Dedicatoria
para
Moremi, 1963
La
tierra no comparte la viga de la envidia; suelos de estiércol
Cortado,
no la ligera piel de la salamandra, sino su caída
Sabor
de este suelo a plomo y muerte en su vida profunda
Como
este ñame, totalmente enterrado, aún vivo tubérculo
En
la calidez de las aguas, enterrado como los manantiales
Como
las raíces del baobab, como el corazón.
El
aire no te lo negará. Como un alto
Girar
sobre el ombligo de la tormenta, por el azadón,
Las
raíces de los arados bosques son una vereda para las ardillas.
Ser
eterno como la turba oscura, pero que sólo lluevan
Dedos,
no los pies de los hombres, por más que estén lavados.
Largo
ropaje de la sombra del sol, correr desnudo hacia la noche.
Pimiento
verde y rojo – mi niño- su lengua arco
Su
cola de escorpión, volver a escupir directamente las acechanzas del peligro
Aún,
con el arrullo de la oscura paloma, zarcillo de rocío entre tus labios.
Escudo
que te gusta la carne de la palma de la mano, hacia el cielo dirigida
Colmillos
en nido de espinas, sin cáscara como el corazón de la semilla
La
carne de la mujer es aceite – mi niño, aceite de palma en tu lengua
Flexibilidad
para vivir, y el vino de esta calabaza
Desde
su propia prisa corriendo arroyos como repuestos
Sus
esfuerzos, mi niño, son el destete con que nos abrazan
Tierra
de enmielada leche, el vino de la única costilla.
Ahora
enrollo su lengua en miel hasta que sus mejillas son
Enjambres,
panales -su mundo necesita dulcificarse-, mi niño.
Irosun,
el árbol rojo, ronda el corazón, tiza para el vuelo
De
la mancha -¿puedes verlo mi niño? ¡Ya amanece!-bajo el antimonio
De
las axilas, como una diosa, nos deja este largo sabor
De
sus labios, de sal, que tú puedes buscar
Nunca
en las lágrimas. Esto, agua de lluvia, es el regalo
De
los dioses-bebida de su pureza, frutos de estación.
Frutas
luego a sus labios: apresurado por recompensar
La
deuda del nacimiento. Pleamar en el hombre-marea como en el océano
Y
su reflujo, dejando un sentido de fósiles arenas.
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