La estación dolorosa
Vivo
en un lugar lleno de árboles y vacas, y mujeres con niños en sus brazos que
caminan largos trayectos buscando un poco de leña, un poco de agua, un poco de
leche; mujeres hechas de viento, de madera gastada y de sed.
Mujeres
que amasan el barro del desamparo en sus costillas y encienden sus lámparas con
el aceite que brota de sus muslos.
En el
verano el lugar que habito se llena de polvo, el sol quiebra el rostro de los
animales y Dios se esconde como un niño detrás de los árboles.
Todo se transforma en esa estación dolorosa, hay una llaga que acosa el pie izquierdo y un ángel lanzallamas juega con su aburrimiento a las puertas del cielo.
Todo se transforma en esa estación dolorosa, hay una llaga que acosa el pie izquierdo y un ángel lanzallamas juega con su aburrimiento a las puertas del cielo.
Pero
el invierno es lo peor, el barro se pega al alma como una maldición y no hay
manera de transportarse, el camino se llena de Cristos con sus cruces a cuestas
y sólo caminar nos vuelve mansos.
Me
toca vivir aquí, cada día debo ponerme una máscara que oculte las lágrimas; yo
que soñaba con una casita frente al mar y pescadores de piel renegrida hablando
de sus dulces preocupaciones; hablando del sol, del viento y la marea.
En
este lugar hay una montaña donde ayer hubo hombres con la inteligencia de un
pequeño dios, el alma blanca y las manos cuarteadas por el trabajo.
Aquí
Dios ha olvidado sus zapatos para que recordáramos que no todo es luz en su
reino.
Y a
mí sólo me ha tocado el viento amenazando con llevarse mi casa, y dentro de
poco no seré más que un cristal esparcido después de la estampida.
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