martes, 4 de febrero de 2020

DULCE MARIA LOYNAZ


  


La criatura de isla paréceme, no sé por qué...



La criatura de isla paréceme, no sé por qué, una
criatura distinta. Más leve, más sutil,
más sensitiva.

Si es flor, no la sujeta la raíz; si es pájaro, su cuerpo
deja un hueco en el viento; si es niño, juega
a veces con un petrel, con una nube...

La criatura de isla trasciende siempre al mar que la
rodea y al que no la rodea.

Va al mar, viene del mar y mares pequeñitos se
amansan en su pecho, duermen a su calor
como palomas.

Los ríos de la isla son más ligeros que los otros ríos.
Las piedras de la isla parece que van a salir
volando...

Ella es toda de aire y de agua fina. Un recuerdo de sal,
de horizontes perdidos, la traspasa en cada ola, y
una espuma de barco naufragado le ciñe la cintura,
le estremece la yema de las alas...

Tierra firme llamaban los antiguos a todo lo que no
fuera isla. La isla es, pues, lo menos firme,
lo menos tierra de la Tierra.


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