martes, 4 de febrero de 2020


ENRIC SÓRIA





Por ti



Dices que ya has hecho el amor con ciento veinte cuerpos
(y has arreglado el tuyo, según dices)
contando las mujeres y los hombres.
Te gusta pregonarlo,
y pasear ese sentido higiénico del mundo
por encima de cosas y de seres.
En cambio yo, ya ves, casi un monógamo
(perversión que a menudo me fastidia)
me sé idéntico a ese amante voluble
que busca cada noche en un cuerpo distinto
aquello que no cambia;
a los adolescentes, cuando rondan
la Alameda en la noche, o a los místicos
que saben de otro amor y de otros medios:
o a gigolós y a putas.
Pero no a ti, en nada a ti, jamás a ti.
Yo comparto con ellos un idéntico espasmo,
un idéntico miedo, una ansiedad idéntica
y una idéntica e indiferente lasitud.
Una belleza bronca se nos revela idéntica,
esa grosera, flaca, y siempre esquiva, realidad del amor
(la gracia verdadera de la vida). Una idéntica
burla nos aguarda al final. Divina, sí.
En cambio, tú, que del amor has hecho
una lista de nombres, una absurda terapia
sin dioses ni deseos,
no te atrevas a hablarme.

Ya tienes tu castigo.
El amor, para ti, jamás será una ofrenda.

**

Nos uníamos
como bocas o sexos
sin fisura ni sombra.


De: "Andén de cercanías”
Version de Carlos Marzal



GIACOMO LEOPARDI





Canto XXVII. A sí mismo



Ya posarás por siempre,
cansado corazón. Murió el postrer engaño,
que eterno yo creí. Murió. Bien siento,
en nos de engaños caros,
no la esperanza, aun el deseo ha muerto.
Posa por siempre. Asaz
palpitaste. No paga cosa alguna
tus latidos, ni es digna de suspiros
la tierra. Amargo y tedio
la vida, nada más; y es fango el mundo.
Te aquieta ya. Despera
la última vez. A nuestra especie el hado
no dio más que el morir. Ahora desprecia
a ti, natura, el feo
poder que, oculto, en común daño impera,
y la infinita vanidad del todo.


DULCE MARIA LOYNAZ


  


La criatura de isla paréceme, no sé por qué...



La criatura de isla paréceme, no sé por qué, una
criatura distinta. Más leve, más sutil,
más sensitiva.

Si es flor, no la sujeta la raíz; si es pájaro, su cuerpo
deja un hueco en el viento; si es niño, juega
a veces con un petrel, con una nube...

La criatura de isla trasciende siempre al mar que la
rodea y al que no la rodea.

Va al mar, viene del mar y mares pequeñitos se
amansan en su pecho, duermen a su calor
como palomas.

Los ríos de la isla son más ligeros que los otros ríos.
Las piedras de la isla parece que van a salir
volando...

Ella es toda de aire y de agua fina. Un recuerdo de sal,
de horizontes perdidos, la traspasa en cada ola, y
una espuma de barco naufragado le ciñe la cintura,
le estremece la yema de las alas...

Tierra firme llamaban los antiguos a todo lo que no
fuera isla. La isla es, pues, lo menos firme,
lo menos tierra de la Tierra.


ALFRED TENNYSON





Circunstancias



En vecinas aldeas, dos chiquillos, jugando
como locos, en medio de los brezos; en una
fiesta dos forasteros que se encuentran; bajito,
junto al muro de un huerto, dos amantes hablando;
dos vidas enlazadas con dorada ventura;
junto a la torre gris, dos tumbas, con el césped
que limpian mansas lluvias y donde margaritas
florecen; dos chiquillos en una misma aldea.
Así va, de hora en hora, la ronda de la vida.


Versión de Màrie Manent


RAÚL HERNÁNDEZ NOVAS






“ESTA PIEDRA QUE AMA, Y AÚN BUSCA
expresarse por su lodo o su brillo,
esta piedra con lluvia, que escapó
a todo edificio, sumergida
en el trote de las bestias como en un río,
esta piedra en que suena la llanura,
sobre la cual el agua lanza
su queja, esta piedra que el arroyo,
que el viajero maldice con torpe remolino de palabras,
esta piedra dura, barrosa,
pelada, desnuda, oh Gelsomina, tendrá su razón, tendrá
    su cifra
pues si no, qué sería de los astros
y sus órbitas fijas, los enormes ojos de su desconcierto
cuando en la noche le hablan como a pequeña hija…
(En esa piedra tropezó el camino,
en esa piedra que no ama
y está bajo los cielos, ignorante
de todo, asno parado sabiamente.)
Toma esta nube ciega, guárdala en tu mano,
este pedazo de agua dormida, que no puede llorar,
responde a la sonrisa de su brillo
humilde, tenla en cuenta, no la arrojes,
esta piedra que ama, sola, dura,
desnuda, áspera, barrosa,
esta piedra que ama, no la dejes, guárdala en tu mano.
O déjame rodar, y besar tus caminos.”


a M. P. R.


De: “Da capo”

JUAN CARLOS SUÑEN





Se ha acercado
por fin, reclina el peso
de la cabeza sobre
las rodillas desnudas del centésimo mono.


De: "El hombro izquierdo"