miércoles, 27 de abril de 2022


 

AURELIA CASTILLO DE GONZÁLEZ

 

 

El Ruiseñor y el Loro

 

 

En casa de un famoso pasajero
un lance vi que referirte quiero,
porque algo provechoso me ha enseñado
como verás después, lector amado.
Olvidando que estaba entre prisiones,
cantó un mirlo con suaves inflexiones;
que así los males la inocencia olvida
y su candor feliz presta a la vida.
Al terminar los ecos peregrinos,
de aprobación se oyeron dulces trinos,
y exagerando la alabanza un loro,
-¡Magnífico!, exclamó, ¡qué pico de oro!
Poco después un cuervo macilento
sus lúgubres granznido lanzó al viento,
y de las aves todas sólo el loro
-¡Soberbio!, prorrumpió, ¡qué pico de oro!
Luego del ruiseñor la voz divina
al silencioso público fascina,
cuando del loro el entusiasmo estalla
y exclamando: -¡Qué pico…! -¡Calla, calla!,
le dice el aplaudido con premura,
¡reserva para el cuervo esa figura!
Y todos los presentes en un coro
a guisa de sermón dicen al loro:
-Alabanzas que a todos se prodigan
ni nada valen ni a ninguno obligan.

 

 

HORACIO CASTILLO

 

 

Tren de ganado

 

 

Somos inocentes, gritábamos desde los trenes.
¿Era de noche o de día? ¿Estábamos vivos o muertos?
Asomados por el tragaluz mirábamos la inmensa llanura.
De pronto un mugido nos traía el recuerdo de Ifigenia
y volviéndonos hacia nuestros hijos los apretábamos contra el pecho.
¿Qué es aquello? El sol. ¿Qué es aquello? Una nube.
Habíamos olvidado el color del mar, el olor de la lluvia.
Los que sabían de estrellas habían olvidado sus nombres
y les dábamos los nombres de nuestros hijos para orientarnos al regreso.
¿Qué es aquello? Un árbol. ¿Qué es aquello? Un río.
Y un canto gregoriano se elevaba a nuestro alrededor,
hablaba por todos los destinados al sacrificio.
Somos inocentes, gritábamos desde los trenes.
¿Era de noche o de día? ¿Estábamos vivos o muertos?
La leche se había agriado en los pechos de las madres,
peinábamos nuestro cabello y se convertía en ceniza.
¿Qué es aquello? Un pájaro. ¿Qué es aquello? Una piedra.
Y bajando la cabeza ocultábamos nuestro rubor,
cortábamos en silencio las uñas de los muertos.
Somos inocentes, gritábamos desde los trenes.
¿Era de noche o de día? ¿Estábamos vivos o muertos?
Bebíamos al atardecer el vino de los ciegos,
soñábamos todavía con un bosque de orquídeas.
¿Qué es aquello? Arena. ¿Qué es aquello? Niebla.
Y la vida escapaba como un murciélago entre las sombras
y nos dormíamos con una inusitada mansedumbre en la mirada.
Después nuestros ojos se volvieron como los ojos de las estatuas,
miramos nuestras manos y había desaparecido la línea de la vida,
y desde la estiba se elevó el ronco yambo
gimiendo por ti, por mí, por todos nuestros compañeros.
Sólo quedaron detrás nuestro líneas etruscas,
cantos de cera navegando hacia el sol,
y a nuestro lado siempre tú, piadoso coro,
tú, alma mía, vaca coronada de nardos y violetas.

 

 

ZÉNO BIANU

 

 

Invocación

Enfurécete, enfurécete ante la muerte de la luz.
Dylan Thomas

 

 

el cielo se apaga
los ojos se iluminan

no nos perdones nada

cuando la muerte
no acaba
de expulsar la vida

cuando el cuchillo
de la noche fría
rebana el arcoíris

no perdones nada
a los hombres consumidos
de crepúsculo

ven
a descarnar la herida culminante
la ardiente inquietud
de soledad

la imantación

entre la herida y la cura

entre la ceniza errante
y la lengua de los ángeles

por la gracia de un corazón
al fin despedazado

séanos posible agrandar
el abismo que duerme en ti

no nos perdones nada

 

 

ARMANDO RUBIO HUIDOBRO

 

 


Monedas

 

 

Engominado, pulcro,
penetro en las iglesias
altivamente cirio
con mi cara de hostia
dominguera.

Y me arrodillo,
y me confieso, y me persigno,
y regreso a la calle
para comprar barquillos
con monedas hurtadas al abuelo.

 

 

GONZALO ARANGO

 

  

La salvaje esperanza

 

 

Eramos dioses y nos volvieron esclavos.
Eramos hijos del Sol y nos consolaron con medallas de lata.
Eramos poetas y nos pusieron a recitar oraciones pordioseras.
Eramos felices y nos civilizaron.
Quién refrescará la memoria de la tribu.
Quién revivirá nuestros dioses.
Que la salvaje esperanza sea siempre tuya,
querida alma inamansable.

 

 

TERESA AMY

 

  

Noche representada

 

 

no era el momento de velarme:
yo estaba cansada y me arrollé
debajo de una manta después de
un día complicado con
el caso genitivo En la otra punta
de la casa ásperas las copas de pie
en las que habíamos tomado vino
como candelabros apagados
irresponsablemente altos Con una forma
de silencio que me impedía dormir pude pensar
en mi muerte con triste exactitud:
mi dormitorio yacía estrecho de camas coloniales
el canesú de entredós
de mi traje celeste de enfant con cerquillo
arriba de la silla
Ladislao Fejn el relojero polaco
del apartamento uno
que nunca más salió al morir su mujer
y lo encontraron muerto
el recuerdo del yodo intolerable
de las lenguas de erizo
las oblongas grageas marrones
del mueblecito secretaire
que no me atreví a tocar jamás
le mur escrito con grafo en la pared
frente a mi cama Jeannée
con cinturón de cuero
debajo del vestido
cajas de laca japonesas y pinceles de marta
restos de marquetería en el apartamento nueve
mi hula hup amarillo detrás de la puerta y
la locomotora de metal en su caja de cartón gastado en el ropero
la terracita con murito quebrado
la cortina azul del cuarto de mi madre
mi madre
En la otra punta de la casa
sentado velabas pensando en
copas como mástiles abandonados:
las cortinas de dibujos egipcios
no tapaban
bastante
los últimos reflejos de la tarde
que podían resucitarme
Con un raro pudor yo no quería
romper la ilusión de mi muerte
el mundo privado de mi madre
tu cuidado Una malla indecible
me cerraba la boca
ya no había luz
pero yo respiraba