sábado, 25 de junio de 2022


 

LUDWIG SAAVEDRA

 


 

Fuera de borda

 


Aquí has de venir con tus horas
de interminable altura proyección de punto vernal
Has de venir a la sombra de estas palmeras
Para remediar los cauces sin fin  la estática de la tormenta que domesticaste
Con migajas de ácido y caricias de adrenalina

Vendrás como Anfitrite altiva cubierta de efímeras joyas
De espuma marina relumbrando al sol
Desnuda de ira me dirás   He vuelto   me quedaré todo el verano
Podremos ver acampar a las estrellas
En noches que serán dichosas porque solo son dichosas esas cosas
Que se dicen con fe como la poesía

Y luego estaré esperando el camión que me lleve en autostop al Sur
Lo esperaré a las afueras polvorientas de Arica
Donde el desierto tiene miles de voces
Y el Sur es solo una canción que hemos escuchado atentamente
Cuando soñábamos

Solo tengo una certeza
Me deslizo en ella por parajes de hielo
Sonrisas de helechos
Grutas de sutras
Jirones de cuarzo

Con simples gotas de lluvia Maya se disuelve
Sobre el río Ucayali nocturno.

 

 

GIUSEPPE UNGARETTI

 

 

Vagabundo

 

 

En ninguna
parte
de la tierra
me puedo
arraigar

A cada
nuevo
clima
que encuentro
descubro
desfalleciente
que
una vez
ya le estuve
habituado

Y me separo siempre
extranjero

Naciendo
tornado de épocas demasiado
vividas

Gozar un solo
minuto de vida
inicial

Busco un
país inocente

 

Versión de Jesús López Pacheco

 

 

JHAVIER ROMERO

 

  

La cueva de San Atanasio 

A Alessandra Monterrey Santiago

 


Todos se fueron, Alessa, nos dejaron solos 

como a fantasmas bizantinos;

caminaron en puntillas frente a nuestra puerta,

se hablaron en secreto como las luciérnagas susurran sus estrellas en la lluvia.

No hubo embarcación ni brújula para los insomnes,

no conocimos la iglesia en el centro de las aguas,

no escribimos poemas en honor a los buenos vinos

ni escuchamos leer en una lengua extranjera

cuya música fuese un desierto

o un pájaro que canta en el centro de una ciudad devastada

por los atardeceres.

 

En su lugar caminamos hacia la frontera.

(A lo lejos, los árboles te parecen mástiles bajo la luz violeta

que los cerros esparcen sobre su follaje),

Andamos cuesta arriba hasta donde el lago

se transforma en un manto de guijarros azules.

No entramos.

Tú, porque habías viajado por los cinco continentes

y no te resignabas a que tu porción del Ohrid

fuese solo un espacio frente a un viejo hotel de los setenta.

Yo, porque el agua transparente

me hacía temer el cerúleo rostro de un ahogado entre las algas.

Nada memorable sucedió al regreso:

recogí las bayas que colgaban a la orilla de la carretera,

mis chancletas se rompieron

y caminé descalzo hasta que llegamos a la entrada de la cueva de San Atanasio.

 

No entraste, no podías entrar, Alessa,

aún faltaban cuatro años

para que los cerezos nos miraran respirar bajo su púrpura infinito;

pero frente a los frescos sin rostro de la gruta,

frente al rústico altar donde puse una moneda

como quien coloca un nido repleto de gorriones,

algo vino a mí como el ruido de la luz en la hojarasca,

como el vuelo de las florecillas que se adentran en la niebla.

 

Entonces pude verte en una esquina de la cueva.

Contemplabas los dibujos rupestres

como quien después de muchos años, entre viejos álbumes,

descubre una fotografía sepia de su infancia.

Te seguí al campo,

colocaste entre mis labios el fruto del enebro.

Me cubriste entero con las hojas de un arce,

hojas rojas de los árboles

que hunden sus raíces en la piedra.

Me enseñaste el lenguaje de las adormideras,

el verdadero nombre de todas las galaxias,

el braille de la oruga en la oscuridad de su capullo.

“No se trata de juntar los monstruos-me dijiste-.

Se trata de juntar los niños.

Amar es vivir juntos en la infancia”

 

Regresé del trance,

descubrí que no estabas en la gruta,

que había vivido muchos días en un solo segundo,

que tu cueva era el Cáucaso en otoño.

Luego vinieron las explicaciones:

la visión mística,

las puertas dimensionales,

la velocidad supralumínica,

la proyección de la conciencia en el espacio- tiempo.

 

Tuve miedo de que no existieras,

así que te hice entrar en todos mis recuerdos:

Nosotros, una tarde en Salsipuedes;

nosotros frente al mural de Comalapa,

nosotros en la isla de Ometepe,

nosotros en Montparnasse,

nosotros caminando hacia la cueva de San Atanasio.

 

 

 

HUGO BALL

 

  

El sol

 

 

Entre mis párpados avanza un carrito de niño.
Entre mis párpados va un hombre con un caniche.
Un grupo de árboles se torna un fajo de serpientes y silba por el cielo.
Una piedra sostiene una charla. Árboles en fuego verde. Islas flotantes.
Temblor y tintineo de conchas y cabeza de pescado como en el fondo del mar.

Mis piernas se extienden hasta el horizonte. Cruje una carroza
Muy a lo lejos. Mis botas sobresalen por encima el horizonte como torres
De una ciudad que se hunde. Soy el gigante Goliat. Queso de cabra digiero.
Soy un ternerito de mamut. Me olfatean los verdes erizos de pasto.
La hierba tiende sables y puentes y arcoíris verdes sobre mi barriga.

Mis orejas son conchas gigantes rosadas, bien abiertas. Mi cuerpo se hincha
Con los ruidos que quedaron presos adentro.
Escucho los balidos
Del inmenso Pan. Escucho la música bermeja del sol. Él permanece arriba
A la izquierda. Bermellón caen sus rasgones hacia la noche del mundo.
Cuando desciende aplasta la ciudad y las torres de la iglesia
Y todos los jardines colmados de crocus y jacintos, y habrá un sonido semejante
a las tonterías que disparan las trompetas de niños.

Pero hay en el aire un ventarrón de púrpura, yema de amarillo
y verde botella. Bamboleos, que un puño naranja aferra en largos hilos,
y un cantar de cuellos de ave que retozan por las ramas.
Un andamiaje muy tierno de banderas infantiles.

Mañana el sol será cargado en un vehículo de ruedas enormes
Y conducido a la galería de arte Caspari. Un negro cabeza de toro
Con la nuca abultada, nariz chata y paso amplio, llevará cincuenta
Asnos blancos y chispeantes, que tiran del carro en la construcción de las pirámides.
Se agolparán muchos países de colores sanguíneos.
Nanas y nodrizas,
Enfermos en ascensores, una grulla con zancos, dos bailarinas de San Vito.
Un señor con corbata de moño de seda y un guardia de rojos olores.

No puedo sostenerme: estoy lleno de dicha. Los marcos de las ventanas
Revientan. Cuelga una niñera de una ventana hasta el ombligo.
No puedo ayudarme: los domos se revientan con fugas de los órganos. Quiero
crear un nuevo sol. Quiero chocar los dos uno con otro
cual cimbales y alcanzarle la mano a mi dama. Nos esfumaremos
en una litera violeta sobre los techos de nuestra ciudad solamarilla
cual pantallas de papel de seda en la ventisca.

 

 

GERARDO RODRÍGUEZ SALAS

 

 

 

Escalera de agua


 
No hay grito más atroz que el del silencio
ni arrullo más genuino que el del agua,
no hay diques que contengan el ayer,
ni saltos, ni fronteras arbitrarias,
no hay olvido en el musgo ni rigor en la roca,
no bajo los peldaños, ni lloro por tu ausencia,
pues soy gota del río cristalino
que, fundida en tus dedos, abraza la ciudad.

 

 

 

LUIS DE CAMÕES

 

 

 

Al ver vuestra belleza, oh amor mío


 

Al ver vuestra belleza, oh amor mío,
de mis ojos dulcísimo sustento,
tan elevado está mi pensamiento
que conozco ya el cielo en vuestro brío.

Y tanto de la tierra me desvío
que nada estimo en vuestro acatamiento,
y absorto al contemplar vuestro portento
enmudezco, mi bien, y desvarío.

Mirándonos, Señora, me confundo,
pues todo el que contempla vuestro hechizo
decir no puede vuestras gracias bellas.

Porque hermosura tanta en vos ve el mundo
que no le asombra el ver que quien os hizo
es el autor del cielo y las estrellas.