sábado, 4 de enero de 2014

JOSEFINA PLA



Nadie le empuja


Nadie le empuja Nadie lo retiene
nadie le advierte nadie le cede el paso ni le espera

Indiferentes
le ven pasar con su sentencia
oculta como un zorro robado en la cintura
royéndole hasta el hueco de los dientes

Nadie le impide el paso ni le espera
porque todos quisieran ser los últimos.

Nadie le toca. Nadie
le empuja. Llega solo
llenándose sin nadie del silencio
de todos los que llegaron antes
tapiándose de nombres olvidados
y de palabras sin respuesta

Llega solo
nadie le empuja nadie le retiene
porque todos quisieran ser los últimos
 


SUSY DELGADO



Grito del fuego


Chispa del puro azar
o del demonio
llamita
flama
llamarada
arde
chisporrotea
crepita
grita
increpa
escupe fuego vivo
quema los campos de mi tierra.

Crece
se encrespa
se embravece
lengua de muerte
devorando implacable
los últimos montes
de mi tierra.

Fragor de ira
tragándose
los ranchos
las hamacas
las gallinas
la yerba
las flores
la miel
los pájaros
las víboras
los peces
los jaguares.

Atragantándose
de tanta vida inútil
y vomitándola
materia triste
achicharrada
gris
olvido puro
para el viento.

Bronca
exabrupto
eructo
grito
hiriendo
arrasando
calcinando
el antiguo silencio de mi tierra.


AMANDA PEDROZO,


 

Cópula

  

La cópula es un árbol loco y triste
donde florece repentinamente
esa nada que se esparce desde la carne
hasta la piel y el grito.
La cópula es un cuchillo de angustia
fraccionado en milésimas de júbilo.
Es un dolor en tosco disimulo
una perdida redondez de ausencia
un tiempo sin pulso.
Es de golpe querer lanzar el cuerpo
lejos del cuerpo
reconocernos en otro cauce antiguo
infinitamente más abiertos
y más impenetrables.
Es casi derramar la sangre
en una ciega profusión de giros
imágenes y rostros.
La cópula es la esperanza negativa
que se traga a sí misma
y se recomienza sin falta
en su propio lamido.
Nosotros copulativos
dadivosos o tercamente inhóspitos
agua o llamas
corteza de existir simplemente
y sin embargo borrosos de cenizas
futuros cadáveres.
La cópula es un túnel engañoso y rápido
es hacerle muecas al espejo.
querer joder a la muerte
en una esquina ávida y sin luces,
volvernos repetidamente
muro y milagro
abismo y canto
silencio, tumulto.

 

 

LISANDRO CARDOZO


 

VII

 

Tiemblo de emoción
cuando escucho su canto quedo
en mis oídos,
y la recuerdo así, arrullante
manza, entrelazada a mí
en una tarde de invierno.

 

ROQUE VALLEJOS



El Cristo perro

  

Ya no soy yo
sino este
pueblo,
que camina
mordido como
un perro,
trillado el
pie,
el cuerpo
remendado,
la escarapela
como sarna
hasta en los labios.

El pozo de
sus ojos
fondeado,
vendió
por huesos ajeno
su ladrido,
la garra que
le queda
está limada
como un colmillo
que mascó
bozales.

Muerde su propia
carne
y se alimenta
con el mismo
veneno de
su sangre
y desanda
a tientas
su camino,
con una cruz
sin nombre
sobre el lomo,
porque no sabe si
Cristo ha sido perro
pero él es tan solo perro como Cristo.



LOURDES ESPÍNOLA

  

In memoriam
Sor Juana Inés de la Cruz



Y ser y no.
Ser mujer,
con manuscritos de internas visiones
nombrando la experiencia.
Traduces lenguas de tragedia,
mujer abriéndose
como ostra
que lleva
su cárcel por dentro.
El resto: soledad,
verbo y polvo
masticando los años.

Repetición de ademanes, miradas o palabras.
Con defensas en alto,
con mis viejas trampas
(acechos que creía ya dormidos).
Tus ojos, lengua de Eros,
con su llama verde apenas contenida.
Vienes rompiendo las murallas
de tímpanos vacíos
en las interminables venas del insomnio.

Estabas y no estás:
ni mis amores,
ni el feroz arañazo del recuerdo
te atrapó con tal fuerza y te retuvo.
Ni el hallazgo
de calladas memorias vegetales,
ni las piedras
calientes y redondas.
Ni el asombro del árbol orgulloso
mostrando
verdes frutos,
flores,
pistilos y raíces.
Nada.
Caminé avergonzada,
Casi como desnuda,
Con mejillas
con párpados,
Con pestañas,
con lágrimas.

Esclava de caprichos de tu verbo
mordiendo las arterias:
me penetras,
me curas,
me sojuzgas.
Fiel, triste, sombra a mi costado,
me cortas con tu filo;
me sangras
y modelas.
Sólo necesito tu venenoso beso, Poesía:
el aire está de más
cuando te tengo.

Como tierra maldita,
el centro de tu útero.
Como interminables esclavos
sin valor de mercado:
mujeres
pasan a otras manos,
pero nunca las suyas
aprisionarán su propio destino.


Tanto tiempo jugando a tus trampas,
tretas y vestiduras.
Te he mirado, Poesía, en ese instante,
justo antes de que tú me atrapes.
Despacio me seduces;
ni siquiera mi hombre se dio cuenta
que me envenenas
y me llevas traicionera
hasta el nunca más
de mi propio deseo.