martes, 28 de mayo de 2013

JOSÉ JESÚS OROZCO RAMÍREZ




Rendición


Bajo la noche de tu sexo ardiente
mis locos desatinos se extraviaron
y lúbricos tambores entonaron
la roja danza de la azul serpiente.

Mi empinada bandera que presiente
la rendición de los que bien lucharon
escucha sordo a los que reclamaron
un cese al fuego en forma vehemente

y haciendo caso omiso da la carga
y torrentes de lava le descarga
en belicosa furia desatada.

Sin fatiga tu noche periclita
y el rubio campo de tu vientre invita
a contemplar tu entrega apasionada.



RODOLFO JARAMILLO ÁNGEL




  
Tus senos


Tus senos como redomas
llenas de tibia ternura,
van pregonando pasiones,
van ofreciendo locuras.

Cárcel estrecha la blusa
finge dureces de angustia,
y son carceleros fieles
los hilos de las costuras.

Hay un rumor de colmena
con voces imperceptibles
en el temblor de tus senos,

que son dos pomos pulidos
que llevan a los sentidos
sed de pecados eternos.


LUIS EDUARDO ISAZA





Seducción


Hoy te besaré
enhiesta los plurales
labios de tu calavera.

No es una amenaza
pero te advierto
voy cargado de mentiras
para que los besos
vayan más allá del beso.

VÍCTOR SANDOVAL





Mi Tiempo, Padre…


Mi tiempo, padre:
Himnos de guerra y tableteo de metralletas.
Lo estoy viviendo apenas pero lo estoy viviendo.
Soy el aire del arquero y su brazo.
Te veo escribiendo tus poemas,
como éste, padre, como éste.
¿Para qué, para quiénes?
¿Para quiénes abres tu cartapacio,
tu horrenda máquina de escribir
como dentadura postiza?
A veces te leo en los periódicos
llenos de mosquitos proditorios.
Hace cincuenta largos años
que estás sobre la tierra.
Yo, padre, soy yo-padre desde que tú naciste.
El beso que pongo en tu mejilla
es el bien común,
el orden que rodea nuestra cisterna.
Por este lento avanzar del poemario,
del poema-río de tu consagración,
te despega la muerte de la vida
con paciencia de coleccionista.

FABRIZIO CARAMAGNA




Aforismos


17.
Todos hablan a tus espaldas. Sólo el cielo te habla de frente.



Traducción de Hiram Barrios

LUIS GARCÍA MONTERO




Se descalzan los días...


Se descalzan los días
para pasar de largo sin que nos demos cuenta.
Son casi despedidas, casi encuentros
-felices pero incómodos-
de cuerpos que se miran
y que aplazan la cita.
                              Aunque detrás,
suelen quedarnos huellas que no son los recuerdos.

De aquel jardín inculto yo conservo
el hombre que venía a desearte,
a caminar sin ti,
silvestre y solo.
Porque de ti le hablaban las adelfas,
con sus ramas difíciles como muchachas jóvenes,
y las palmeras altas igual que tu desnudo,
y aquel cielo corrido
que buscaba
la luz con que el amor te distingue los ojos.

No envejecemos nunca. Tal vez no envejecemos.

Y ahora puedo decírtelo,
cuando tú me recuerdas las adelfas,
y tu desnudo en arco dibuja una palmera,
y los ojos se nublan
sobre el jardín silvestre de los enamorados.

Tal vez no envejecemos. O es acaso que el tiempo
se quitó los tacones para no molestarnos.
O es acaso el deseo
que camina en los labios todavía descalzo.