jueves, 30 de julio de 2020


TUDOR ARGHEZI




Maldiciones



A través de los surcos sembrados y los campos de cicuta,
los prófugos han llegado al desierto
a la hora en que la luna, envuelta
en velos de luto, muda,
embestía a los fantasmas cual toro con sus cuernos.
Mi pensamiento sabe cuál es el de estos hombres:

¡Que el rico huerto y el corral pobre
caigan
bajo el imperio de la sombra y el barro!
¡Que se hunda en el fango la fortaleza
custodiada por fosos y púas agudas!
¡Que el mar y las fuentes todas se sequen!
¡Que se apague el sol como una vela,
derritiéndose en el horizonte cual cernada!
¡Que lavas y cenizas cubran los caminos!
¡Que no llueva nunca más, y el viento
yazga encadenado por el suelo!
¡Que los topos y los gusanos paseen errantes
sobre las carroñas de todas las glorias!
¡En la púrpura paran a cientos los ratones!
¡Polillas e insectos desconocidos
hagan sus nidos en los tesoros
cuajados de oro y perlas!
¡Sobre los violines y las guitarras
tiendan las arañas cuerdas sordas!

Pero antes que la vida, por mucho tiempo enferma,
no acabe de una vez:
que el dolor la atenace lentamente,
que el aire asfixiante corroa como salmuera.
Que cabecee el día como barca agujereada;
que se prolongue la hora perdida en el tiempo;
infinito, el segundo
detenga en el alma su onda gigantesca.
¡Sobre el fino alambre de la eternidad,
incluso lo rumiado se deshaga en hilachas!
¡La garganta, hirviente de sed,
halle sólo saliva para saciarse,
y la lengua, hinchada entre los labios,
lama la luz y la luz la rechace.

Y mientras que el agua se agota en las colinas,
beba sangre encharcada, enlodada por pezuñas!
¡Que al morder los racimos de la vid,
solamente pus quede en la boca!
¡Que del cielo caigan tormentas de plomo!
¡Por los campos os persigan con látigos de estrellas!
¡Que estalle la piedra en menudos fragmentos
y os alcancen a todos, como un torbellino!
Cuando le pidáis descanso, que la tierra os martirice;
que aparezcan las serpientes, cuando os venza el sueño.

A ti, carroña atrofiada de grasa,
te maldigo para que te pudras de pie:
¡Que se inflame tu médula, ancha y ricamente,
engordada en los sofás, y en camilla te veas!
¡Que no se sepa dónde está tu pie o dónde tu frente,
cual melón redondo o cántaro afilado!
¡Que los cartílagos invadan todas tus articulaciones
y sientas cómo te muerden una a una!
¡Que se te ciegue un ojo secándose lentamente,
parpadeando siempre de espalda al mundo,
y que el otro, desorbitado,
se te petrifique como en un mal sueño!
¡Cuando el odio te ahogue y perfore tus huesos
y anheles más de mil, puedas sólo hasta seis!
¡Que tu pena inmensa tenga voz enclenque;
que grites y no te oigas, que te convulsione el miedo!

¡Y tú, bestia-hembra de pensar delicado,
el culo tengas bajo mil tenazas!
¡Un clavo te taladre el hígado!
¡Te grite la oreja y la nariz te cante!
¡Que en la boca se te rompan las muelas,
y los dientes te salten como petardos!
¡Que te hieda el beso y el aliento te hieda,
tumba de lodazal putrefacto!
¡Cada semana una uña
se te haga pus en cada mano,
y en los días de fiesta
se infecte un dedo de tus pies!
¡Que el deseo consuma tu cara
y las pústulas te impidan mover el cuello!
¡Que te salga corcova,
tumores y bubas bajo la camisa!

¡El ombligo, podrido ya al nacer,
se te desangre bajo la cintura!
¡De los tobillos arrastres
pesadas bolas de cráneos aplastados
con muecas grotescas,
rechinando los dientes por no poder vengarse…
Matanzas, condenas, pecados…


DULCE MARIA LOYNAZ




6



Voy a medirme el amor
con una cinta de acero.
Una punta en la montaña:
La otra... ¡Clávala en el viento!...


De: “Tiempo”


SAFO




Dicen que una tropa de carros…



Dicen que una tropa de carros unos,
otros que de infantes, de naves otros,
es lo más hermoso en la negra tierra;
que uno ama.
Y es sencillo hacer que cualquiera entienda
esto, pues Helena, que aventajaba
en belleza a todos, a su marido,
alto en honores,
lo dejó y se fue por el mar a Troya,
y ni de su hija o sus propios padres
quiso ya acordarse, pues fue llevada

y esto me recuerda que mi Anactoria
no está presente,
de ella ver quisiera su andar amable
y la clara luz de su rostro antes
que a los carros lidios o a mil guerreros

llenos de armas.


RUBÉN BAREIRO SAGUIER




Paremiología del pan cotidiano
(Con comentarios salmódicos)



Levántame el día en que el miedo me invade…
encogérsele el ombligo
cerrársele el gollete
no tenerlas todas consigo
estar con el alma en un hilo
poner las barbas en remojo
dar diente con diente
escurrírsele la bola
atravesársele un nudo en la garganta
ponérsele los pelos de punta
írsele la sangre a los talones
todo el día...
poner pies en polvorosa
andar a monte
salir pitando
apretarse el gorro
salir por la puerta de los perros
pasar las penas del purgatorio
llorar lágrimas de sangre
sudar la gota gorda
quedar en la estacada
echar los bofes
…todo el día retuercen mis palabras,
todos sus pensamientos son de hacerme mal…
entrar por el arco
cantar la palinodia
hincar el pico
cantar el kirieleisón
aguar el vino
aflojar las riendas
bajar el copete
tragar saliva
doblar la cerviz
besar la correa
…me pisan todo el día los que me acechan,
innumerables son los que me hostigan...
irse con el rabo entre las piernas
morder el polvo
tener pagaderas
agachar las orejas
dar el brazo a torcer
poner el pie sobre el cuello
flotar como corcho
cerrar los ojos
echar pie atrás
cagar fuego.
…feliz quien te devuelva
el mal que nos hiciste,
feliz quien agarre y estrelle
contra la roca tu simiente…


JUAN CARLOS SUÑEN




37



Siente la soledad del adversario
frente a su copa de coñac, su poco
de entereza (orgullosa
mentira) mientras mira la idiotez de la suerte
dispuesta en varios cofres
gigantes, cuando entra
su mujer: ¿Se ha dormido
la niña? 
Si volviera
pronto el mayor podrían
salir a tomar algo. Dame un poco
de masaje en los pies: estoy rendida.


De: "La prisa"


EDGAR LEE MASTERS




Yee Bow



Me hicieron asistir a las clases de catecismo
en Spoon River,
y quisieron que negara a Confucio por Jesús.
No me pudo haber ido peor
si hubiera pretendido que negaran ellos
a Jesús por Confucio.
Pues, un día, sin siquiera avisar,
como si fuera una broma,
se me acercó por detrás, silenciosamente, Harry Wiley,
el hijo del ministro, y me perforó los pulmones
con mis propias costillas bajo el golpe de su puño.
Ahora nunca dormiré con mis ancestros en Pekín,
y ningún niño rezará sobre mi tumba.