sábado, 31 de agosto de 2013

GONZALO ROJAS




Cítara mía, hermosa...



Cítara mía, hermosa
muchacha tantas veces gozada en mis festines
carnales y frutales, cantemos hoy para los ángeles,
toquemos para Dios este arrebato velocísimo,
desnudémonos ya, metámonos adentro
del beso más furioso,
porque el cielo nos mira y se complace
en nuestra libertad de animales desnudos.

Dame otra vez tu cuerpo, sus racimos oscuros para que de ellos mane
la luz, deja que muerda tus estrellas, tus nubes olorosas,
único cielo que conozco, permíteme
recorrerte y tocarte como un nuevo David todas la cuerdas,
para que el mismo Dios vaya con mi semilla
como un latido múltiple por tus venas preciosas
y te estalle en los pechos de mármol y destruya
tu armónica cintura, mi cítara, y te baje a la belleza
de la vida mortal.


RICARDO PEÑA




Aquella flor de luz inmarcesible...



Aquella flor de luz inmarcesible
recogida en su vuelo de armonía.

Sobre campo de nieve oscurecida
la sangre oculta de su rostro en llamas.

En la cumbre más alta, donde el aire
se prende y se entrega en cada rama.

Más pura que el azar y la agonía
de las absurdas noches que nos llaman.


ALI CHUMACERO




Elegía del marino



Los cuerpos se recuerdan en el tuyo:
su delicia, su amor o sufrimiento.
Si noche fuera amar, ya tu mirada
en incesante oscuridad me anega.
Pasan las sombras, voces que a mi oído
dijeron lo que ahora resucitas,
y en tus labios los nombres nuevamente
vuelven a ser memoria de otros nombres.
El otoño, la rosa y las violetas
nacen de ti, movidos por un viento
cuyo origen viniera de otros labios
aún entre los míos.
Un aire triste arrastra las imágenes
que de tu cuerpo surgen
como hálito de una sepultura:
mármol y resplandor casi desiertos,
olvidada su danza entre la noche.
Mas el tiempo disipa nuestras sombras,
y habré de ser el hombre sin retorno,
amante de un cadáver en la memoria vivo.
Entonces te hallaré de nuevo en otros cuerpos.

De “Imágenes desterradas”


GABRIELA MISTRAL



  
El Dios triste



Mirando la alameda, de otoño lacerada,
la alameda profunda de vejez amarilla,
como cuando camino por la hierba segada
busco el rostro de Dios y palpo su mejilla.

Y en esta tarde lenta como una hebra de llanto
por la alameda de oro y de rojez yo siento
un Dios de otoño, un Dios sin ardor y sin canto
¡y lo conozco triste, lleno de desaliento!

Y pienso que tal vez Aquel tremendo y fuerte
Señor, al que cantara de locura embriagada,
no existe, y que mi Padre que las mañanas vierte
tiene la mano laxa, la mejilla cansada.

Se oye en su corazón un rumor de alameda
de otoño: el desgajarse de la suma tristeza;
su mirada hacia mí como lágrima rueda
y esa mirada mustia me inclina la cabeza.

Y ensayo otra plegaria para este Dios doliente,
plegaria que del polvo del mundo no ha subido:
“Padre, nada te pido, pues te miro a la frente
y eres inmenso, ¡inmenso!, pero te hallas herido.”



ELVA MACIAS




Breve fundamento para una ciudad



Amanecimos
con la mirada abierta
contra el viento.
Trazamos un haz de luz
desde el centro de nuestros ojos
hacia el valle.
Amantes contemplamos el paraíso
desde la bóveda donde trasiegan
espíritus como insectos.
Me arrullas
me colmas de adornos y agasajos,
me instas a fundar una ciudad
y a compartir la generosidad de nuestras tierras.
Apresuras mis pasos entre los sacabastos
de altos penachos ondeando al sol,
nos escabullimos de la mirada de los negros
que danzan con la marimba
haciendo agua su boca
haciendo agua su pie.
Tomas mis manos
y depositas tu camisa de verano
te plantas en el remanso
de los ríos que se juntan
en cuyo centro albean pequeñas piedras
que vienen a chocar en mi vientre.

Este es el sitio.
Este es el lugar.

Cien años después amanece y las fachadas se
    descubren
como mujeres que han pasado la noche en su sitio.


MARGUERITE YOURCENAR




David



Un duro tallador de piedras ha desgajado mi cuerpo
de este bloque atormentado por un alma insatisfecha.
Soy un pastor y seré profeta; me bastará
un guijarro para derribar al más fuerte.

Pero ¿a qué debo mi ambición, a qué tanto esfuerzo?
Si más allá del éxito percibo mi derrota
y, con las cejas fruncidas, me retiro del festejo
al sentir sobre mi virtud el remordimiento.

La culpa y la desdicha pudrirán mi victoria;
Jehová soltará sus perros expiatorios;
mis músculos se crispan; sé demasiado; he luchado
    demasiado.

El grito de mi dolor colma el espacio
y la honda que gira en mi agotada mano no puede
lanzar mi corazón contra el Dios que me ha tentado.



viernes, 30 de agosto de 2013

RICARDO PEÑA




En malva azul tendida niña...


En malva azul tendida niña,
geranio de ojos de gacela
sobre el cristal de la campiña.

La pierna corre por la arena
lebrel de espuma que despide
la nalga limpia azul morena.

Es negro el pelo que la encinta
desde la nuca hasta el ombligo
azul morena y verde en pinta.

Fulgor de aristas y querubes.
Jugando a solas con el sexo
se van sus ojos por las nubes.


GONZALO ROJAS




Al silencio



Oh voz, única voz: todo el hueco del mar,
todo el hueco del mar no bastaría,
todo el hueco del cielo,
toda la cavidad de la hermosura
no bastaría para contenerte,
y aunque el hombre callara y este mundo se hundiera
oh majestad, tú nunca,
tú nunca cesarías de estar en todas partes,
porque te sobra el tiempo y el ser, única voz,
porque estás y no estás, y casi eres mi Dios,
y casi eres mi padre cuando estoy más oscuro.



ALI CHUMACERO




Viaje en el tiempo



Más crueles que el amor, el tiempo y el olvido:
inmóviles viajeros, dueños de los espacios
y amantes de los rostros muertos en la ceniza,
cubren de ausencia el mundo y sus continuas lágrimas

Larga fue la esperanza, la tarde y el deshielo
de cristales ardidos detrás de la ventana:
perduraba la vieja fotografía, siempre
eufórica de sombra y de grises recuerdos,
cuando el amor sabía a oliente eternidad.

Más permanecía, más aroma contenido
y tacto que en sí mismo guarda su testimonio
fueron los besos fúnebres de la amante lejana;
todo era persistencia, engaño y agonía
hechos de polvo férvido, de virgen consunción.

Olas que sobre el viento la muchacha abandona
y mundo que en sus ojos salva su doncellez,
ruina se tornan luego, descanso mutilado
por el viaje sin límites y el inviolable incendio
de imágenes que caen desiertas en la arena.

La mirada, el amor, los árboles y el vicio,
los besos, las estrellas, el ángel de la guarda,
víctimas bajo un puente de horror y de silencio,
corren de llama en llama, juegan con los adioses
y al fin lavan sus cuerpos en sepulcros tranquilos.

Las mujeres perdidas luchan a nuestro lado,
en vano se defienden de aquello que no existe:
la fatiga del hombre dormirá entre sus senos
y sombra habrá de ser; cuando la tierra sienta
las olas submarinas de sus ojos inútiles.

Sobre el tiempo navegan el mundo y el olvido.


De “Imágenes desterradas”



GABRIELA MISTRAL




El amor que calla



Si yo te odiara, mi odio te daría
en las palabras, rotundo y seguro;
pero te amo y mi amor no se confía
a este hablar de los hombres, tan oscuro.

Tú lo quisieras vuelto un alarido,
y viene de tan hondo que ha deshecho
su quemante raudal, desfallecido,
antes de la garganta, antes del pecho.

Estoy lo mismo que estanque colmado
y te parezco un surtidor inerte.
¡Todo por mi callar atribulado
que es más atroz que el entrar en la muerte!



ELVA MACIAS




Al borde del camino de Li Tai Po


Bajo un árbol
el vino y mi corazón
se han embriagado uno del otro
y canto.



MARGUERITE YOURCENAR




Cantilena para un rostro



Carne marcada de un rostro,
pulpa sangrante del verano;
doble lago de hielo inmóvil,
orbe azulado bajo el párpado.
Dientes chasqueando entre rosas.
Narices, portales del perfume,
donde muertos soles reposan sus halos
sobre amplios, ondulantes planos.
Rostro que ningún sueño aviva, angustiado,
casi infantil, apenas hermoso,
donde de pronto se eleva una sonrisa.
Rostro donde fluyen como arroyo las lágrimas,
extraña máscara, apariencia humana,
cofre carnal que encierra el silencio del alma.
En ti habita la inmutable belleza de la piedra,
hiriente, dura máscara, y cae la noche
cuando cierras los párpados.


jueves, 29 de agosto de 2013

GONZALO ROJAS




¿A qué mentirnos?



Vivimos, gran Quevedo, vivimos tiempo que ni se detiene, ni
tropieza, ni vuelve.

¿A qué mentirnos con la llama del perfume, con la noche moderna
de los cinematógrafos, antesalas terrestres del sepulcro?
Pongamos desde hoy el instrumento en nuestras manos.
Abramos con paciencia nuestro nido para que nadie nos arroje por lástima al reposo.
Cavemos cada tarde el agujero después de haber ganado nuestro pan.

Que en esa tierra hay hueco para todos: los pobres y los ricos.
Porque en la tierra hay un regalo para todos:
los débiles, los fuertes, las madres, las rameras.
Caen de bruces. Caen de cabeza o sentados.
Por donde más les pesa su persona, todos caen y caen.
Aunque el cajón sea lustroso o de cristal. Aunque las tablas
sin cepillar parezcan una cáscara rota con la semilla reventada.

Todos caen y caen, y van perdiendo el bulto en su caída,
¡hasta que son la tierra milenaria y primorosa!


RICARDO PEÑA



  
Blanca


Blanca, blanca, blanca la melodía
ardiendo de sus hojas.
Nació la tierra enferma.
Nació la luna con la sal del sueño.
Llovió el asombro de mis ojos.
Con el dolor la vida se filtraba.
Enloquecida ya entre mis manos.
Sola, sola, tán sólo sola.


ALI CHUMACERO



Pureza en el tiempo


Rosa desvanecida sobre el túmulo,
al germinar del tiempo derrumbada
en una tumultuosa transparencia.
Veo la gloria en ella, pues los días
hijos son del espacio donde mueren
como el eco infinito de mis ojos.

Levanto el rostro, miro los naufragios
y mis hermanos muertos en olvido
bajo la tierra, mares de tinieblas
presintiendo la imagen de la rosa.

Mas sobre el polvo viajan como nubes,
vientos urdidos en un dulce engaño,
incesantes afines a la música
nacida de sus manos temerosas.

Ignoran su destino, balbucean
palabras del amor y así se salvan,
son humo adormecido sobre lirios,
apariencia tornada movimiento.

Bajo la noche larga de sus ojos,
ninguno sabe si camina al cielo.

No habrá milagro o salvación posible.
El párpado, silencio amortajado
con el lamento de un deshecho mundo,
se abandona a soñar inútilmente
y en sí mismo extravía su tristeza,
dueño ya de una amarga certidumbre.

Si nada me consuela, a solas oigo
la premura de ser flor la mirada
y el corazón desdicha. Porque nadie
buscando la pureza ha sonreído.

De ”Imágenes desterradas”



GABRIELA MISTRAL




Ausencia


Se va de ti mi cuerpo gota a gota.
Se va mi cara en un óleo sordo;
se van mis manos en azogue suelto;
se van mis pies en dos tiempos de polvo.
¡Se te va todo, se nos va todo!

Se va mi voz, que te hacía campana
cerrada a cuanto no somos nosotros.
Se van mis gestos que se devanaban,
en lanzaderas, delante tus ojos.
Y se te va la mirada que entrega,
cuando te mira, el enebro y el olmo.

Me voy de ti con tus mismos alientos:
como humedad de tu cuerpo evaporo.
Me voy de ti con vigilia y con sueño,
y en tu memoria me vuelvo como esos
que no nacieron en llanos ni en sotos.

Sangre sería y me fuese en las palmas
de tu labor, y en tu boca de mosto.
Tu entraña fuera, y sería quemada
en marchas tuyas que nunca más oigo,
y en tu pasión que retumba en la noche
como demencia de mares solos.

¡Se nos va todo, se nos va todo!



ELVA MACIAS



Frío destello


Valgan de ti calladas actitudes
valgan de mí tantas palabras.
Que te conmueva un hermano pequeño
inexistente
o el germen que perdí
en la blanca displicencia de hospital
o el hijo que te ignora.

Revolotean las frustradas parturientas
que en una gravidez vergonzante
me acorralan
                    blanco frío destello
y descendimos
atropellada lentitud
niñas
jóvenes
y de madurez marchitas
todas uniformadas
sin peso en el vientre carcomido
y con la decisión de ser infieles madres
mujeres al fin
en otra dimensión.


MARGUERITE YOURCENAR





El visionario



Yo he visto un ciervo
Atrapado en la nieve.

He visto en el lago
Flotar a un ahogado.

He visto en la playa
Una concha seca.

He visto en las aguas
Pájaros temblando.

A los malditos serviles
He visto en las ciudades.

He visto en las llanuras
El humo del odio.

He visto en el mar
El sol amargo.

En el cielo he visto
Pasar este siglo.

En el espacio he visto
Insondables ojos.

He visto en mi alma
La ceniza y la llama.

Un negro dios vencer
En mi corazón he visto.


miércoles, 28 de agosto de 2013

RICARDO PEÑA



Bebíamos el mar...


Bebíamos el mar
-licor ansiado
que el aire derramaba
por sus contornos claros
La tierra parecía un niño enamorado.

Se quemaba la luna en un bosque de olvido.


En un árbol
la naranja, ah, tan alta,
de una estrella nevada.

ALI CHUMACERO




El nombre del tiempo


Del mar sube el murmullo bárbaro, 
símbolo delator de lo que acaba, huella
donde el misterio de la desaparición
es prestigio inicial del tiempo,
la blancura desierta de lo ausente,
delfín hacia dolida tempestad.

Al aire asciende el Nombre hombre,
aquel que nada niega, y el presagio
de un agua que no es agua sino amor,
la lágrima infinita de la hermosura ilímite;
porque Tú que nombraste el ser
de todo ser adviertes la agonía
de esa mano amorosa y aromada
que acaricia los rostros y los unge:
tu purulento resplandor,
relámpago caído entre los hombres de buena voluntad,
hijo y dueño perenne de nuestro mar morado.

Sólo Tú sabes de las olas de los aires de la nada;
si el viento ha de caer eternamente
convertido en esquirlas y áridos sudores;
si habrá de disfrutar la brisa o alma
ahora nuestra, al corazón vertida
al cuerpo en llamarada al pie en la arena,
floreciente en la fe de tu palabra
y con la voz por ella circundada.

De “Imágenes desterradas”



GABRIELA MISTRAL



Me tuviste



Duérmete, mi niño,
duérmete sonriendo,
que es la ronda de astros
quien te va meciendo.

Gozaste la luz
y fuiste feliz.
Todo bien tuviste
al tenerme a mí.

Duérmete, mi niño,
duérmete sonriendo,
que es la Tierra amante
quien te va meciendo.

Miraste la ardiente
rosa carmesí.
Estrechaste al mundo:
me estrechaste a mí.

Duérmete, mi niño,
duérmete sonriendo,
que es Dios en la sombra
el que va meciendo.



ELVA MACIAS



El regreso



Supe de mi regreso
desenvolviendo nombres y señales
asignando regalos a la curiosidad.
Reproduje las voces anteriores,
traté de restaurar la imagen extraviada
y se desvaneció en el lienzo
sin matices.
Y me sentí más grande que el olvido.


LÊDO IVO



Los dos paisajes


Al paisaje azul,
mujer, te incorporaste.
Tu cuerpo era más desnudo
que los cristales más puros.
¡Numeroso animal,
suma de armonías!
Mis manos se hacían
redondas y tocaban
esferas incompletas.
Mi amor era tanto
que brotaban lágrimas.
Y era tanta la alegría
de estar contigo en Génova
que yo ya no sabía
cuál era el mejor viaje:
si a solas contigo
o junto al paisaje;
si en un cuarto de hotel
o descendiendo en ciudades.



MARGUERITE YOURCENAR


  
Claroscuro


Claroscuro, sombra insidiosa
donde se mueven en silencio las estatuas,
donde una voz melodiosa
susurra cosas calladas,
enigmas que sólo el corazón puede revelar,
secretos pagados muy caros.
Cada sabio es alumno de un loco
y la carne es maestra del alma.



martes, 27 de agosto de 2013

ELVA MACIAS




Casa abierta
                                                           a Roger Brindis


En las caballerizas las bestias jadean
han traído los beneficios de la huerta:
el aroma de racimos recién cortados
invade el patio...
En el jardín merodean
los pavones, los pijijis, los alcaravanes
entre el almendro, el tamarid, las rosas...
Pies descalzos prodigan su frescura en los corredores.
En la mesa se extienden frutos habituales,
todo es festinado en el quehacer o en la holganza.
Cada mañana
las puertas se abren de par en par,
en el zaguán hallan reposo el loco y el mendigo,
y los viajeros, sin traspasar cerrojos,
se cobijan del sol a mediodía.



GABRIELA MISTRAL




La fuga



Madre mía, en el sueño
ando por paisajes cardenosos:
un monte negro que se contornea
siempre, para alcanzar el otro monte;
y en el que sigue estás tú vagamente,
pero siempre hay otro monte redondo
que circundar, para pagar el paso
al monte de tu gozo y de mi gozo.

Mas, a trechos tú misma vas haciendo
el camino de burlas y de expolio.
Vamos las dos sintiéndonos, sabiéndonos,
mas no podemos vernos en los ojos,
y no podemos trocarnos palabra,
cual la Eurídice y el Orfeo solos,
las dos cumpliendo un voto o un castigo,
ambas con pies y con acento rotos.

Pero a veces no vas al lado mío:
te llevo en mí, en un peso angustioso
y amoroso a la vez, como pobre hijo
galeoto a su padre galeoto,
y hay que enhebrar los cerros repetidos,
sin decir el secreto doloroso:
que yo te llevo hurtada a dioses crueles
y que vamos a un Dios que es de nosotros.

Y otras veces ni estás cerro adelante,
ni vas conmigo, ni vas en mi soplo:
te has disuelto con niebla en las montañas,
te has cedido al paisaje cardenoso.
Y me das unas voces de sarcasmo
desde tres puntos, y en dolor me rompo,
porque mi cuerpo es uno, el que me diste,
y tú eres un agua de cien ojos,
y eres un paisaje de mil brazos,
nunca más lo que son los amorosos:
un pecho vivo sobre un pecho vivo,
nudo de bronce ablandado en sollozo.

Y nunca estamos, nunca nos quedamos,
como dicen que quedan los gloriosos,
delante de su Dios, en dos anillos
de luz, o en dos medallones absortos,
ensartados en un rayo de gloria
o acostados en un cauce de oro.

O te busco, y no sabes que te busco,
o vas conmigo, y no te veo el rostro;
o en mí tú vas, en terrible convenio,
sin responderme con tu cuerpo sordo,
siempre por el rosario de los cerros,
que cobran sangre por entregar gozo,
y hacen danzar en torno a cada uno,
¡hasta el momento de la sien ardiendo,
del cascabel de la antigua demencia
y de la trampa en el vórtice rojo!


LÊDO IVO




La meta


Juguemos fuera de nuestros cuerpos,
que se vuelven licenciosos.
Quedémonos sólo con nuestras almas,
entes abstractos y radiantes.

Guardemos apenas lo eterno,
lo demás es efímera escoria.
Aspiremos a lo absoluto.
El resto no vale la pena.

Los cuerpos que aman y desaman
y se enroscan, flexiblemente,
en el blanco universo de las camas,

son los embrujos sucesivos
de nuestras almas exigentes
que sólo aceptan el Paraíso.



MARGUERITE YOURCENAR




Siluetas 


Te destacas contra la noche disfrazado de Dios
(es decir desnudo)
pálido y blanco como el desconocido
que muere de hambre en el camino
aunque puede ser un ángel.
Tu boca bebe de las tinieblas, gota tras gota,
con amargura, y la franja de tu párpado
alberga el poco cielo que me queda.
Sobresales del día, como el cuerpo del amor
sacrificado por sus víctimas,
y mis besos son crímenes
que agujeran tus manos, sin esperanza.
Te desprendes de la tarde
como el sol en el crepúsculo;
tu silencio es el canto
que tu orgullo y tu dolor se obstinan en callar.
Rey derribado, de pie en el umbral de la noche
como a la entrada de un monasterio,
donde la sombra te cubre con una capucha inesperada:
la primera estrella reemplaza el corazón en tu pecho,
la sombra se coagula en tu sangre
y el sol rueda en el mar como una tiara de oro
perdida en la juventud.
Te destacas sobre la muerte
como un cisne sobre blasón negro.
El dolor y la esperanza sostienen el blasón
y hay sangre en el pico y lodo en el ala del cisne;
cada uno de sus temblores remueve las olas de la vida
y la eternidad.
Detrás del broche, el destino;
su ojo fijo en mi corazón resignado, al fondo de mi
    garganta.
La nieve cae lenta y amontona sobre mí sus copos
como plumas esparcidas sobre una tumba abandonada.



LUIS ROSALES




Agua desatándose



El tiempo es un espejo en que te miras.
Tú ya has entrado en el espejo y andas
a ciegas dentro de él. Tú ya has entrado
en el espejo. Nada
te puede desnacer; ya eres viviente;
tu carne sucesiva y simultánea
es igual que un trapecio donde un pájaro
a pie, se maniata
dando vueltas y vueltas, procurando
sostenerse en su cuerpo;
                                         y en la barra
estén fijas sus manos mientras gira,
—abajo, arriba, abajo—
                                      hasta que al alba
vuelva a girar el cielo y ya no pueda
seguirse sosteniendo, y se le caigan
las manos, se le agrieten
las manos, se le abran
las manos temblorosas,
y al perder su sostén el cuerpo caiga
como agua desatándose,
                                           y empiece
la música en sus alas. 

De  “Rimas”


ELSA CROSS




Pabellón


Vida del agua, tu mirada
me detiene para siempre
                             en este umbral.
No he de volver ya sobre mis pasos.

Las puertas que entreabres
devuelven a nuestros ojos el esplendor perdido.
Ramas como de plata
                             –árbol de los deseos–
brillando arriba.
Esplendor bajo sus celosías,
                                             luces danzando
sobre las esteras de hierba fresca.
Esplendor en el estanque de lotos.
Así en tu pecho,
                              fuente de néctar
donde hundo mi frente a la mañana.

Ciegos de luz bajo la sombra
contemplamos Aquello
                           sin forma ni figura,
invocamos a Aquello sin nombre.

El sol se pierde tras los árboles.
Rayos oblicuos pasan entre las hojas,
llegan hasta la orilla del estanque,
danzan, danzan
                             sobre el agua.

Claridad absorta en sí misma,
el brillo en tu mirada.
Y en esa luz
                           se cumple todo impulso.

Hemos estado desde siempre
bajo estos pabellones,
y la tersura de la hoja del baniano
                                         habita nuestro tacto.



lunes, 26 de agosto de 2013

VÍCTOR SANDOVAL




El retorno



    Todo lo recorrí,
todo lo anduve.
Desde los ríos que acunaron héroes
y recibieron sus deshechos cuerpos,
hasta las tierras áridas
en donde el aire
extiende el cuello de cristal
en un largo desfile de caballos.

    Todo lo recorrí,
pero en los ojos
quedó la hora transparente y húmeda
en que dejé nuestra ciudad
a la que vuelvo
para gustar su sangre
de enternecidos frutos,
su madurada sombra
que se proyecta
en el seno del valle
y ver crecer la noche
en los brazos del viento.


De “El viento norte”


ENRIQUETA OCHOA




Asaltos a la memoria



Amanece,
en las macetas de la ventana arden los geranios.
Un vaho lechoso entra en el viento.
Corre el día hacia las dunas de la oscuridad.
Después de avanzada la noche
                                                   me desprendo
abajo quedan mi piel, mis huesos.
Me echo de picada a las profundidades,
atravieso el infierno,
toco la incandescencia de la luz
     todos los pájaros se desatan.
De lejos llega el olor de dátiles
que espesan en los cazos de cobre,
el de polvorones recién horneados.
Es el aroma penetrante de mi infancia
                                              el que nace, el que nace.
Al amanecer Alberto arrea las mulas con el bastimento
                                       rumbo a las labores.
Una niña atisba por entre los leños de la cerca,
mientras en su corazón
se amotina un mar de diez años que quiere ser mujer.
Que se echa sobre la tierra y se identifica con ella.
Este polvo que escurre entre sus dedos
es su madre
             es su cuerpo
es el olor de vida que exhalará
cuando llegue el mediodía.
Hoy, paloma desmañanada, vuelve a su cama,
se acurruca bajo las cobijas tibias,
se le desarrugan los sueños,
se alisa el viento
y duerme.

A la bisabuela le peinaban las trenzas con los dedos.
Vivió 110 años.
Plena en su lucidez.
Su cuerpo se achicó.
Nunca desmereció la mata de su pelo inmaculado
que crecía en abundancia
                          colgando en largas trenzas.
            Una mañana rechazó la bandeja de panecillos
y el chocolate espumoso.
Pequeñita, se ovilló en el silencio
“La virgen me envolvió en un vapor azul,
me trajo el desayuno”,
dijo antes de bajar a esconderse
en los íntimos pliegues de la tierra.
Las lilas perfuman el primer viento de abril.
El árbol de la noche florece
y la tía Vense trenza mis cabellos.
Me hundo en el sueño.
Tía Vense, te amo.
                         estalactica de cristal.
Tu pelo se precipitaba en relámpagos miel y caoba
                                                               sobre mi cara
cuando el beso de buenas noches.
El ruido de voces en el cuarto contiguo me despierta.
La muerte desangra el vientre de mi madre,
las sábanas esponjadas de blancura se incendian.
Apenas clarea, ponen sobre mis manos un cesto,
al vaciarlo un feto se despeña,
La vida se encoge dentro de mí,
Tengo nueve años,
es el primer contacto con la muerte.

Y los veranos,
y el sol estancado a mitad del desierto.
La luz cantaba y se filtraba por todos los resquicios.
Algunas veces una noche de lluvia
y amanecía la tierra con olor a mastuerzo y humedad.
El mundo de mi madre era la correspondencia justa
entre los reinos de la tierra.
El abuelo leía en el firmamento los fenómenos
atmosféricos,
ubicaba las constelaciones
y era juez de un pueblo
donde no se mezclaba la sangre con extraños.
Los Guzmán de Lampazos
Los Benavides de Cerralvo
Los Ramos de Ciénega de Flores
Los Montemayor de Higueras
y se cerraba el círculo.
Los ojos grises de la abuela
hacían sentir su presencia matriarcal:
revisaba la llegada de los rebaños,
el ganado, la ordeña,
preparaba en el horno de adobe
los pasteles de maíz, las hojarascas,
esa multitud de olores y sabores con que se llena el
recuerdo.