jueves, 25 de septiembre de 2025

SHARON OLDS

 

  

El gremio

 

 

Cada noche, cuando mi abuelo se sentaba

en la sala en penumbra frente al fuego,

el alcohol como lumbre en la mano, su ojo

que brillaba sin sentido a la luz

de las llamas, su ojo de vidrio aciago y pétreo,

un joven se sentaba con él

en el silencio y la oscuridad, un universitario de

piel blanca, tersa, una cara angosta

y bella, una frente ancha

y abovedada, y unos ojos ambarinos como la resina

de los árboles demasiado tiernos para ser cortados.

Era su hijo quien se sentaba, como un aprendiz,

noche tras noche, su copa de brasas

junto a la copa de brasas del viejo,

y bebía cuando bebía el viejo, y aprendía

el oficio del olvido —ese joven

aún no cruel, su pelo oscuro como la

tierra que nutre las raíces del árbol,

ese hijo que llegaría a ser, en su turno,

mejor en esas cosas que su maestro, el aprendiz

que superaría al maestro en la crueldad y el olvido,

que bebería sin cesar frente a las llamas en la penumbra,

ese joven, mi padre.

 

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