Maldiciones
A
través de los surcos sembrados y los campos de cicuta,
los
prófugos han llegado al desierto
a
la hora en que la luna, envuelta
en
velos de luto, muda,
embestía
a los fantasmas cual toro con sus cuernos.
Mi
pensamiento sabe cuál es el de estos hombres:
¡Que
el rico huerto y el corral pobre
caigan
bajo
el imperio de la sombra y el barro!
¡Que
se hunda en el fango la fortaleza
custodiada
por fosos y púas agudas!
¡Que
el mar y las fuentes todas se sequen!
¡Que
se apague el sol como una vela,
derritiéndose
en el horizonte cual cernada!
¡Que
lavas y cenizas cubran los caminos!
¡Que
no llueva nunca más, y el viento
yazga
encadenado por el suelo!
¡Que
los topos y los gusanos paseen errantes
sobre
las carroñas de todas las glorias!
¡En
la púrpura paran a cientos los ratones!
¡Polillas
e insectos desconocidos
hagan
sus nidos en los tesoros
cuajados
de oro y perlas!
¡Sobre
los violines y las guitarras
tiendan
las arañas cuerdas sordas!
Pero
antes que la vida, por mucho tiempo enferma,
no
acabe de una vez:
que
el dolor la atenace lentamente,
que
el aire asfixiante corroa como salmuera.
Que
cabecee el día como barca agujereada;
que
se prolongue la hora perdida en el tiempo;
infinito,
el segundo
detenga
en el alma su onda gigantesca.
¡Sobre
el fino alambre de la eternidad,
incluso
lo rumiado se deshaga en hilachas!
¡La
garganta, hirviente de sed,
halle
sólo saliva para saciarse,
y
la lengua, hinchada entre los labios,
lama
la luz y la luz la rechace.
Y
mientras que el agua se agota en las colinas,
beba
sangre encharcada, enlodada por pezuñas!
¡Que
al morder los racimos de la vid,
solamente
pus quede en la boca!
¡Que
del cielo caigan tormentas de plomo!
¡Por
los campos os persigan con látigos de estrellas!
¡Que
estalle la piedra en menudos fragmentos
y
os alcancen a todos, como un torbellino!
Cuando
le pidáis descanso, que la tierra os martirice;
que
aparezcan las serpientes, cuando os venza el sueño.
A
ti, carroña atrofiada de grasa,
te
maldigo para que te pudras de pie:
¡Que
se inflame tu médula, ancha y ricamente,
engordada
en los sofás, y en camilla te veas!
¡Que
no se sepa dónde está tu pie o dónde tu frente,
cual
melón redondo o cántaro afilado!
¡Que
los cartílagos invadan todas tus articulaciones
y
sientas cómo te muerden una a una!
¡Que
se te ciegue un ojo secándose lentamente,
parpadeando
siempre de espalda al mundo,
y
que el otro, desorbitado,
se
te petrifique como en un mal sueño!
¡Cuando
el odio te ahogue y perfore tus huesos
y
anheles más de mil, puedas sólo hasta seis!
¡Que
tu pena inmensa tenga voz enclenque;
que
grites y no te oigas, que te convulsione el miedo!
¡Y
tú, bestia-hembra de pensar delicado,
el
culo tengas bajo mil tenazas!
¡Un
clavo te taladre el hígado!
¡Te
grite la oreja y la nariz te cante!
¡Que
en la boca se te rompan las muelas,
y
los dientes te salten como petardos!
¡Que
te hieda el beso y el aliento te hieda,
tumba
de lodazal putrefacto!
¡Cada
semana una uña
se
te haga pus en cada mano,
y
en los días de fiesta
se
infecte un dedo de tus pies!
¡Que
el deseo consuma tu cara
y
las pústulas te impidan mover el cuello!
¡Que
te salga corcova,
tumores
y bubas bajo la camisa!
¡El
ombligo, podrido ya al nacer,
se
te desangre bajo la cintura!
¡De
los tobillos arrastres
pesadas
bolas de cráneos aplastados
con
muecas grotescas,
rechinando
los dientes por no poder vengarse…
Matanzas,
condenas, pecados…
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