A Nueva York
Para
una orquesta de jazz: solo de trompeta
I
¡Nueva
York! Desde el principio me turbó tu belleza, esa
muchacha
de ojos grandes y de largas piernas.
Muy
tímido al principio ante tus ojos de metal azul, tu
sonrisa
de escarcha.
Muy
tímido. Y la angustia al fondo de tus calles con
rascacielos
levantando los ojos de lechuza entre el eclipse
del
sol.
Sulforosa
tu luz y los toneles lívidos, en los que las cabezas
fulminaban
el cielo.
Los
rascacielos que desafían los ciclones sobre sus músculos
de
acero y su piel de piedra patinada.
Más
quince días sobre las aceras baldías de Manhattan
al
fin de la tercera semana es cuando te agarra la fiebre
en
un salto de jaguar.
Quince
días sin un pozo ni pasto, todos los pájaros del
aire
Cayendo
de repente muertos bajo las altas cenizas de las
terrazas.
Ni
una risa de niño en flor, su mano en mi mano fresca.
Ni
un seno maternal, las piernas de naylon. Las piernas
y
los senos sin sudor ni olor.
Ni
una palabra tierna en la ausencia de los labios, sólo
corazones
pagados con moneda fuerte
Y
ningún libro donde leer la sabiduría. La paleta del pintor
florece
de los cristales del coral.
¡Noche
de insomnio, oh, noche de Manhattan! Tan agitadas
por
fuegos fatuos, mientras que los claxon aúllan las
horas
vacías.
Y
las aguas oscuras acarrean amores higiénicos, cual ríos
crecidos
con cadáveres de niños.
II
¡He
aquí el tiempo de los signos y de las cuentas,
Nueva
York! He aquí el tiempo del maná y del hisopo.
No
resta sino escuchar los trombones de Dios, el latir de
tu
corazón al ritmo de la sangre, tu sangre.
He
visto Harlem zumbante de ruidos de colores solemnes y
olores
resplandecientes.
—Es
la hora del té en la casa del repartidor-de-productos-
farmacéuticos.
He
visto los preparativos de la fiesta de la Noche cuando
declina
el día. Yo proclamo la Noche más verídica que
el
día.
Es
la hora pura en las calles, Dios hace germinar la vida
anterior
a la memoria.
Todos
los elementos anfibios radiantes como soles.
¡Harlem,
Harlem! ¡He aquí lo que vi Harlem, Harlem!
Una
brisa verde de trigo que brota entre los adoquines
labrados
por los pies desnudos de los danzantes Dams
sumergiéndose
En
ondas de seda y senos de hierro en lanza, ballets de
nenúfares
y de máscaras fabulosas
A
los pies de los caballos de la policía, los mangos del
amor
ruedan de las casas bajas.
Y
he visto a lo largo de las aceras, los arroyos de ron
blanco,
los arroyos de leche negra entre la neblina azul
de
los cigarros.
He
visto el cielo nevar al atardecer flores de algodón y
alas
de serafines y penachos de brujos.
¡Escucha,
Nueva York! Oh, escucha tu voz de macho de
cobre,
tu voz vibrante de oboe, la angustia reprimida de
tus
lágrimas caer como coágulos de sangre.
Escucha
a lo lejos el latir tu corazón nocturno, ritmo y
sangre
del tam-tam, tam-tam, sangre y tam-tam.
III
¡Nueva
York! Digo Nueva York, deja fluir la sangre negra
en
tu sangre
Que
limpie de moho tus articulaciones de acero, como un
aceite
de vida.
Que
dé a tus puentes la curva de las grupas y la flexibilidad
de
las lianas.
He
aquí que regresan los tiempos más antiguos, la unidad
reencontrada,
la reconciliación del León de Tauro y
del
Árbol
La
idea unida al acto, la oreja al corazón, el signo al
sentido.
He
aquí tus ríos bullentes de caimanes perfumados y
manatíes
con ojos alucinados. Y no habrá necesidad de
inventar
las Sirenas.
Pero
basta abrir los ojos al arcoíris de abril
Y
las orejas, sobre todo las orejas a Dios que con una
risa
de saxofón creó el cielo y la tierra en seis días.
Y
al séptimo día durmió el gran sueño negro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario