sábado, 9 de julio de 2016


MARIA ELVIRA LACACI




El traje nuevo



Voy a vestirme el traje de etiqueta.
Cuidaré mis maneras.
Perfumaré mi aliento -respirando el estiércol tanto tiempo...-

No. No es correcto. Lo sé,
el presentarme así todos los días.
A mi modo. Rebelde.
Llevando de la mano -igual que las gitanas a la puerta del "Metro"-,
palabras mal peinadas. Andrajosas. Desnudas.
Intentaré acordarlas.
Arcangélica música debe llevar el viento
cuando gira:
"Los oros del otoño", "Las cascadas", "Los trinos".

Pero no. No podré; ¡estos modales...!
Cuando me sienta estrecha aquí en el alma.
Cuando me pise sin clemencia el Tiempo,
vocearé de nuevo.
Escupiré a la rima -la rima es de burgueses
de la dicha-, y mis zapatos
llevaré ya en la mano. Iré saltando
libre
de su opresión.
Y de verdad lo siento. Debe ser tan hermoso,
con paternal orgullo,
pasear entre gentes -satisfechas
del todo- almidonadas frases
con puntillas
y lazos
de colores vistosos...



ELA CUAVAS




La estación dolorosa



Vivo en un lugar lleno de árboles y vacas, y mujeres con niños en sus brazos que caminan largos trayectos buscando un poco de leña, un poco de agua, un poco de leche; mujeres hechas de viento, de madera gastada y de sed.

Mujeres que amasan el barro del desamparo en sus costillas y encienden sus lámparas con el aceite que brota de sus muslos.

En el verano el lugar que habito se llena de polvo, el sol quiebra el rostro de los animales y Dios se esconde como un niño detrás de los árboles.
Todo se transforma en esa estación dolorosa, hay una llaga que acosa el pie izquierdo y un ángel lanzallamas juega con su aburrimiento a las puertas del cielo.

Pero el invierno es lo peor, el barro se pega al alma como una maldición y no hay manera de transportarse, el camino se llena de Cristos con sus cruces a cuestas y sólo caminar nos vuelve mansos.

Me toca vivir aquí, cada día debo ponerme una máscara que oculte las lágrimas; yo que soñaba con una casita frente al mar y pescadores de piel renegrida hablando de sus dulces preocupaciones; hablando del sol, del viento y la marea.

En este lugar hay una montaña donde ayer hubo hombres con la inteligencia de un pequeño dios, el alma blanca y las manos cuarteadas por el trabajo.

Aquí  Dios ha olvidado sus zapatos para que recordáramos que no todo es luz en su reino.

Y a mí sólo me ha tocado el viento amenazando con llevarse mi casa, y dentro de poco no seré más que un cristal esparcido después de la estampida.



UMBERTO SENEGAL




¡Qué bien coloreó
estas frutas el sol
de la madrugada.



ALFONSO REYES




Las hijas del rey amor



En la más diminuta isla,
donde nadie la descubrió,
habitada por bellas formas
diminutas que nadie vio…
-Oh, los pájaros saben tanto!
La gaviota que la encontró,
la que vuela por tantos mares,
la gaviota me lo contó-,
…un castillo de miniatura,
el castillo del Rey de Amor,
con sus torres y sus puentes
se levanta sobre un terrón.
A la siesta, frente al castillo
-el Castillo del Rey de Amor-,
diminutos lagartos verdes
suelen ir a beber su sol;
y en los frescos anocheceres,
a la hora del pastor,
por el aire revolotean
las dos hijas del Rey de Amor.
Hete aquí que a la mayorcita,
que se llamaba Flor de Amor,
un lagarto salió al encuentro
y le dijo cuando salió:
-¿Me darás tu precioso anillo?
Con fatigas lo quiero yo-.
Y en galante doncel de amores
al decirlo se convirtió.
Y la niña ¿qué le responde?
Bien oiréis lo que respondió:
-¡Que te alejes y te me apartes,
que lagartos no quiero yo!-
Más no dijo ni más dijera,
que el doncel desapareció,
y quedó sin hablar la niña
que se llamaba Flor de Amor.
Y hete aquí que a la menorcita
también llamada Flor de Amor,
un garrido galán de amores
en amores la requirió.
Y la niña ¿qué le responde?
Bien oiréis lo que respondió:
-¡Hora sús, lindo caballero!
Que contigo me fuera yo;
que me robes sobre la grupa
de tu corcel
galopador,
y me lleves a donde sabes
que apetece mi corazón-.
Más no dijo ni más dijera,
que el doncel la espuela hincó,
y por el aire huyó la niña
también llamada Flor de Amor.
¿Quién dirá cómo sigue el cuento,
que no atino a seguirlo yo?
¿Para qué recordar los años
-fueron años de dolor-,
cuando lloraba, hilando el copo,
la mayorcita Flor de Amor?
Una tarde, frente al castillo,
una libélula llegó.
Sobre su dorso cabalgaba
la menorcita Flor de Amor.
Era la hora en que las olas
se acariciaban con rumor,
las luciérnagas encendían
sus farolillos de color,
y por el suelo verdeaban
los lagartos del Rey de Amor.
Y un lagarto y una libélula,
y la mayor y la menor,
tanto charlaban y reían
que la gaviota no entendió…

La gaviota de tantos mares,
la gaviota me lo contó.
Cuando ya todos son felices
¿a qué seguir con la canción?
Otro venga a acabar el cuento,
que no acierto a acabarlo yo.

("Las hijas del rey amor", Constancia Poética OC. X)



ROSSANA ARELLANO




Paraíso del silencio



Ya tengo mi jardín,
allá donde el cuerpo dejó de soñar la jaula pequeña,
allá donde se agarran los ojos
a la chispa de luz de mil océanos estelares,
allá al sur de la arrogancia
donde se borran los muertos,
aquéllos que no dejamos recojan
nuestra letra escrita a sangre.

¿Y qué es la flor sin su tallo ni hoja?
¿Qué es la flor sin su corola y pistilo?

Ya nada en absoluto
sostiene el invisible de esta tierra oscura
así, caminamos el tiempo de lo mismo.
Yo, existo,
trepando hojas oscuras
en la tierra de nadie,
luego pulverizo la estrella
que escribió hace tantos siglos un nombre

¿A qué fin la llama ahogada de mi letra?
Sumo al infinito mi cicatriz profunda, la dejo ser.

Fugitiva, como corola al aire
que no sabe cantar sus lamentos,
porque le preñaron hastío al rocío,
cuando la línea pura, arde
el trozo de tiempo, arde
el hombre oprimido, arde
y la boca que espera unos labios en flor
no halla su nocturno en este infierno.

Un desgarro entre los huesos al matutino
se ciñe y aguarda a la cintura del viento.

La ceremonia del día
en su rutina de diminuto reloj,
allá, en el paraíso del silencio.
Yo, flor y semilla de holocaustos
Yo, esqueleto solitario
Yo, ave migratoria.
Me declaro canto salvaje,
raíz desnuda procreando en infinitos.




ORIETTA LOZANO




Palabras lejanas
                                             A Alejandro Pluma



Soy la antigua amiga de la correspondencia lejana
de cartas delirantes enredadas en los sueños.
Apenas te acordarás de las secretas frases
entre sedas vaporosas que vestía la curva de mi vientre.
y hoy cuando el sol ha bajado hasta los árboles
y los pájaros circundan la autopista
te imagino tan duro y tan flexible
entre los fragmentos dejados por mis dedos.
Yo, la que te enviaba las estrellas entrega inmediata
y con fugitivo aire de poeta
merodeaba el correo y al librero de cabellos blancos.
Yo, a quien después de tanto conoces poco,
he dejado mi vocación de errante,
mis secretas corrientes de aire
por donde escapaba mi soledad.
Te conozco allí donde pareces más lejano
en la transparencia de tu sonido.
Pobre poeta malhumorado de largas barbas,
¿vendrán tus palabras a dispersar mi angustia?
Yo, la que intentaba en tediosas noches
dejar mi rostro en fugaces cuerpos
para quedarme sola con el agua y los espejos,
me miro ahora en la palabra de tu carta más amada,
y esta vez no habrá intentos de suicidios
a cambio de tu fruta indescifrable.
Sólo destellos de silencio.