martes, 22 de septiembre de 2015

JORGE CUESTA PORTE-PETIT




Elegía




Después que mis ojos comprobaron que ya no la veía,
Después que mis oídos penetraban en vano el silencio
Que sus ruidos abandonaron,
Sus paseos, sus palabras,
Y que la muerte me dio una impresión certera y durable de su vacío,
La lluvia invadió súbitamente con su presencia nueva
Mis sentidos desolados
Y mi ser apoyó mi vida en sentirla.
Y cuando alguien vino a hablarme de la civilización europea,
En vez de la lluvia, vi los trenes de Europa y sus paisajes a los lados,
Los castillos que no hay en América
Y recordé el castillo de Windsor
Y cuando me estiré para verlo hasta que se perdía.
Pero se trataba de la fatiga de la vida,
De la pérdida de su frescura religiosa,
De la revolución social y de los hombres que no tienen ninguna fe
Y se asoman a los ruidos confusos para discernir una voz,
Y ven las nubes informes para sorprender una figura.
¿Y yo qué fe tenía? Yo hablaba de la fe y eso me hacía vivir
Durante ese momento
Como tenerla hacía vivir más largamente,
Y en los huecos de mi pensamiento y de mis palabras
Renacía la lluvia y la puerta que enmarcaba sus hilos
Y el tejado enfrente de donde escurrían los chorros más gruesos.
Pero hay todavía huecos
Que no se abren ya sobre otra cosa distinta,
Que no ven a otra lluvia, ni a más imágenes ni a más recuerdos:
Hay huecos que se abren sólo a un vacío silencio
De donde ella partió y donde no crece nada.

SALVADOR NOVO




No podemos abandonarnos



No podemos abandonarnos,
Nos aburrimos mucho juntos,
Tenemos la misma edad,
Gustos semejantes,
Opiniones diversas por sistema.

Muchas horas, juntos,
Apenas nos oíamos respirar
Rumiando la misma paradoja
O a veces nos arrebatábamos
La propia nota inexpresada
De la misma canción.

Ninguno de los dos, empero,
Aceptaría los dudosos honores
Del proselitismo.



MANUEL JOSÉ OTHON


  

Ocaso
                                                      A un pintor


He aquí, pintor, tu espléndido paisaje:
un lago oscuro, ráfagas marinas
empapadas en tintas cremesinas
y en el azul profundo del celaje,

un tronco que columpia su ramaje
al soplo de las auras vespertinas,
y manchadas de verde las colinas
y de amarillo el fondo del boscaje;

un peñasco de líquenes cubierto;
una faja de tierra iluminada
por el último rayo del sol muerto;

y de la tarde al resplandor escaso,
una vela a lo lejos, anegada
en la divina calma del ocaso.
 



JAIME GARCÍA TERRES




La fuente oscura



¡Qué gran curiosidad tengo de verte
sin ropajes ambiguos, oh mi sombra!
Imagino tu piel acribillada
por la nostalgia; de rubor inhábil
erizadas las fugas del contorno;

y me pregunto si guarecen algo más
esos repliegues vaporosos,
si corren por tus venas plenitudes,
si alojas muy adentro constelaciones nunca vistas.

No puede ser que sólo seas un charco de negrura,
digamos, una mancha de vacío.
Con avidez muy tuya me sigues dondequiera
y tu mismo silencio va derramando vida.
Feraz tiniebla, noche cautiva y aplastada,
como la noche sideral celas enigmas, huéspedes,
probables fuegos y zodíacos.

Sin bruma quiero verte, sin enfado.
Milímetro a milímetro,
quiero fisgar en tus intimidades. Acercarme
de veras a la fuente oscura
que llueve tus andanzas contra la paz de mi camino.

 


HOMERO ARIDJIS

  


Llamaré



hasta que las puertas de tu ciudad
fortificada con estatutos inviolables
me acojan como habitante
de la vida que en ti se desenvuelve
igual que la lluvia de silencio
sobre tu cabeza
Gradualmente me impregnaré de ti
hasta que sea humo en tu voz
luz en tus ojos
y haga sobre mis hombros tu futuro
Cuando llegue el otoño
te descubriré al rostro de los hombres
para que en tus vasos alimenticios
vengan a nutrirse de esperanza



EFRAÍN HUERTA




Elegía



Ahora te soñé, así como eras: sin deslices en la voz,
con inmóviles sombras en los brazos
y tus genitales segundos de estatua.
Así como eres todavía: copiándote a ti misma,
cuando no eres ya sino la espuma de tu propia vida.

Bien te sentí en mi sueño como verso divinizado.
Mi tristeza no cabía en el fondo de mi dolor
y fue a manchar la noche de violeta.

El propio ruido de tus piernas habría despertado
los estanques, los recuerdos que a veces olvidamos
en los huecos de los jardines,
las horas que nunca fueron más allá
de donde hoy se desangran segundo por segundo,
el silencio de muchas ventanas,
antiguos y pulidos razonamientos, montañas de destinos.

De un seno tuyo al otro sollozaba un poco de ternura.

Anoche te soñé y no puedo decirte mañana mi secreto
-porque el amor es un magnífico manzano
con frutos de metal envueltos en piel de inteligencia,
con hojas que recuerdan gravemente el futuro
y raíces como brazos sumidos en una nieve de santidad-,
la misma ruta de mis  dedos no podría encontrarte
ahí donde te guardas tan perfecta.
Yo no sabría elegir sino violentamente mi presencia:
te llenaría de asombro; acaso tu memoria no me crea.
Mi fatiga te gritaría un absoluto amor.
Por el cristal de aumento de la luna
la sonrisa de Dios estallaría.