viernes, 1 de febrero de 2019


FLORENCIA LOBO





Perros del invierno



Llegan noticias de mi ciudad. 
Enloquecieron los perros
como enloquecen los vientos
o las flores que nadie mira.

Perros que quizá
una vez fueron Toby
o Negro o Lola
reunidos en las calles
mordiendo el aire
sus sombras
los cuerpos que atraviesan 
el reino transparente del invierno.

En geografías lejanas
los hechos extraños duplican
la extrañeza.

¿Se acordará la gente?
¿Se acordará? 

Hablo de un verbo en desuso:

acordarse es irse del olvido
y también despertar,
ponerse cuerdo.



RENATO SANDOVAL




  
Biblos (Líbano)



Doble afecto
para el que ve lo mismo:
escarpada es la planicie del ojo
donde se cuecen todos los deseos.
Ahí te vi sobre una zarza
airada entre los cedros pusilánimes
de la desidia y el error.
El valle de las sombras en vilo
y esos naranjos de tiempo
que solo sabe a sí
son una deuda de palabras,
el oro maronita
que no se entrega
ni nunca más nos salva.
Frente al mar Biblos desciende
por los ralos papiros de la hora tercia
y bate las peñas contra las olas
de un minarete sumergido.


De: “Suzuki blues”

ERICK AGUIRRE





Encuentro
Espacio en ruinas,
encuentros, desencuentros
que agitan esta página,
este sitio imposible
en el que se avecinan las cosas;
figuraciones del aire
que la voz inmaterial de mis dedos
(de estas teclas)
transcribe, clasifica, yuxtapone,
despliega en el espacio impensable,
abierto de nuevo en esta página,
en el súbito relámpago
de mi encuentro con el poema.


Diciembre 2005



RAFAEL TIBURCIO GARCÍA





Sexta tribulación: 21 de octubre



No me asustaron las aves
que comen las semillas de los árboles junto a mi cuerpo,
su réquiem vespertino.
No me espantó el aullido de los perros.
Incluso ahuyenté a los reptiles del jardín,
a los peces que me acompañaron en la caleta,
al gato que sin conocerme acarició mi ropa.
Tu creación a mi servicio
desperdiciada.

Y más que preguntarte, oh Señor,
de dónde les viene esa confianza que aumenta con el paso de los años,
cerraré mi puerta y esperaré, en el rincón menos oscuro,
a que se vaya la noche
y hasta el murmullo de las alas de un escarabajo
sonará como el grito de un demonio
cubriendo el desierto.


REINA MARÍA RODRÍGUEZ





la isla de Wight



yo era como aquella chica de la isla de Wight
-el poema no estaba terminado
era el centro del poema lo que nunca estaba terminado-
ella había buscado
desesperadamente
ese indicio de la arboladura.
había buscado...
hasta no tener respuestas ni preguntas
y ser lo mismo que cualquiera
bajo esa indiferencia de la materia
a su necesidad, el yo se agrieta.
(un yo criminal y lúdico que la abraza
a través de los pastos ocres y resecos del verano).
ella había buscado "la infinitud azul del universo en el ser".
-lo que dicen gira en torno a sus primeros años
cuando el padre murió sin haber tenido demasiado
conocimiento del poema-.
sé que esa mentira que ha buscado
obtiene algún sentido al derretirse
en sus ojos oscuros, ha buscado el abrupto sentido del sentir
que la rodea.
(un poema es lo justo, lo exacto, lo irrepetible,
dentro del caos que uno intenta ordenar y ser)
y lo ha ordenado para que el poema no sea necesario.
despojada del poema y de mí
va buscando con su pasión de perseguir
la dualidad. ha perdido, ha buscado.
ha contrapuesto animales antagónicos que han venido a morir
bajo mi aparente neutralidad de especie,
un gato, un pez, un pájaro... sólo provocaciones.
-te digo que los mires-
para hallar otra cosa entre esa línea demoledora de las formas
que chocan al sentir su resonancia.
-también aquí se trata del paso del tiempo,
de la travesía del mar por el poema-
a donde ellos iban, los poemas no habían llegado todavía.
yo era como aquella chica de la isla de Wight
había buscado en lo advenedizo
la fuga y la permanencia de lo fijo y me hallo
dispuesta a compartir con ella a través de las tachaduras
si el poema había existido alguna vez materialmente
si había sido escrito ese papel
para conservar el lugar de una espera.


MILTÓN MEDELLÍN


  


VI

[declaración de ausencia]
Homenaje a Efraín Huerta



No es sólo la ciudad
ni sus pasos
ennegrecidos de tedio a media noche.

Tampoco la nostalgia de neón
colgando en almacenes
y antros.
Llanto fosforescente de la urbe
que clama su compasión
y su miseria.

Botellas rotas, no.
Ni su licor de baja cepa
derramado por el pavimento.
Ni siquiera la colilla de cigarro,
como mi corazón tirada
en medio de la noche.
Apachurrada y negra.
Como mi corazón, alquitranada.

La planeación urbana de la carne
con sus calles de foco enrojecido,
la esporádica cita
que amenaza con volver a encendernos.
Podrían desfilar las amantes
por esta soledad citadina,
tampoco es el deseo.

Algo falta en mis manos
a pesar de que la ciudad es nuestra.
Algo atraviesa el costado de mi alma,
rompe la sangre en dos,
detiene inmisericordemente
el flujo de estos días con sus noches.

Hay una flama oculta en algún sitio
que esta ciudad condena.
Existe un corazón verdadero,
puro en su lasitud,
perpetuo en su bondad instantánea.
Permanece cerrado un tesoro,
un oro ensimismado y más brillante
que el sol de mediodía.

Un amor que conozco,
una mirada alegre que padezco,
una rara y misteriosa compasión
que se reparte al mundo
y no me pertenece.