domingo, 17 de febrero de 2019


CESÁR DÁVILA ANDRADE





Después de nosotros



Mañana, después de nosotros,
volverá a la pradera, en dulce péndulo
a recorrer la música, un delirante festival.

Las alcobas cerradas
pasarán cabeceando hacia los arrecifes
de una ancha rosa azul.

¿Quién mirará en silencio
cruzar por los cristales detenidos
las cosas que terminan con la lluvia ?

¿Quién abrirá de noche la unánime
novela que se lee alma adentro,
para buscar el fuego de los días
en la ardorosa y blanca intimidad ?

¿Y, quién verá en las noches de diciembre
salir, al través de las ventanas,
la música delgada de Franz Schubert
que, sollozando, cae en los jardines?

¡Ah, mañana, después de nosotros!

Cuando la primavera alce sus hojas,
qué luminosas potras de topacio
se empinarán de amor
sobre nuestros sepulcros apagados!

Sobre nosotros pasarán en junio
misas de punta azul y espuma blanca,
los gaseosos orfebres del crepúsculo
y el agua circular de las carretas
que marchan a cambiar largas hileras
de música con pensativas cosas.

Oh, si esta tierra inexorable
que hoy me cose los párpados, amada;
si esta tierra, al fin, se aclarara,
lloraría, temblando, sobre tus manos blancas
como cuando la fiebre me adelgazaba el alma...

¡Pero esta honda noche, se hace tarde!

Ah, y otra vez, errantes, los gitanos
volverán una tarde a nuestra aldea.
Sé que preguntarán por nuestras manos...
Les dirán que ya nadie puede leer en ellas,
que tenemos la línea de la vida
borrada por dos años de azucenas.

 

ELISEO DIEGO





El General a veces nos decía...



El General a veces nos decía
extendiendo sus manos transparentes:
«así fue que lo vimos aquel día
en la tranquila lluvia indiferente

sobre el negro caballo memorable».
Suavizaba la sombra del alero
su camisa de nieve irreprochable
y el arco duro del perfil severo.

Y mientras en el patio de azul fino
cercana renacía la tristeza
del platanal con sus nocturnos roces,

más allá de las palmas y el camino,
limpiamente ceñida su pobreza,
pasaban en silencio nuestros dioses.
 

CARLOS MANUEL VILLALOBOS





Los escribanos del agua



Quizá los escribanillos estaban aquella milagrosa tarde cuando Jesucristo caminó por el agua y fueron bendecidos entonces con arte de la levitación acuática, o quizá fue al revés: El Maestro aprendió el secreto de ellos mirándolos atentamente durante sus años de silencio. Los especialistas en entomología jamás podrán dilucidar este dilema. Lo que sí se sabe es que estos insectos tienen alma de poetas y apuntan en el agua metáforas que el viento oye cuando pasa. Lo que sí sabe es que son innatos bailarines y es por eso que parecen cisnes del Parnaso cuando llegan a los arroyos. Se sabe también que pueden mezclar ingeniosamente las líneas de la luz con los tonos surrealistas de los estanques. Quizá algún día, si desciframos este lenguaje de rayas misteriosas, en vez de lienzos los pintores pinten poemas en las albercas, mientras bailan levitando.

¿Qué secreto aviso escribirán
con tanta prisa de borrarlo?

¿Qué entresijo dirá su rastro
de huellas imposibles en el agua?

¿Qué cifrado cuento querrán decirnos
con su danza jeroglífica?

¿Cómo diablos pudieron
estos pequeños acertijos
domar a los raudales
y nadar corriendo contra corriente?

¿Cómo pudieron agarrarse de la luz
para no hundirse en los estuarios?

¿Cómo pudieron vencer
los sorbos de la muerte
en el lomo furioso de los ríos?


DANIEL TÉLLEZ





32.



envainada su mano mi padre creaba espantos/ mano
mojada como adormidera para los niños/ cartílago
para el escepticismo/ fardo ligero en la fornicación
sobre la niebla/


SARA VANEGAS COVEÑA






las voces van formando un círculo azulado
más allá la sombra se engulle el horizonte. y el cielo y la mirada
de pronto te encuentras tiritando sobre el acantilado
manos antiguas rodean tu talle

y muy dentro de ti esa música sumergida


XAVIER OQUENDO




  
Buscador



Luego de cenar
el último alimento de la pesca
corríamos a buscar a la mujer
en todos los costados de la vida.

Buscábamos mirarlas
por entre sus túnicas cerradas
y hallar en sus corpiños
la luz del nuevo día.

Ellas nos miraban como ver llover,
como un anuncio de tormenta.

Éramos solo adolescentes
que nos faltaba sol en las costillas.

Las mujeres se reían desde las azoteas de sus miedos.

Alguna lloró, pero las más se carcajeaban,
mientras masticaban un polvo de estrellas,
regalo del sol del otro día.