"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
martes, 31 de marzo de 2020
DULCE MARÍA LOYNAZ
Siempre,
amor:
Por
arriba del beso
que
fué comida de gusanos
y
de la rosa que se pudre,
cada
mañana azul,en la caja del muerto.
Por
arriba mil lunas de este hilo
de
baba que en el suelo
dejó
el molusco pálido;
por
arriba del pan mezclado con ceniza,
de
la mano crispada junto al hierro.
Siempre,
amor... Más allá de toda fuga,
de
toda hiel, de todo pensamiento;
más
allá de los hombres
y
de la distancia y del tiempo.
Siempre,
amor:
En
la hora en que el cuerpo
se
libra de su sombra... Y en la hora
en
que la sombra va chupando el cuerpo...
Siempre,
amor... (¡Y estas dos palabras naúfragas,
entre
alma y piel clavadas contra el viento!)
MASAOKA SHIKI
Gente
que viene, gente que va
Sobre el páramo primaveral,
¿Para qué, me pregunto?
Sobre el páramo primaveral,
¿Para qué, me pregunto?
De: “Primavera”
TAHAR BEN JELUN
El
día claro
suspenso
entre
el alba y la piedra
se
yergue
adentro
de la soledad del niño
que
habita la gacela
y
olvida el sueño
Versión de Sergio Ernesto
Ríos.
CARL SANDBURG
Listo para matar
Diez minutos llevo mirándolo.
Por aquí he pasado antes muchas veces y me ha extrañado.
He aquí un monumento en bronce, recuerdo de un famoso
general
a caballo, con la bandera y la espada y revólver en mano.
Cuánto me gustaría hacer añicos todo ese catafalco,
reducirlo a un montón de escombros, que se lo
lleven a la chatarrería.
Te lo diré con toda claridad:
luego de que el granjero, el minero, el tendero, el obrero,
el bombero y el camionero
hayan sido recordados en sus monumentos de bronce,
dándoles la forma del trabajo de conseguirnos a todos,
algo que comer, algo que vestir,
cuando apilen unas cuantas siluetas
recortadas contra el cielo
aquí en el parque,
y rememoren a los auténticos forzudos que hacen el trabajo
del mundo, que dan de comer a la gente en vez de
aniquilarla,
entonces, a lo mejor sí que me plantaré aquí
a contemplar con tranquilidad a este general del ejército
que enarbola su bandera al viento
y cabalga como un demonio en su montura,
listo para matar a todo el que se le ponga por delante,
listo para que corra la sangre roja por la hierba nueva y
tierna de la pradera, y que la empapen las entrañas
de los hombres.
Diez minutos llevo mirándolo.
Por aquí he pasado antes muchas veces y me ha extrañado.
He aquí un monumento en bronce, recuerdo de un famoso
general
a caballo, con la bandera y la espada y revólver en mano.
Cuánto me gustaría hacer añicos todo ese catafalco,
reducirlo a un montón de escombros, que se lo
lleven a la chatarrería.
Te lo diré con toda claridad:
luego de que el granjero, el minero, el tendero, el obrero,
el bombero y el camionero
hayan sido recordados en sus monumentos de bronce,
dándoles la forma del trabajo de conseguirnos a todos,
algo que comer, algo que vestir,
cuando apilen unas cuantas siluetas
recortadas contra el cielo
aquí en el parque,
y rememoren a los auténticos forzudos que hacen el trabajo
del mundo, que dan de comer a la gente en vez de
aniquilarla,
entonces, a lo mejor sí que me plantaré aquí
a contemplar con tranquilidad a este general del ejército
que enarbola su bandera al viento
y cabalga como un demonio en su montura,
listo para matar a todo el que se le ponga por delante,
listo para que corra la sangre roja por la hierba nueva y
tierna de la pradera, y que la empapen las entrañas
de los hombres.
De: "Poemas de
Chicago"
Versión de Miguel
Martínez-Lage
JUAN CARLOS SUÑEN
24
El que ahora acompaña
a la pequeña al parque. Me ha pegado
ese niño, papá: nada que pueda
no arreglarse con una coca-cola.
De: "La prisa"
PEDRO GANDIA
Paraíso sin ti, ni imagino ni quiero
Su
orgullosa belleza
por
la que el mundo era
ya
no es verdad.
………………..Un
ángel
con
su espada de olvido
……………………te
envenene de muerte
………………………………………eterna
atravesándote.
……………………(1986)
lunes, 30 de marzo de 2020
YANKO GONZÁLEZ
pessoa
la belleza es griega. pero la conciencia de
que sea griega es chilena.
nada es, todo se otrea.
JACK KEROUAC
Escuchando
a los pájaros usando
diferentes voces, perdiendo
mi perspectiva de la Historia
diferentes voces, perdiendo
mi perspectiva de la Historia
De: “American Haiku”
GIACOMO LEOPARDI
CANTO IX. Último canto a Safo
Plácida
noche, y verecundo rayo
de
la poniente luna; y tú que apuntas
en
la tácita selva sobre el risco,
nuncio
del día; oh deleitosas, caras
—Mientras
las Furias ignoré y el hado—,
apariencias
al alma; no sonríe
dulce
visión al desolado afecto.
Sólo
se aviva nuestro gozo insólito
cuando
en el éter líquido se vuelven
y
por campo trepidantes, las ondas
polvorientas
del Austro, y cuando el carro,
grave
carro de Jove, a nos en lo alto
tronando,
el tenebroso aire divide.
Nos
por barrancos y profundos valles
nada
place entre nimbos, y la vasta
fuga
de grey turbada, y de hondo
río
y dudosa orilla
el
son de la onda y la ira victoriosa.
Bello
tu manto, ¡oh divo cielo!, y bella
eres
tú, perlada tierra. Ay, de aquesta
infinita
beldad parte ninguna
a
la mísera Safo concedieron
el
numen e impía suerte. En tus soberbios
reinos,
vil, ¡oh natura!, y grave huésped
y
despreciada amante, a tus graciosas
formas
en vano el alma y las pupilas
suplicante
vuelvo. No me ríe
la
abierta margen, ni de etérea puerta
el
matutino albor: ni a mí ya el canto
de
coloreados pájaros, ni de hayas;
el
murmullo saluda: y do a la sombra
de
los sauces inclinados despliega
lúbrico
pie las flexüosas linfas
desdeñado
sustrae,
y
oprime en fuga las olientes playas.
Mas,
¿qué falta, qué tan nefando exceso
manchó
mi nacimiento, que tan torvo
me
fuera el cielo y de fortuna el rostro?
¿En
qué pequé de niña, cuando ignara
de
crimen es la vida, que menguado
de
juventud, marchito, en el huso
de
la indómita Parca se torciera
herrumbrado
mi estambre? Incautas voces
tu
labio expande: el destinado evento
mueve
arcano consejo. Arcano es todo,
salvo
nuestro dolor. Prole olvidada
nacimos
para el llanto, y en el regazo
del
Dios yace el motivo. ¡Ay anhelos
de
la más tierna edad! A la apariencia,
a
la amena apariencia eterno reino
aquí
dio el Padre; y por magnas empresas,
por
docta lira o canto,
virtud
no luce en un desnudo manto.
Moriremos.
Dejado el velo indigno,
desnuda
el ánima huirá hacia el Hades,¹
y
el crudo fallo enmendará del ciego
dispensador
del sino. Y tú a quien largo
amor
en vano, y larga fe, e inútil
furor
me ató de un fuego inaplacado,
vive
feliz, si pudo en este mundo
feliz
vivir mortal. Ya no escanció
de
su ánfora avara el licor suave
Jove,
cuando murieron los engaños
y
sueños de mi infancia. Los más gayos
días
de nuestra edad vuelan primero.
Siguen
los males, la vejez, la sombra
de
la gélica muerte. Así de tantos
gratos
errores y esperadas palmas,
el
Tártaro² me resta; el bravo ingenio
va
a la tenaria Diva,³
la
oscura noche y la silente riba.
1
Plutón, el dios infernal.
2
Según Hesíodo, la parte más profunda y oscura del infierno, cárcel perpetua
para el alma de los criminales.
3
Hécate, la diosa infernal, llamada así por el río Ténaro, cerca de cuya
desembocadura se imaginaba la entrada a los infiernos.
JULIO HERRERA Y REISSIG
La ausencia meditativa
Je me
souviens
des jours anciens
et je pleure.
Verlaine
des jours anciens
et je pleure.
Verlaine
Tu
piano es un enlutado misterioso y pensativo...
hay un sueño de Beethoven desmayado en el atril;
su viudez es muy antigua y en su luto intelectivo
tiene lágrimas muy negras su nostalgia de marfil.
En la abstracción somnolienta del espejo, está cautivo
el histérico abandono de tu tarde juvenil,
su metafísica extraña cuenta un cuento extenuativo
a la alfombra, a la cortina y al dolor de tu pensil.
Tus glorietas me abandonan. Hoy los pálidos violines
me anunciaron la agonía de tus últimos jazmines...
Fue mi llanto a la ribera. Mientras el hada Neblina
abdicó frívolamente su corona de algodón...
¡En el clorótico espanto de la vela sibilina,
tus ausencias meditaban en mi gran desolación!
hay un sueño de Beethoven desmayado en el atril;
su viudez es muy antigua y en su luto intelectivo
tiene lágrimas muy negras su nostalgia de marfil.
En la abstracción somnolienta del espejo, está cautivo
el histérico abandono de tu tarde juvenil,
su metafísica extraña cuenta un cuento extenuativo
a la alfombra, a la cortina y al dolor de tu pensil.
Tus glorietas me abandonan. Hoy los pálidos violines
me anunciaron la agonía de tus últimos jazmines...
Fue mi llanto a la ribera. Mientras el hada Neblina
abdicó frívolamente su corona de algodón...
¡En el clorótico espanto de la vela sibilina,
tus ausencias meditaban en mi gran desolación!
ERNESTO MEJÍA SÁNCHEZ
La sopera
Madre tenía una sopera de aluminio brillante,
sin ninguna abolladura, que lucía sólo con las visitas distinguidas, y eso para
una naranjada o un bole de naranjas, de ésas que daba nuestra tierra. Mentira
que fuéramos terratenientes latifundistas, como dijo uno por allí, sino que
teníamos un miniminifundio bien cultivado de qué comer, allá, antes de la
Alianza para el Progreso de los Somozas. Bueno, pues la sopera relumbraba en el
aparador como un artefacto de Benvenuto. Pero los niños somos (o fuimos)
aristotélicos y nos intrigaba, no podíamos concebir, que una sopera no sirviera
para la sopa diaria. Por eso, cuando llegó Mama Rosa, una Argüello grande y
rosada, señorita del siglo XIX que fumaba puros chilcagre y todo el
día estaba rosario en mano con una baraja española llena de reyes, de bastos y
de oros, y vimos la sopera humeante en la mesa, también hubo desconcierto, y
alguien dijo, y estoy seguro que fui yo: Mama Rosa, es la primera vez que esta
sopera sirve para sopa, será porque hay visitas. Mama Rosa sonrió como rosa en
su otoño y Madre nos lanzó una mirada conmovedora, que tenía del rencor y el
disimulo de la clase media cogida infraganti, descubierta en no sé qué esencial
falta de elegancia, en pecado mortal contra la distinción que no permite bajar
peldaño, ni morirse de risa.
De: “Poemas familiares”
ENRIC SÓRIA
domingo, 29 de marzo de 2020
THOMAS BERNHARD
13 de julio
Tengo
días grises y momentos negros. No soy feliz.
A pesar de todo, no conozco a nadie con quien quisiera cambiarme;
el corazón se me encoge al imaginar que yo pudiera ser tal o tal otro de mis conocidos.
No, no quisiera ser ninguna otra persona.
En mi primera juventud sufrí mucho por el hecho de ser feo, y en mi abrasador deseo
de ser guapo me tenía por un monstruo de fealdad. Ahora sé que mi aspecto es
más o menos el de todo el mundo. Lo cual tampoco me pone muy contento.
No me hago grandes ilusiones sobre mí mismo, ni en la cáscara ni en las entrañas.
Pero no quisiera ser otra persona.
Queremos ser amados, a falta de esto admirados, a falta de esto temidos, a falta de esto
odiados y despreciados. Queremos suscitar en los demás alguna especie de sentimiento.
El alma aborrece el vacío, y quiere tener contactos a cualquier precio.
A pesar de todo, no conozco a nadie con quien quisiera cambiarme;
el corazón se me encoge al imaginar que yo pudiera ser tal o tal otro de mis conocidos.
No, no quisiera ser ninguna otra persona.
En mi primera juventud sufrí mucho por el hecho de ser feo, y en mi abrasador deseo
de ser guapo me tenía por un monstruo de fealdad. Ahora sé que mi aspecto es
más o menos el de todo el mundo. Lo cual tampoco me pone muy contento.
No me hago grandes ilusiones sobre mí mismo, ni en la cáscara ni en las entrañas.
Pero no quisiera ser otra persona.
Queremos ser amados, a falta de esto admirados, a falta de esto temidos, a falta de esto
odiados y despreciados. Queremos suscitar en los demás alguna especie de sentimiento.
El alma aborrece el vacío, y quiere tener contactos a cualquier precio.
Versión de Gabriel Ferrater
GUNNAR EKELÖF
3.
Te
hablo a ti
Hablo de ti
desde el fondo de mí mismo
Sé que no contestas
¡Cómo ibas a poder hacerlo
siendo tantos los que te imploran!
Todo lo que pido
es poder quedarme aquí expectante
y que me ofrezcas una señal
desde dentro de mí,
una señal de ti!
Hablo de ti
desde el fondo de mí mismo
Sé que no contestas
¡Cómo ibas a poder hacerlo
siendo tantos los que te imploran!
Todo lo que pido
es poder quedarme aquí expectante
y que me ofrezcas una señal
desde dentro de mí,
una señal de ti!
De: “Dïwān del Príncipe de
Emigion”
GERMAN BLEIBERG
Retorno póstumo
Con las primeras violetas viene,
tan acostumbrado al ruido del tiempo,
él, nuestro sueño inhabitable,
transitando solo,
de nube en nube,
nuestro sueño confundido con el mar,
con el sediento desierto,
después de haber besado con labios infinitos
el último horizonte de la vida.
Viene desnudo, pensativamente,
bajo el peso de una palabra
horadando su conciencia de lirio incesante,
el sueño que forja palabras verdaderas,
palabras perennes,
el sueño agobiado por una palabra
que nunca osó pronunciar,
ni siquiera frente a un espejo,
la palabra que desde niño
enturbia secamente su voz segura,
su jadeante aliento,
como una flor desfallecida
entre las fauces de un grito,
palabra que se derrumba,
entre músicas sin aposento,
entre silencios velocísimos
devorando palabras nunca dichas.
Y retorna desnudo, sueño muerto,
el ritmo de angustiosos poemas,
poemas virginales de la muerte
y los amigos que por él oraban
en el funeral radiante de sombras,
apenas recuerdan su vaporoso tránsito,
y las ortigas, sin lastimar su piel transparente,
han olvidado aquellas manos soñadoras
antaño heridas por sus aguijones.
Orlaba el laurel su frente de sueño rubio,
y ahora se avergüenza, tímido,
de las frágiles alas suscitando sus vivos vuelos,
porque la única palabra que hubiere querido decir,
no pudo decirla nunca,
-Dios sabe qué misterios anudan los sueños-,
palabra aún por inventar
definitiva como el amor o como el odio.
Porque había un viento negro,
una mañana de tétricos, nocturnos vientos,
y su palabra quedó muerta,
insepulta en los abismos insondables,
germinando en el corazón del sueño,
y hoy regresa,
él, el sueño,
para pronunciar su palabra severamente,
la misteriosa,
cuando ignora que le cercan viejos huracanes,
oh sueño inmortal,
sueño muerto del poeta.
El Señor le ha concedido su póstumo retorno,
bajo el sol que irradia sobre el parque
el fuego vivo nutriendo las estatuas,
pero él, sueño agitado desde el origen de los cielos,
siente que su palabra se anega en silencio calcinante,
y que su voz es nada,
y que su cántico es inútil,
porque no encuentra su palabra última,
y el sueño sonríe,
acariciando húmedas violetas matinales,
para soñarse a sí mismo,
lejos, cada vez más lejos
de este ruido feroz de las horas.
Con las primeras violetas viene,
tan acostumbrado al ruido del tiempo,
él, nuestro sueño inhabitable,
transitando solo,
de nube en nube,
nuestro sueño confundido con el mar,
con el sediento desierto,
después de haber besado con labios infinitos
el último horizonte de la vida.
Viene desnudo, pensativamente,
bajo el peso de una palabra
horadando su conciencia de lirio incesante,
el sueño que forja palabras verdaderas,
palabras perennes,
el sueño agobiado por una palabra
que nunca osó pronunciar,
ni siquiera frente a un espejo,
la palabra que desde niño
enturbia secamente su voz segura,
su jadeante aliento,
como una flor desfallecida
entre las fauces de un grito,
palabra que se derrumba,
entre músicas sin aposento,
entre silencios velocísimos
devorando palabras nunca dichas.
Y retorna desnudo, sueño muerto,
el ritmo de angustiosos poemas,
poemas virginales de la muerte
y los amigos que por él oraban
en el funeral radiante de sombras,
apenas recuerdan su vaporoso tránsito,
y las ortigas, sin lastimar su piel transparente,
han olvidado aquellas manos soñadoras
antaño heridas por sus aguijones.
Orlaba el laurel su frente de sueño rubio,
y ahora se avergüenza, tímido,
de las frágiles alas suscitando sus vivos vuelos,
porque la única palabra que hubiere querido decir,
no pudo decirla nunca,
-Dios sabe qué misterios anudan los sueños-,
palabra aún por inventar
definitiva como el amor o como el odio.
Porque había un viento negro,
una mañana de tétricos, nocturnos vientos,
y su palabra quedó muerta,
insepulta en los abismos insondables,
germinando en el corazón del sueño,
y hoy regresa,
él, el sueño,
para pronunciar su palabra severamente,
la misteriosa,
cuando ignora que le cercan viejos huracanes,
oh sueño inmortal,
sueño muerto del poeta.
El Señor le ha concedido su póstumo retorno,
bajo el sol que irradia sobre el parque
el fuego vivo nutriendo las estatuas,
pero él, sueño agitado desde el origen de los cielos,
siente que su palabra se anega en silencio calcinante,
y que su voz es nada,
y que su cántico es inútil,
porque no encuentra su palabra última,
y el sueño sonríe,
acariciando húmedas violetas matinales,
para soñarse a sí mismo,
lejos, cada vez más lejos
de este ruido feroz de las horas.
ALEKSANDR BLOK
La bruma nocturna
La bruma nocturna me sorprendió en el camino.
Tras la espesura la luna lanzó su mirada.
El caballo fatigado daba inquietos golpes con las pezuñas;
tranquilo de día, extrañaba la noche.
Sombrío, inmóvil, soñoliento,
el conocido bosque me aterraba
y hacia el claro plateado por la luna
dirigí el paso del caballo resoplante.
Se extiende en la lejanía la neblina del pantano,
pero de plata fulgura la iglesia de la colina.
Y detrás de la colina del bosquecillo del valle,
en la oscuridad se oculta mi casa.
El caballo fatigado acelera el paso hacia su destino.
Centellean las luces de un pueblo extraño.
A la orilla del camino prenden en rojo
las hogueras de los pastores, como faros.
De: "Los doce y otros poemas".
Versión de Clara Janés
La bruma nocturna me sorprendió en el camino.
Tras la espesura la luna lanzó su mirada.
El caballo fatigado daba inquietos golpes con las pezuñas;
tranquilo de día, extrañaba la noche.
Sombrío, inmóvil, soñoliento,
el conocido bosque me aterraba
y hacia el claro plateado por la luna
dirigí el paso del caballo resoplante.
Se extiende en la lejanía la neblina del pantano,
pero de plata fulgura la iglesia de la colina.
Y detrás de la colina del bosquecillo del valle,
en la oscuridad se oculta mi casa.
El caballo fatigado acelera el paso hacia su destino.
Centellean las luces de un pueblo extraño.
A la orilla del camino prenden en rojo
las hogueras de los pastores, como faros.
De: "Los doce y otros poemas".
Versión de Clara Janés
MARTINE BRODA
estallando inmóvil. sin memoria ni.
el gris encuentra
una historia. se esfuma
en el sueño de las piedras
con tal que se calle
abrumado de huesos blanqueados.
que sea yacente y pesado.
el gris encuentra
una historia. se esfuma
en el sueño de las piedras
con tal que se calle
abrumado de huesos blanqueados.
que sea yacente y pesado.
LÉOPOLD SÉDAR SENGHOR
A Nueva York
Para
una orquesta de jazz: solo de trompeta
I
¡Nueva
York! Desde el principio me turbó tu belleza, esa
muchacha
de ojos grandes y de largas piernas.
Muy
tímido al principio ante tus ojos de metal azul, tu
sonrisa
de escarcha.
Muy
tímido. Y la angustia al fondo de tus calles con
rascacielos
levantando los ojos de lechuza entre el eclipse
del
sol.
Sulforosa
tu luz y los toneles lívidos, en los que las cabezas
fulminaban
el cielo.
Los
rascacielos que desafían los ciclones sobre sus músculos
de
acero y su piel de piedra patinada.
Más
quince días sobre las aceras baldías de Manhattan
al
fin de la tercera semana es cuando te agarra la fiebre
en
un salto de jaguar.
Quince
días sin un pozo ni pasto, todos los pájaros del
aire
Cayendo
de repente muertos bajo las altas cenizas de las
terrazas.
Ni
una risa de niño en flor, su mano en mi mano fresca.
Ni
un seno maternal, las piernas de naylon. Las piernas
y
los senos sin sudor ni olor.
Ni
una palabra tierna en la ausencia de los labios, sólo
corazones
pagados con moneda fuerte
Y
ningún libro donde leer la sabiduría. La paleta del pintor
florece
de los cristales del coral.
¡Noche
de insomnio, oh, noche de Manhattan! Tan agitadas
por
fuegos fatuos, mientras que los claxon aúllan las
horas
vacías.
Y
las aguas oscuras acarrean amores higiénicos, cual ríos
crecidos
con cadáveres de niños.
II
¡He
aquí el tiempo de los signos y de las cuentas,
Nueva
York! He aquí el tiempo del maná y del hisopo.
No
resta sino escuchar los trombones de Dios, el latir de
tu
corazón al ritmo de la sangre, tu sangre.
He
visto Harlem zumbante de ruidos de colores solemnes y
olores
resplandecientes.
—Es
la hora del té en la casa del repartidor-de-productos-
farmacéuticos.
He
visto los preparativos de la fiesta de la Noche cuando
declina
el día. Yo proclamo la Noche más verídica que
el
día.
Es
la hora pura en las calles, Dios hace germinar la vida
anterior
a la memoria.
Todos
los elementos anfibios radiantes como soles.
¡Harlem,
Harlem! ¡He aquí lo que vi Harlem, Harlem!
Una
brisa verde de trigo que brota entre los adoquines
labrados
por los pies desnudos de los danzantes Dams
sumergiéndose
En
ondas de seda y senos de hierro en lanza, ballets de
nenúfares
y de máscaras fabulosas
A
los pies de los caballos de la policía, los mangos del
amor
ruedan de las casas bajas.
Y
he visto a lo largo de las aceras, los arroyos de ron
blanco,
los arroyos de leche negra entre la neblina azul
de
los cigarros.
He
visto el cielo nevar al atardecer flores de algodón y
alas
de serafines y penachos de brujos.
¡Escucha,
Nueva York! Oh, escucha tu voz de macho de
cobre,
tu voz vibrante de oboe, la angustia reprimida de
tus
lágrimas caer como coágulos de sangre.
Escucha
a lo lejos el latir tu corazón nocturno, ritmo y
sangre
del tam-tam, tam-tam, sangre y tam-tam.
III
¡Nueva
York! Digo Nueva York, deja fluir la sangre negra
en
tu sangre
Que
limpie de moho tus articulaciones de acero, como un
aceite
de vida.
Que
dé a tus puentes la curva de las grupas y la flexibilidad
de
las lianas.
He
aquí que regresan los tiempos más antiguos, la unidad
reencontrada,
la reconciliación del León de Tauro y
del
Árbol
La
idea unida al acto, la oreja al corazón, el signo al
sentido.
He
aquí tus ríos bullentes de caimanes perfumados y
manatíes
con ojos alucinados. Y no habrá necesidad de
inventar
las Sirenas.
Pero
basta abrir los ojos al arcoíris de abril
Y
las orejas, sobre todo las orejas a Dios que con una
risa
de saxofón creó el cielo y la tierra en seis días.
Y
al séptimo día durmió el gran sueño negro.
sábado, 28 de marzo de 2020
KENNETH PATCHEN
Mi religión es amarte
Ya
que el tiempo endurecerá nuestros cuerpos
En
un solo sueño, el hambre satisfecha, roto el corazón
Como
una botella abandonada por los ladrones
Amada,
ya que se encuentran tan tarde nuestros labios,
inclinados
Nuestros
rostros muy juntos, los ojos cerrados
Allá
afuera
detrás
de la ventana donde se agitan las ramas
en
el suave viento, donde los pájaros sacuden
las
súbitas alas
Dentro
de ese aire lisiado, amor, nos estamos muriendo
Observemos
cómo llega ese sueño, y crucemos nuestros
dedos
A
través del aliento que sale de nosotros
Viviendo,
podemos amar aunque la muerte ande cerca
Es
su canción desesperada la que no debemos escuchar
Es
que tenemos que permanecer unidos, sin morir ahora
que
estamos abrazados
PAUL ELUARD
Algunas palabras que, hasta ahora, me
estaban misteriosamente prohibidas
a
André Breton
La
palabra cementerio
A
los otros de soñar con un cementerio ardiente
La
palabra casita
Se
la encuentra a menudo
En
los avisos de los periódicos en las canciones
Tiene
arrugas es un viejo disfrazado
Tiene
un dedal en el dedo es un papagayo maduro
Petróleo
Conocido
por ejemplos preciosos
En
las manos de los incendios
Neurastenia
una palabra que no tiene afrenta
Una
sombra de casís entre dos ojos parecidos
La
palabra criolla toda de corcho sobre raso
La
palabra bañadera que es arrastrada
Por
caballos perfectos más feos que muletas
Bajo
la lámpara esta noche glorieta es un nombre
Y
domina un espejo donde se inmoviliza
Hiladora
palabra que se derrite hamaca vid saqueada
Olivo
chimenea con tambor de resplandores
El
teclado de los rebaños se apaga en la llanura
Fortaleza
malicia vana
Venenoso
telón de caoba
Velador
mueca elástica
Hacha
error jugado a los dados
Vocal
timbre inmenso
Sollozo
de estaño risa de buena tierra
La
palabra gatillo estupro luminoso
Efímera
el azur en las venas
La
palabra bólido geranio en la ventana abierta
Sobre
un corazón batiente
La
palabra contextura bloque de marfil
Pan
petrificado plumas mojadas
La
palabra frustrar alcohol marchito
Pasillo
sin puertas muerte lírica
La
palabra muchacho como un islote
Mirtilla
lava galón cigarro
Letargo
azulina circo fusión
Cuántas
quedan de esas palabras
Que
no me conducían a nada
Palabras
maravillosas como las otras
Oh
imperio mío de hombre
Palabras
que escribo aquí
Contra
toda evidencia
Con
la gran preocupación
De
decir todo
Suscribirse a:
Entradas (Atom)