domingo, 30 de noviembre de 2014

JOSÉ WATANABE



La piedra del río

 

Donde el río se remansaba para los muchachos
se elevaba una piedra.
No le viste ninguna otra forma;
                         sólo era piedra, grande y anodina.

Cuando salíamos del agua turbia
trepábamos en ella como lagartijas. Sucedía entonces
algo extraño:
           el barro seco en nuestra piel
acercaba todo nuestro cuerpo al paisaje:
                         el paisaje era de barro.
En ese momento
la piedra no era impermeable ni dura;
            era el lomo de una gran madre
que acechaba camarones en el río. Ay poeta,
otra vez la tentación
                 de una inútil metáfora. La piedra
era piedra
y así se bastaba. No era madre. Y sé que ahora
asume su responsabilidad; nos guarda
en su impenetrable intimidad.

Mi madre, en cambio, ha muerto
                        y está desatendida de nosotros.

 

 

JOSÉ MARÍA EGUREN


 


 

Mis ojos han visto
El cuarto cerrado;
Cual inmóviles labios su puerta
Está silenciado,
Su oblonga ventana, como un ojo abierto,
Vidrioso me mira;
Como un ojo triste,
Con mirada que nunca retira
Como un ojo muerto.
Por la grieta salen
Las emanaciones
Frías y morbosas;
¡Ay, las humedades como pesarosas
Fluyen a la acera:
Como si de lágrimas,
El cuarto cerrado un pozo tuviera!
Los hechos fatales
Nos oculta en su frío reposo...
¡Cuarto enmudecido!
¡Cuarto tenebroso
Con sus penas habrá atardecido
Cuántas juventudes!
¡Oh, cuántas bellezas habrá despedido!
¡Cuántas agonías!
¡Cuántos ataúdes!
Su camino siguieron los años,
Los días;
Galantes engaños
Y placenterías;
En el cuarto fatal, aterido,
Todo ha terminado;
Hoy sus sombras el ánima oprimen:
¡Y está como un crimen
El cuarto cerrado!

 

 

 

 

RODOLFO HINOSTROZA

 

Del infante difunto

 

La llamada de mi padre, alta como un penacho de plumas
y al tacto como la pringamosa de aquellos baños. ¿Recuerdas?
Las aguas ferrosas que calentaban tu cuerpo tenían colores,
de serpiente plana, y la tierra se había descosido en sus
espacios, y llevábamos nuestra infancia como un estandarte
sin sombras, entre paraísos de yeso, y ángeles larvados
y la tía apócrifa. De ella digo, ¿qué digo?, que en sus ojos
ardían mis espadas de estaño y que se había fugado
cuando las hogueras carcomían la noche de San Juan.
Se me había advertido, se me había repetido: ?Octavio, Octavio,
una gran ola salió del río cuando tú nacías. Nos salvamos
porque las campanas sonaron a muerto y la familia
había cavilado toda esa madrugada. Trepamos a los cerros
y durante todo un día vimos morir al pueblo. El Huascarán
nos miraba y entonces fue que sentimos esa blancura
imperdonable?.
(Nosotros tres habíamos enterrado ceremoniosamente,
en un rincón del patio, bajo la gotera, al canario muerto entre
las trenzas de mi hermana. Las campanas del ángelus nos
doblaban las rodillas
y de la muerte sabíamos que era una bella palabra.
Sí, porque mirábamos a los púlpitos de arcilla achacosa
en donde dormitaban ángeles bonachones, y nosotros sabíamos
llevar el domingo en los hombros, como una prenda nueva.)
No volverás a aquello, ni hallarás ese patio cuadrado
con una fecha dibujada en piedras negras. Los países se encogen
como esa tía abuela que olía a alcanfor,
y los hierros de las capitales inundan esos claros espacios
donde tu corazón anclaba, como un canto rodado. No sentirás
los pasos de tu padre midiendo las estancias donde los retratos
negreaban, como párpados muertos. No volverás
recuerdas ahora?
ahora recuerdas? ?Júrame que no dirás
a nadie que esa lechecita
que tienen los grandes entra
al estómago, y después dicen que
nace el hijo. Como a la Asunción,
te acuerdas de su barriga. No lo digas
a nadie?. Y nosotros espiábamos, porque en el pórtico de esa
casa
que olía a jazmines, las hermanas Cárdenas besaban,
y se hacían besar por los soldados.
Entonces los sudores repentinos desleían las sábanas de lino,
y yo había creído en los cuentos de la india desdentada
que vendía yerbas contra el mal de ojos, y cuando vi
esa mano huesuda en el terrado, bajo ese cielo rojo,
ella rió y lloró, cubriéndome de besos.
Oh, los sueños, los sueños que tomaban la forma de cestos de
mimbre
donde un niño dios nadaba entre dos aguas! Yo no conocía el
mar
y todo era sólido al tacto, como aquella familia
que se había procreado entre cerros y estrellas, en tiempos tan
lejanos
como la lengua que hablaban los sirvientes. Pedro Granados
me cargaba conmovido. Sus más jóvenes hijos eran muertos
en un aluvión de piedra y lodo, y yo había oído
que en ciertos días perdía la memoria. Oh, y la hermosa
caligrafía
de tu madre, y sus manos que dibujaban catedrales de barro
cocido,
y los prohibidos baúles de cuero, donde los libros se agitaban
como peces asustados!
De qué se llora, dí de qué se llora
cuando se tiene padres sólidos, y la saliva invade la boca,
y se ha recibido una vieja cuchara de plata,
y se pasea, a la luz de la luna, por un bosque de cedros
conteniendo las ganas de orinar. De qué se llora entonces
cuando en las tardes de yodo hemos prendido velas
a los santos patronos, cuando nada ha caído, salvo, tal vez,
el nido de ese pájaro en un charco. De qué se llora
cuando los días se cierran como un aro y el mundo
es una palabra que salta y produce escozor en nuestras lenguas?…
Recuerdas, exiliado por tu brutal sonambulismo, recuerdas
las alcantarillas de tu ciudad que nutrieron al río de oro,
recuerdas el abrevadero, junto a la alameda de los muertos
marcada con enormes piedras blancas como el llanto de un dios,
donde se encontraban los talismanes y los palos torcidos
que inundaban de majestad tu frente?
(Seres, nombres de seres.
Deslumbramiento de monos habladores bajo el cielo feriado./
Tambores
de piel de chivo alejando cosas y cosas de bronce
hacia las capitales escarlata, mientras mi madre, partícipe de mi
sueño, aguardaba por unas bellas frutas que yo había visto
en el mercado, al fondo, junto a las ollas pintadas.)
De este destino diré hoy que lo ví crecer
como el arco de yeso de la casa, cuando mi sombra huía
como una llama muerta. Y del llanto que pendió
de los dedos monótonos, digo que puede ser ternísimo
cuando se tiene una espada de lata
y las estrellas llegan a abrevar sus distancias
en la mirada parda.
Porque yo recuerdo
que tuve todo eso, y que vi reposar a un burro blanco
en el sol de Enero y que oí comentar a los mayores
las noticias de cierta lejana guerra. Y el movimiento del caballo
y ese rey perezoso me retuvieron horas y horas
en el perfume de la media mañana, bajo el sol de Enero,
esperando la brillante jugada de mi padre.

 

 

BLANCA VARELA


 

A lo mejor eres tú mismo

 

A lo mejor eres tú mismo el tren que pita y se mete bajo
tierra rumbo al infierno o la estrella de chatarra que te
lleva frente a otro muro lleno de espejos y de gestos,
  endiablados gestos sin dueño y tú tras ellos, solo, feliz
propietario de una boca escarlata que muge.
Pega el oído a la tierra que insiste en levantarse y respirar.
Acaríciala como si fuera carne, piel humana capaz de
conmoverte, capaz de rechazarte.
Acepta la espera que no siempre hay lugar en el caos.
Acepta la puerta cerrada, el muro cada vez más alto, el
saltito, la imagen que te saca la lengua.
No te trepes sobre los hombros de los fantasmas que es
ridículo caerse de trasero with music in your soul.

 

 

GIOVANNA POLLAROLO


 
Yo quería ser mariposa

 

los ensayos a las cinco, después de clase
un ballet con música de Strauss
que cerrará con broche de oro las fiestas del colegio
argumento y coreografía son de mi invención
cinco mariposas enamoradas de una flor
dijo la señorita Leontina
la flor es sólo un adorno, no necesita ensayar
y puede ser cualquiera.
Pero todas queríamos ser mariposas.
La danza es difícil, yo soy exigente
habilidad, gracia, flexibilidad, soltura
no admito errores ni considero a las caras bonitas
el talento se tiene o no se tiene
mejor renunciar antes
de pasar por el mal rato del fracaso.
Sus ojos helados recorren la fila
haremos una prueba, el tiempo es oro
primer paso: derecha, izquierda, media vuelta, derecha
hace sonar un pito estridente
y es mi primer paso al fracaso
me persigno con la derecha y mientras pienso
las cinco mariposas van en la media vuelta
ya estamos en un enredado tercer paso
y yo no aprendo todavía el primero
ahora lo haremos con música
ahora empieza la verdadera prueba
trazará la línea de las elegidas
se sienta ante el piano, se saca los anillos
me pellizco la mano derecha, me muerdo el pulgar derecho
y en el lío de la música y los gritos acompasados
derecha, arriba, media vuelta, abajo, derecha
olvido el dolor del lado que no aprendo
me quedo plantada como una gallina ante su huevo
al medio de un círculo en donde no debería estar
¡Pollarolo! interrumpe la música
(el tiempo es oro)
dicta la sentencia que desde el principio supe
serás flor, gritó.
Desde el pedestal en el que oficio de adorno
aún sigo esperando que llegue a su fin
el mal rato anunciado.

 

 

JUAN CARLOS LAZARO


  

El Beduino

 
Desde hace veintiún días
No he vuelto a mirar el mar,
No he escrito un poema
Ni he tenido un amor
En todo este tiempo.
Pienso que la espuma blanca,
Habrá subido hasta las peñas,
Que los maremotos habrán borrado
Las islas,
Que estarán los puertos
Inundados y sin marinos.
­Oh desolación!
Desde hacen veintiún días
Mis ojos solo ven
Desiertos naturales y tiendas.
La guerra no ha pasado
Por aquí todavía...