"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
viernes, 22 de mayo de 2020
WOLE SOYINKA
Dedicatoria
para
Moremi, 1963
La
tierra no comparte la viga de la envidia; suelos de estiércol
Cortado,
no la ligera piel de la salamandra, sino su caída
Sabor
de este suelo a plomo y muerte en su vida profunda
Como
este ñame, totalmente enterrado, aún vivo tubérculo
En
la calidez de las aguas, enterrado como los manantiales
Como
las raíces del baobab, como el corazón.
El
aire no te lo negará. Como un alto
Girar
sobre el ombligo de la tormenta, por el azadón,
Las
raíces de los arados bosques son una vereda para las ardillas.
Ser
eterno como la turba oscura, pero que sólo lluevan
Dedos,
no los pies de los hombres, por más que estén lavados.
Largo
ropaje de la sombra del sol, correr desnudo hacia la noche.
Pimiento
verde y rojo – mi niño- su lengua arco
Su
cola de escorpión, volver a escupir directamente las acechanzas del peligro
Aún,
con el arrullo de la oscura paloma, zarcillo de rocío entre tus labios.
Escudo
que te gusta la carne de la palma de la mano, hacia el cielo dirigida
Colmillos
en nido de espinas, sin cáscara como el corazón de la semilla
La
carne de la mujer es aceite – mi niño, aceite de palma en tu lengua
Flexibilidad
para vivir, y el vino de esta calabaza
Desde
su propia prisa corriendo arroyos como repuestos
Sus
esfuerzos, mi niño, son el destete con que nos abrazan
Tierra
de enmielada leche, el vino de la única costilla.
Ahora
enrollo su lengua en miel hasta que sus mejillas son
Enjambres,
panales -su mundo necesita dulcificarse-, mi niño.
Irosun,
el árbol rojo, ronda el corazón, tiza para el vuelo
De
la mancha -¿puedes verlo mi niño? ¡Ya amanece!-bajo el antimonio
De
las axilas, como una diosa, nos deja este largo sabor
De
sus labios, de sal, que tú puedes buscar
Nunca
en las lágrimas. Esto, agua de lluvia, es el regalo
De
los dioses-bebida de su pureza, frutos de estación.
Frutas
luego a sus labios: apresurado por recompensar
La
deuda del nacimiento. Pleamar en el hombre-marea como en el océano
Y
su reflujo, dejando un sentido de fósiles arenas.
CECÍLIA MEIRELES
Carta
Yo,
sí -¿Pero y la estrella de la tarde, que subía y descendía
de
los cielos cansada y olvidada?
¿Y
los pobres, que golpeaban las puertas, sin resultado, haciendo
vibrar
la noche y el día con su puño seco?
¿Y
los niños, que gritaban con el corazón aterrado?: “¿por qué
nadie
nos responde?”
¿Y
los caminos, y los caminos vacíos, con sus manos extendidas
inútilmente?
¿Y
el santo inmóvil, que deja a las cosas continuar su rumbo?
¿Y
las músicas encerradas en cajas, suspirando con las alas
recogidas?
¡Ah!
–Yo, sí –porque ya lo lloré todo, y despedí mi cuerpo
usado
y triste,
y
mis lágrimas lo lavaron, y el silencio de la noche lo enjugó.
Pero
los muertos, que enterrados soñaban con palomas ligeras
y
flores claras,
y
los que en medio del mar pensaban en el mensaje que la playa
desplegaría
rápidamente hasta sus dedos…
Pero
los que se adormecieron, de tan excesiva vigilia –y que yo
no
sé si despertarán…
y
los que murieron de tanta espera… -y que no sé si fueron salvados.
Yo,
sí. Pero todo esto, todos estos ojos puestos en ti, en lo alto
de
la vida,
no
sé si te mirarán como yo,
renacida
y desprovista de venganzas,
el
día que necesites el perdón.
STÉPHANE MALLARMÉ
Instancia
Ha
tiempo que he soñado, Duquesa, ser la Hebe
que
en jícara ríe si a tu beso se entrega.
Yo
no estoy en el Sèvres en que tu boca bebe,
pues
no soy más que un vate que ni aun abate llega.
Rubia
que a quien te peina, tu divino oro mueve
a
obras de orfebrería, puesto que éste no alega
méritos
y consigue que tu mirada leve
desdeñe
los bombones y el gozquejo que juega,
nómbrame
del rebaño de tus almibaradas
sonrisas,
que cual blancas ovejas amansadas
pacen
en corazones y balan indecisas.
Nómbrame…
que Boucher me pintará en un rosa
abanico,
arrullándolas con mi flauta amorosa.
Nómbrame
a mí, Duquesa, pastor de tus sonrisas.
¡Vaya
una inapreciable flor de estufa!
¡Y
de cuán gentil manera está cortada!
De
la poderosa mano del maestro artificio que forjaba.
KAMALA SURAIYA
Annette
Annette,
En
la cómoda.
Pálidos
dedos sobre el espejo-campos
La
cosecha
Ese
pelo marrón de trigo.
Belleza
Caer
como el tamo de espejos antiguos,
mientras
calandrias
En
todas
las
ciudades se convierten ….
LOUISE LABÉ
Soneto VII
Morir
se ve cuanta cosa animada,
cuando
del cuerpo el alma sutil parte:
¿Dónde
estás, pues, oh alma bienamada?
No
me abandones, ay, a tanta nada:
que
rescatarme no sabrá tu arte.
Hurta
tu cuerpo, ay, sin demorarte:
dale
su parte y su mitad estimada.
Pero
haz, Amigo, que no sea riesgoso
este
combate, este duelo amoroso,
que
el áspero rigor no lo presida,
ni
la estrechez, sino la gracia pura,
amable
en la cesión de tu hermosura,
otrora
tan cruel, hoy concedida.
TUDOR ARGHEZI
Jamás el otoño...
Jamás
el otoño ha sido más bello
para
nuestra alma alegre con la muerte.
Pálida
cama es el llano de seda
y
las nubes tejen brocado para los árboles.
Las
casas, agrupadas como cántaros
con
vino añejo en sus vientres de barro,
quedan
en la orilla azul del río del sol,
de
cuyo fango he bebido oro.
Los
pájaros negros suben hacia el ocaso
como
la hoja enferma del hayarango oscuro,
que
se deshoja sacudiendo en lo alto
las
hojas hacia el cielo.
Quien
quiera llorar, quien quiera plañir,
llegue
para escuchar este impulso incomprensible,
y
con la mirada en la llama celeste de los chopos,
deje
su sombra en sus sombras, sobre la colina.
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