Ya tengo mi jardín,
allá donde el cuerpo dejó de soñar la jaula pequeña,
allá donde se agarran los ojos
a la chispa de luz de mil océanos estelares,
allá al sur de la arrogancia
donde se borran los muertos,
aquéllos que no dejamos recojan
nuestra letra escrita a sangre.
¿Y qué es la flor sin su tallo ni hoja?
¿Qué es la flor sin su corola y pistilo?
Ya nada en absoluto
sostiene el invisible de esta tierra oscura
así, caminamos el tiempo de lo mismo.
Yo, existo,
trepando hojas oscuras
en la tierra de nadie,
luego pulverizo la estrella
que escribió hace tantos siglos un nombre
¿A qué fin la llama ahogada de mi letra?
Sumo al infinito mi cicatriz profunda, la dejo ser.
Fugitiva, como corola al aire
que no sabe cantar sus lamentos,
porque le preñaron hastío al rocío,
cuando la línea pura, arde
el trozo de tiempo, arde
el hombre oprimido, arde
y la boca que espera unos labios en flor
no halla su nocturno en este infierno.
Un desgarro entre los huesos al matutino
se ciñe y aguarda a la cintura del viento.
La ceremonia del día
en su rutina de diminuto reloj,
allá, en el paraíso del silencio.
Yo, flor y semilla de holocaustos
Yo, esqueleto solitario
Yo, ave migratoria.
Me declaro canto salvaje,
raíz desnuda procreando en infinitos.
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