importa así o de otro modo?
Bebiendo sol y salitre en alto mástil de barco
o en presidio.
Me da igual.
Donde quiera estoy yo.

 

A salvo.