Jamás el otoño...
Jamás
el otoño ha sido más bello
para
nuestra alma alegre con la muerte.
Pálida
cama es el llano de seda
y
las nubes tejen brocado para los árboles.
Las
casas, agrupadas como cántaros
con
vino añejo en sus vientres de barro,
quedan
en la orilla azul del río del sol,
de
cuyo fango he bebido oro.
Los
pájaros negros suben hacia el ocaso
como
la hoja enferma del hayarango oscuro,
que
se deshoja sacudiendo en lo alto
las
hojas hacia el cielo.
Quien
quiera llorar, quien quiera plañir,
llegue
para escuchar este impulso incomprensible,
y
con la mirada en la llama celeste de los chopos,
deje
su sombra en sus sombras, sobre la colina.
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