"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
miércoles, 9 de abril de 2025
JORGE ARTURO MORA
Un
poco se quemaron las barbas de aquel mago
Que
con un breve haz de luz creó la palabra poesía
Brotada
de una roca la primera letra
Y el
resto expulsada entre musgos
Moluscos
Y
semillas a las que debían esperarse mil años para que germinaran
Creó
la poción consciente
de
que el vocablo no era suyo
No
le pertenecía a nadie más que aquel que entre siluetas
Se
escabulle entre la multitud
Para
cavar hasta el fondo de la Tierra
Y
que allí la lava le susurre
La
segunda palabra del poema
MIGUEL ÁNGEL GONZÁLEZ
Aire
Algunas
noches olvido lavarme los dientes
antes de irme a dormir
y después tengo extrañas pesadillas.
Sueño que estoy en la calle,
en un parque.
Estoy con mi hija
y ella me llama,
pero no dice mi nombre.
Grita Jeremías,
o Facundo o Felisberto.
Un nombre extraño que no me pertenece,
pero que, al ser pronunciado por ella,
se vuelve mío.
Y camino hacia mi hija,
corro, realmente.
Y la agarro en brazos,
colocando mis manos bajo sus axilas,
y la levanto,
intentando acercarla a mí,
intentando estrecharla contra mi pecho,
pero no lo consigo.
Algo tira de ella con fuerza hacia el cielo.
Es como si fuera un globo que deseara ascender.
Y ella me mira asustada,
y yo la miro asustado,
y luego me despierto.
Aprendí
a sonreír en las fotografías
una semana antes de perder una muela.
No la perdí, me la arrancaron.
El trabajo de dentista no ha evolucionado
demasiado en los últimos dos o tres siglos.
Solo hay que pararse a pensar en un teléfono móvil,
o en una licuadora
o en los limpiaparabrisas automáticos
o en los molinillos eléctricos de café
o en los dispensadores de agua.
La mujer que me arrancó la muela
tuvo que apoyar una de sus rodillas
en la silla reclinable en la que yo me encontraba
para extraerla. Aun así, no lo logró a la primera.
«Es por la raíz», me aseguró.
Y después siguió tirando con fuerza
hasta que lo consiguió.
Me dijo que le había costado sacarla por la raíz
y también me aseguró
que lo mejor de su trabajo
era poder hablar sabiendo que su interlocutor
no podría contestarla.
Le costó tanto trabajo arrancarme la muela
que, con el movimiento, se le salió
una cadena dorada del interior de la blusa.
Era una cruz,
sin un Cristo atornillado a ella.
Se
quedó colgando por fuera,
rebotando contra su pecho una y otra vez.
Siempre que veo una cruz
recuerdo eso que dijo Ray Loriga
en uno de sus primeros libros:
«Si Jesús hubiera nacido en Texas
en el siglo XX, ahora todo el mundo
llevaría una silla eléctrica colgando del cuello».
Cuando por fin consiguió arrancarme la muela
me fijé en su frente: estaba perlada de sudor.
No sé si decir que tenía la frente perlada de sudor
es algo pasado de moda,
como el cóctel de langostinos,
o el Opel Calibra,
o las canciones de Tom Jones,
o Punky Brewster.
Conduje
todo el camino de vuelta
introduciendo la lengua en el hueco
que la muela había dejado en mi encía.
Al llegar a casa, mi hija
me preguntó si me había dolido,
y yo le respondí que solo un poco.
«¿Me has traído un globo?»,
preguntó de pronto.
Lo hizo porque, cuando era ella
la que tenía que ir al dentista,
siempre le regalaban uno al terminar.
No era más que una pregunta inocente.
Pero ya la miré y no pude responder.
No dije nada.
Solo guardé silencio.
Un silencio como el vacío que se siente
De: “¿Qué harías si yo muriera?”
MARGE PIERCY
Promesas
de invierno
Tomates
rozagantes como las nalgas perfectas de los bebés,
berenjenas brillosas como guardabarros lustrados,
ajíes impecables de neón violeta
y reluciente, chauchas trepadoras prolíficas
que crecen como el tallo de Jack bajo los efectos del Viagra,
grandes como ruedas de camión, las zinias que el hongo
nunca marchita, las rosas colgadas
de un arbusto que el chancro jamás tocó,
los arbolitos frutales valientes que ladean
sus adornos inmaculados de frutas de vidrio:
estoy
acostada en el sofá, cubierta
de catálogos de semillas, queriendo comprar
demasiadas. Por la ventana cae
aguanieve y un viento ribeteado de
cuchillos de hielo se mete por cada hendija.
Miéntanme, mercaderes de jardines:
Quiero creer en todas las promesas,
creer en tomates de dos kilos
y en dalias más brillantes que el sol
que se comió la escarcha hace unos días.
BHANU KAPIL
Cómo
lavar un corazón:
sácatelo.
¿De animal o de hielo?
La pregunta desde la curaduría revela
el estilo con que se ejerce el poder.
Si todo poder implica un vínculo,
aquí estamos entonces,
en ese momento en el que incluso si algo
va mal,
es así como debería ir.
Tu trabajo consiste en entender
la respuesta que vaya a suscitar.
Qué placer da pasar tiempo
fuera de la casa.
No nos traslada a ningún sitio
excepto al comienzo:
a sumergir mis brazos
dentro del hielo rojo
que se derrite
en la caja.
De:
“Cómo lavar un corazón.”
Versión
de Carlos Bueno Vera.
JOSÉ LUIS LÓPEZ BRETONES
No
quise
Hace
frío en la casa donde vivo,
tiene paredes delgadas y el techo
no es de material seguro. Llueve
y la humedad cala por dentro y llega
hasta la habitación más escondida.
Salgo a la calle algunas veces
y el frío y la humedad persisten,
y la ropa que llevo no logra amortiguar
la vieja sensación de desabrigo.
A mi
lado caminan otros hombres
que aprendieron muy bien cómo afrontar
todas las inclemencias. Y que saben
que al llamar a su puerta por la noche
encontrarán el encendido hogar dispuesto
y, junto a él, la rosa ardiente de la dicha.
No así mi puerta, mi casa, ni mi atuendo.
Nunca quise halagar a quien desprecio
y desde entonces sufro este destino.
De:
“Otra vez la poesía”
ROLANDO KATTAN
Prueba
de color
Et ustus fortiter.
Cantos de goliardo
Vivo
lejos de los grandes museos. Sobrepongo el Guernica al bullicio de Tegucigalpa.
Resulta imposible calcar un Fragonard, su follaje es una inmerecida esperanza.
El verde se oxida como autógrafa de Neruda. Solo la luz de un semáforo me
apunta. Es la mira de un francotirador omnisciente.
Vivo
lejos de los jardines de Luxemburgo y cuanto más lejos los paisajes de los
trenes, más golpea el plomo en la pupila. Fue un presagio de los Carmina Burana:
vivir retirado de los templos budistas, de los pasillos donde llora cómplice un
Heráclito. No moriré cerca del cementerio marino o del blanco que recomienza en
el oleaje. Una acuarela tiembla sobre el Tisza, pero a mil quinientas leguas de
distancia. Qué remotos los estanques de Monet, las vocales de Rimbaud o el
caleidoscopio de las grandes bibliotecas. Estoy a veintiséis años de los
amarillos de Klimt y en sentido contrario a la belleza, vivo lejos de las
orquestas sinfónicas, de los campos cubiertos por tulipanes, del azul de la
porcelana imperial y de todos los molinos de viento.
Otros
son mis colores, y con ellos debo sostener la vida.
De:
“Omisión del ángel”
De:
“Omisión del ángel”