jueves, 25 de septiembre de 2025

BENJAMÍN NETANYAHU


 

SHOLEH WOLPÉ

 

 

Cuenta III

 

 

Todos los viernes el abuelo nos lleva a mí y a mis hermanos a un circo lleno de tigres, elefantes, caballos y hombres sin camisetas con mallas relucientes. Hay mujeres más pequeñas que mi cuerpo de niña, animales más grandes que mi cuarto. Todo es extremadamente divertido hasta que aparece el gigante de cuatro caras. Mis brazos empiezan a temblar. Los escalofríos me recorren hasta la punta de los dedos. El abuelo me toca el hombro y me dice: Es solo una máscara en su cabeza.

Pero yo sé que no

porque todo lo que se ama

—un hermoso día con el abuelo

en aquel circo de Teherán,

el algodón de azúcar pegajoso derritiendo

su canción rosada en mi boca,

mis hermanos, traviesos, con dientes de alegría—

arde siempre hacia un futuro

aún por llegar,

fuegos artificiales en mi mente,

chispas soldadas a cada recuerdo.

 

 

De: “Ábaco de la pérdida: Memorias en verso”

Versión de Corina Oproae

 

 

JOSIP KOCEV

 

  

Mar exhausto

 

 

Han florecido miedos en los que debo adentrarme

para coger algo de tu dolor,

experimentarlo,

y poder por fin llamarte mar exhausto,

esparcir sobre ti las cenizas

de este abrasador día que se fuga.

Sé que tu rostro se deslizará

de mis manos,

y que algún día te hallaré

entre copos de nieve tardíos.

Tu olor será un nuevo nacer,

te sostendré sin lamentos,

y te cuidaré

hasta la próxima pérdida.

 

De: “Dos mares”

Versión de Marco Vidal González

 

 

NOE VERA

 

  

Primera droga

 

 

en el juego del gatito ciego
te tapa alguien los ojos por primera vez
con un pañuelo y ves el cosmos
girás girás girás
hasta el mareo, te saca del presente
tridimensiona del espacio
lo que sabe el cuerpo

ahora con ese vértigo miro el pasado
trato de ver el tiempo
te vi serio esa primera vez
te envolví en un halo de misterio

¿escribir sin distancia se puede?
¿escribir desde el amor cuando está siendo?

me conociste en la versión desmemoriada
señora que ya no guarda que se deja
que encontró su flotación en este mundo
té de las cinco sobre el pasto
sonrisa tatuada brownie loco
ahora creo en todo lo que es simple, digo
te da risa lo alelada me da risa
tu furia fútil porque sé de dónde viene
del fuego de lo terco que es bebé
se enciende para aprender y prende
te echo agua es fácil

toda entera me tomaste
desprevenida me vendaste los ojos
para ver a oscuras más es más
suben al pelo desde el cuello
las conexiones profusas
hasta la cima sensorial
uno por uno los dedos del planeta.

 

ROLANDO ROSAS GALICIA

 

  

Los sonidos del cuerpo

 

 

La gacela más fugaz no es la luz
Ni la pantera más luminosa es la mirada
Si acaso escuchas el estruendo de la lluvia
cuando estrujas tus palabras, sabrás lo que hablo
Escucha su cuerpo, su trayectoria de aire
mira sus ojos, te están diciendo
tantas cosas que presientes

 

 

ENRIQUE DE RIVAS

 

 

 

Voz del Tíber

 

 

Más que en mí, estás conmigo, en una cita
que el tiempo convocó sin consultarnos;
hoy que nos encontramos sin buscarnos,
el lienzo, en su silencio, nos medita.

Nos medita y nos crea, nos incita
una vez más a ser, y siendo, a darnos
mutuamente lo mismo que, al hallarnos,
quisimos ocultar; como quien quita

de sí mismo la carga que más quiere
para añadirla al ser que tiene lejos,
la música intuyendo de su modo:

tu cuerpo es mi dolor que mi agua hiere,
y al herir al pintor nuestros reflejos,
suena, viva en su luz, la luz del Todo.

 

 

SHARON OLDS

 

  

El gremio

 

 

Cada noche, cuando mi abuelo se sentaba

en la sala en penumbra frente al fuego,

el alcohol como lumbre en la mano, su ojo

que brillaba sin sentido a la luz

de las llamas, su ojo de vidrio aciago y pétreo,

un joven se sentaba con él

en el silencio y la oscuridad, un universitario de

piel blanca, tersa, una cara angosta

y bella, una frente ancha

y abovedada, y unos ojos ambarinos como la resina

de los árboles demasiado tiernos para ser cortados.

Era su hijo quien se sentaba, como un aprendiz,

noche tras noche, su copa de brasas

junto a la copa de brasas del viejo,

y bebía cuando bebía el viejo, y aprendía

el oficio del olvido —ese joven

aún no cruel, su pelo oscuro como la

tierra que nutre las raíces del árbol,

ese hijo que llegaría a ser, en su turno,

mejor en esas cosas que su maestro, el aprendiz

que superaría al maestro en la crueldad y el olvido,

que bebería sin cesar frente a las llamas en la penumbra,

ese joven, mi padre.