sábado, 25 de agosto de 2018


ROXANA DÁVILA PEÑA





¿frente al espejo
yo soy yo y tú eres tú?
escalofrío


JUAN DOMINGO AGUILAR





Próxima estación: Cannon Street

A Pablo Calvache.



El estropajo es temporal,
me digo,
el jabón es temporal,
me digo.

Próxima estación: Cannon Street.

Me digo que las llagas de mi abuelo,
que las llagas en los brazos de mi abuelo
al volver del taller de BMW,
en Múnich,
sirvieron para algo más, me digo,
que para pagar su funeral.

Próxima estación: Cannon Street.

Que los pinchazos que mi abuela,
que los pinchazos en los dedos de mi abuela
mientras cosía vestidos para los nuevos ricos de París,
en un cuarto trasero
de París,
sirvieron para algo más,
me digo,
que para ayudarme
a llegar a fin de mes.



MARIO BOJÓRQUEZ




  
Te marcaron los huesos con tristes despedidas
Elevaron tu cuerpo para ser exhibido
Juntaron con paciencia cada objeto que caro fue en tu tiempo
Te apilaron costal en un surco de sangre
Y cuando lleno de ti sintieron aquel tumulto de memorias
Prendieron fuego, atizaron rescoldos de tu ánima
Por ver si era verdad que volvías de tu propia ceniza

Pero nada de esto te fue fiesta en la bruma
Tus pasos arrastrados continuaron su polvo
No había en ese rito invocación mayor
En esa ceremonia nadie pidió por ti

Has querido pulir también este diamante
Porque la vida no es inane para llorar el tiempo que se pierde
Para lamentar con boca seca las palabras al aire




CARLOS MARZAL





Ágape

A Tito Ruiz y Lourdes Román



Con determinación aventurera,
con certidumbre de su maravilla,
con exceso de fe,
con el exceso que la fe merece,
tracemos un buen plan.
Con abundancia de nuestro corazón.
Seamos pródigos.

Dispongamos las sillas en la sombra,
bajo la caridad provecta de un olivo,
o al perezoso escudo de una parra:
¿no veis en la indolencia de esas uvas,
un brindis vertical con cada grano?
¿No veis transparentarse
todo el azúcar próspero del cielo?

Démonos a conciencia
el merecido ágape, el banquete.
Comamos lo supremo en lo más simple:
alta conversación,
el pan flamante
y el lustre del aceite en su oro lánguido,
la madura energía de tenernos,
la fruta fresca,
el vino inteligente.
Que corra el vino hasta volvernos sabios
desde el hondo saber de la alegría:
aquel que mira el mundo envuelto en llamas
y canta su holocausto, sin tormento.
Que no se acabe el vino,
el animoso vino de los fuertes,
antes de habernos vuelto temerarios
en el amor de cuanto está al alcance.

Y celebrémonos.
Que sobrevenga en el azar del día
la perfumada sal de la concordia.
Y que jueguen los niños, endiosados,
y eduquemos la vida en su alboroto.
Cómo nos merecemos nuestra fiesta.
No hay nada de arbitrario en este obsequio.

Y debatamos.
Que en abandono cada cual profese
su mar del desvarío:
la vida va en su vela y boga plácida,
tanta canción
aplaca las tormentas.

Larga vida a nosotros.

Convidados de carne, buen deseo.

Buen apetito en nuestras bodas últimas.

Que las tantas del alma nos sorprendan
videntes en afán, en ilusiones.
Y muera en el exilio
cualquier bituminoso pensamiento
que pretenda ultrajar
el arrebol de otra mañana invicta.



YULIANA RIVERA





Rubén



Éste era el séptimo hijo
de doña Lupe, hijo
que por allá de los noventa
no supo leer ni escribir su nombre,
pero
era hacendoso en amores
con su madre, hermanas,
tías, y uno que otro chico.
Nada que no se supiera en el barrio,
porque en la periferia se comparte
más que el pan cuando a alguien le falta.
Se supo de sus viajes a la capital,
trabajó como
enfermero, partero, cocinero,
le hacía al trabajo doméstico,
y vendía fayuca.
Reía con todos, bailaba y platicaba
como todos.
Morenito con su afro colocha
y risa estrepitosa,
llevaba en el número siete su mala suerte.
Supimos todo de él… excepto cómo murió.



MIGUEL RASH ISLA





El nido



Cuando llegué a tus brazos, mi corazón rendido
venía del desierto de una pena tenaz;
tus brazos eran tibios y muelles como un nido,
y en ellos me ofreciste la blandura y la paz.

Con flatiga del mundo, con nostalgia de olvido,
escondí entre tus senos perfumados la faz,
y me quedé sobre ellos dulcemente dormido,
como un niño confiado sobre un valle feraz.

Quiero que así transcurra la vida que me resta
por vivir: sin anhelos, sin dolor, sin protesta,
sintiendo que tú encarnas mi insaciado ideal.

y cuando ya la muerte se llegue cautelosa,
pasar, como en un sueño, de tus brazos de rosa,
a los brazos solemnes de la noche eternal.