jueves, 25 de abril de 2019


GABRIEL CELAYA




Amparo-Eszbá



Indecisa y cambiante, ¿eres amor o muerte?
¡Ay, ven, Amparo-Ezbá, que te estoy esperando!
Es la palpitación de origen quien podría
acogerte, y besarte, y ofrecerte un refugio
caliente de jazz-hot y trances convulsivos
como, cuando bailando, se pierde la conciencia.
Ven tú, amorosa, ven como la noche crece,
deseo sin objeto, tú que eres el no-objeto
y el placer imposible que en el límite busca
infinitudes ciegas. ¡Ay, no-tú, Ezbá, no-sí,
sí, ven, Ezbá, indecisa, transparente, inasible,
temblorosa de luces, soñadora, engañosa,
tú, tejido del iris, centelleo, sonrisa
hasta mi dulce llanto y a esos gritos salvajes
que no son el amor, o sí son, o al no ser
te llaman desde el centro del tornasol nocturno,
tiránica, traviesa, fascinante, escapada,
y niña, y absorbente como un vórtice suave,
y riendo, riendo, mortal como un pecado
que no existe mas haces con tu burla que exista,
tan cruel, encantadora, pasajera, incitante,
que líquida, impalpable, movimiento sin móvil,
descubres, deshuesada, la santa realidad!
Entonces flota el mundo casi feliz, dudoso,
y el recuerdo anochece lentísimo en la brisa.
Y tú, nunca creída, y tú, siempre sabida,
te ofreces para nada, te niegas para más,
como un antiguo ensalmo y un susurro al oído,
cuando ya todo duerme, y tú casi nos hablas,
o nos cantas, nos rezas, entonteces con nanas.
¡Oh tú, dime quién eres! ¡Oh Ezba, dime si existes!


JUAN SÁNCHEZ PELÁEZ





Trinidad



Cuando todos cavilan, me arrulla
Me arrulla mi melodía pueril.

Luego, me voy de súbito a una isla,
Y allí las tiendas, la pesca de ranas, la obsequiosidad de
una muchacha negra,
Me hacen formular vigilias felices;

Soplo una gran bujía:

                    Es el adiós sollozando en mi corazón.

El ancla que pesa al fondo del fiar.


De: "Animal de costumbre"



TÉOPHILE GAUTIER





El arte



Sí, es más bella la obra trabajada
con formas más rebeldes, como el verso,
o el ónice o el mármol o el esmalte.

¡Huyamos de postizas sujeciones!
Pero acuérdate, oh Musa, de calzar,
un estrecho coturno que te apriete.

Rehúye siempre cualquier ritmo cómodo
como un zapato demasiado grande
en el que todo pie puede meterse.

Y tú, escultor, rechaza la blandura
del barro al que el pulgar puede dar forma,
mientras la inspiración flota lejana;

es mejor que te midas con carrara
o con el paros * duro y exigente,
que custodian los más puros contornos;

o pídele quizá a Siracusa
su bronce en que resalta firmemente
el rasgo más altivo y delicioso;

con la delicadeza de tu mano
descubre dibujando en una veta
de ágata el perfil del dios Apolo.

Huye, pintor, de la acuarela y fija
el color demasiado desvaído
en el horno de los esmaltadores.

Haz que sean azules las sirenas
y retuerzan de cien modos distintos
los heráldicos monstruos sus figuras;

en el lóbulo triple de su nimbo,
la Virgen con el Niño, en cuya mano
hay la esfera con una cruz encima.

Todo pasa. Tan sólo el arte fuerte
posee la eternidad. Únicamente
el busto sobrevive a la ciudad.

Y la moneda rústica y austera
que un labriego ha encontrado bajo tierra,
recuerda que existió un emperador.

Hasta los mismos dioses al fin mueren.
Mas los versos perfectos permanecen
y duran más que imágenes de bronce.

Artista, esculpe, lima o bien cincela;
que se selle tu sueño fluctuante
en el bloque que opone resistencia.


LUCILA NOGUEIRA





La visión de doña Juana



Cuarenta y siete años de clausura
Castrante ese amor que dedicaste
Aun veo tu bulto taciturno
Caminando en las noches de Granada

Semidesnuda en torres de castilla
Hoguera junto al puente levantado
Nadie supo entender tu pesadumbre
Tu cuerpo envejeció desconocido

Doña Juana, la loca fue por celos
La puso la pasión en ese estado
Te veo en Flandes, la tijera en alto,
De la rival las trenzas cercenadas

Don Felipe el hermoso y el liviano
Insulto, indiferencia, bofetada
Pero el amor del rey no devolvieron
Las moriscas con baños perfumados

Velo negro en el rostro melancólico
Enajenada en languidez de enferma
En la cartuja final de Miraflores
Mira al amado muerto como estatua

Te arrancaron tus hijos y tu reino
Tus padres muertos son volver a verte
Aún veo tu bulto taciturno
Caminando en las noches de Granada



MARCO ANTONIO CAMPOS




  
Sonia en el invierno de 1981



Busco precisar a esta hora de la noche
ese instante del invierno azul, cuando al salir
de clases de la universidad nos vimos casualmente
frente a la biblioteca porque desde hacía años
en el fondo anhelábamos vernos.
Inclinaste un poco la cabeza
y el aire leve de las hojas mínimas
de las jacarandas murmuró verde la lengua
de los pájaros que venían del ártico.
Para mí fuiste (y seguirás siéndolo) el invierno azul.
¡Qué de cuándo y cómo yo viví por ti como si fuera uno!:
los cafés de Insurgentes a las cinco de la tarde,
los bares semivacíos de San Ángel que nosotros
colmábamos, los paseos en el claustro y el jardín
de la iglesia de Santo Domingo en Mixcoac,
las caminatas bajo los fresnos en la calle de Goya,
las rimas de poetas ingleses que al leerlas -que al
oírlas- nos sabían a mar,
las baladas baladíes de vanos baladistas
que escuchabas en discos y casets,
aquello, aquello que pudimos compartir,
que hubiéramos querido compartir
-si no hubiéramos apostado puerilmente
la mala carta o pensar que podíamos soportarnos
los domingos siete sin que el hígado reventase.

Tu perfecto rostro oval estaba hecho de la
geometría de la luz, pero no de los adioses.
Tu cuerpo de veinte años se extendía
sobre la hierba y la tierra incendiadas.
Era una rosa abierta para la creación del mundo.
¡Cuánto hubiera dado por más! ¡Por algo más!
No había tiempo que perder, y lo perdimos.

No hay fotografía, Sonia, que precise
la gran belleza de ese preciso instante,
pero ni ese primer instante, ni los meses compartidos,
valió, creémelo, el sufrimiento de ese año,
el terrible sufrimiento de ese año.

Y palomas picotean el grano que les echo.


                                                                              1998


De: "Poesía reunida"


LOUIS ARAGON





Ce



Todo empezará en el CE,
el puente que yo crucé.

Habla un romance perdido
del buen caballero herido;
de una rosa en la calzada
y una túnica soltada;
de un castillo misterioso
y albos cisnes en el foso,
y una pradera en que danza
la novia sin esperanza.

Como una noche de hielo,
el lay de glorias en duelo.

Se van con mis pensamientos
por el Loire los armamentos;
y los convoyes volcados
y llantos mal enjugados.

¡Oh Francia, mi bien-amada!
¡Oh mi dulce abandonada!
qué sola yo te dejé
cruzando el puente de CE.



Versión de Carlos López Narváez