sábado, 20 de mayo de 2017


ANTONIO PORCHIA





Un corazón grande se llena con muy poco.



De: “Voces”

EDUARDO CARRANZA




Soneto sediento



Mi tú. Mi sed. Mi víspera. Mi te-amo.
El puñal y la herida que lo encierra.
La respuesta que espero cuando llamo.
Mi manzana del cielo y de la tierra.

Mi por-siempre-jamás. Mi agua delgada,
gemidora y azul. Mi amor y seña.
La piel sin fin. La rosa enajenada.
El jardín ojeroso que me sueña.

El insomnio estelar. Lo que me queda.
La manzana otra vez. La sed. La seda.
Mi corazón sin uso de razón:

me faltas tanto en esta lejanía,
en la tarde, a la noche, por el día,
como me faltaría el corazón.



BAUDELIO CAMARILLO

  


Lluvia de agosto



En el silencio que abre un hueco en la lluvia
mi única luz es la ventana rota.
Un sabor a ceniza persigue aun mi más ligero sueño.
Sólo el tambor escondido en mi pecho
marca el ritmo fugaz con el que danza
el aún más silencioso tiempo de mi sangre.

¿Hace falta decir que es de noche para situarme
de una vez por todas en el envés del mundo?
Es agosto. Llueve.
Y esta lluvia sobre el ajedrez espejeante de los techos,
sobre los árboles que miden el peso
que por la escala del aire precipita su fragmentada sombra,
sobre las calles, sobre la alfombra espesa de la grama;
y esta lluvia, repito, bien puede ser el mar:
el silencioso mar que de pronto despierta,
casca su orbe de sueños
y deja caer su albúmina oxidada por el aire.

¿Dónde estará su cuerpo? ¿Dónde su sombra?
Dónde su corazón que solamente escucho retumbar en el cuarto?
Ah, un relámpago hiere el cristal de mis ojos
y estrella en mi memoria el sitio exacto
donde estuvo su piel.

Ella reía con húmeda nostalgia.
Su risa (espíritu del agua danzando sobre cuerdas)
nacía transparente
y por ahí yo entraba hasta tocarle el alma:
estanque claro, cielo de pronto desligado del aire
como a veces sujeto a la firme caricia del silencio.

Y yo reía también. Reía soleadas fuentes,
reía arcoiris de preciosas piedras,
arroyos de amapolas, cascabeles de luz
y cristales de sol más allá de la lluvia.

¿Qué fuego hace saltar sobre mi piel
esta ámpula de luz?
Duelen mis dedos al tocarla,
pero más que mi piel, mi memoria es la que arde.


Nada.
Ahora escucho el viento desgarrarse entre los limoneros.
Es agosto. Llueve.
Y, solitario en mitad del mar,
sólo el relámpago se esconde tras mis ojos
y a su eléctrico impulso mi sombra se despierta
a vagar por el cuarto.


CÉSAR MORO




Batalla al borde de una catarata



Tener entre las manos largamente una sombra
De cara al sol
Tu recuerdo me persiga o me arrastre sin remedio
Sin salida sin freno sin refugio sin habla sin aire
El tiempo se transforma en casa de abandono
En cortes longitudinales de árboles donde tu imagen se
disuelve en humo
El sabor más amargo que la historia del hombre conozca
El mortecino fulgor y la sombra
El abrir y cerrarse de puertas que conducen al dominio
encantado de tu nombre
Donde todo perece
Un inmenso campo baldío de hierbas y de pedruscos
interpretables
Una mano sobre una cabeza decapitada
Los pies
Tu frente
Tu espalda de diluvio
Tu vientre de aluvión un muslo de centellas
Una piedra que gira otra que se levanta y duerme en pie
Un caballo encantado un arbusto de piedra un lecho de
piedra
Una boca de piedra y ese brillo que a veces me rodea
Para explicarme en letra muerta las prolongaciones
misteriosas de tus manos que vuelven con el aspecto
amenazante de un cuarto modesto con una cortina roja
que se abre ante el infierno
Las sábanas el cielo de la noche
El sol el aire la lluvia el viento
Sólo el viento que trae tu nombre


AURELIO ARTURO

  


Canción de la noche callada



En la noche balsámica, en la noche,
cuando suben las hojas hasta ser las estrellas,
oigo crecer las mujeres en la penumbra malva
y caer de sus párpados la sombra gota a gota.

Oigo engrosar sus brazos en las hondas penumbras
y podría oír el quebrarse de una espiga en el campo.

Una palabra canta en mi corazón, susurrante
hoja verde sin fin cayendo. En la noche balsámica,
cuando la sombra es el crecer desmesurado de los
[árboles,

me besa un largo sueño de viajes prodigiosos
y hay en mi corazón una gran luz de sol y maravilla.

En medio de una noche con rumor de floresta
como el ruido levísimo del caer de una estrella,
yo desperté en un sueño de espigas de oro trémulo
junto del cuerpo núbil de una mujer morena
y dulce, como a la orilla de un valle dormido.

Y en la noche de hojas y estrellas murmurantes,
yo amé un país y es de su limo oscuro
parva porción el corazón acerbo;
yo amé un país que me es una doncella,
un rumor hondo, un fluir sin fin, un árbol suave.

Yo amé un país y de él traje una estrella
que me es herida en el costado, y traje
un grito de mujer entre mi carne.

En la noche balsámica, noche joven y suave,
cuando las altas hojas ya son de luz, eternas…

Mas si tu cuerpo es tierra donde la sombra crece,
si ya en tus ojos caen sin fin estrellas grandes,
¿qué encontraré en los valles que rizan alas breves?,
¿qué lumbre buscaré sin días y sin noches?




ELVA MACÍAS





Frío destello



Valgan de ti calladas actitudes
valgan de mí tantas palabras.
Que te conmueva un hermano pequeño
inexistente
o el germen que perdí
en la blanca displicencia de hospital
o el hijo que te ignora.


Revolotean las frustradas parturientas
que en una gravidez vergonzante
me acorralan
blanco frío destello
y descendimos
atropellada lentitud
niñas
jóvenes
y de madurez marchitas
todas uniformadas
sin peso en el vientre carcomido
y con la decisión de ser infieles madres
mujeres al fin
en otra dimensión.