"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
miércoles, 25 de noviembre de 2015
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
La
fuerza
Aterido,
sobre la acera húmeda
—en su cara la sombra del miedo acumulado—,
busca el hombre su fuente de alegría.
He conocido tres o cuatro hombres felices
que decían sus cálidas canciones
con sólo andar,
con estrechar las manos,
sonreír,
cumplir cada jornada
con naturalidad de girasoles.
Tenían la plenitud
en su jornal discreto,
las calles sucias,
la inaudita naranja
en medio del invierno,
una flor en el viento,
la sopa compartida.
Gozaban su pan, el lecho,
la compañía y la espera,
el sol, la lluvia,
la soledad en calma
y el principio de todos sus trabajos.
Tres o cuatro hombres simples,
fuertes y temerosos,
parados en la acera,
bajo el cielo de todas las ciudades,
cuando suenan las alas
del ángel sin memoria.
—en su cara la sombra del miedo acumulado—,
busca el hombre su fuente de alegría.
He conocido tres o cuatro hombres felices
que decían sus cálidas canciones
con sólo andar,
con estrechar las manos,
sonreír,
cumplir cada jornada
con naturalidad de girasoles.
Tenían la plenitud
en su jornal discreto,
las calles sucias,
la inaudita naranja
en medio del invierno,
una flor en el viento,
la sopa compartida.
Gozaban su pan, el lecho,
la compañía y la espera,
el sol, la lluvia,
la soledad en calma
y el principio de todos sus trabajos.
Tres o cuatro hombres simples,
fuertes y temerosos,
parados en la acera,
bajo el cielo de todas las ciudades,
cuando suenan las alas
del ángel sin memoria.
SILVINA OCAMPO
ALBERTO ÁNGEL MONTOYA
La
noche junto a mí. La compañera
del alcohol, los besos y el desvío.
La noche en el espacio y en el frío.
La noche en fin. Y una mujer cualquiera.
del alcohol, los besos y el desvío.
La noche en el espacio y en el frío.
La noche en fin. Y una mujer cualquiera.
Una
mujer cualquiera en el desvío
de la hora que ríe placentera.
Una cualquier mujer que no supiera
más que pasar la noche bajo el frío.
de la hora que ríe placentera.
Una cualquier mujer que no supiera
más que pasar la noche bajo el frío.
Pasar
la noche y esperar la aurora.
Y al vino devolver su primitiva
forma de uva, la boca tentadora.
Y al vino devolver su primitiva
forma de uva, la boca tentadora.
Esa
mujer eterna y fugitiva.
Esa mujer de siempre y de una hora:
Mariela, Esther, Emperatriz, Oliva.
Esa mujer de siempre y de una hora:
Mariela, Esther, Emperatriz, Oliva.
RAFAEL ALBERTI
Esta
mañana, amor, tenemos veinte años.
Van voluntariamente lentas, entrelazándose
nuestras sombras descalzas camino de los huertos
que enfrentan los azules de mar con sus verdores.
Tú todavía eres casi la aparecida,
la llegada una tarde sin luz entre dos luces,
cuando el joven sin rumbo de la ciudad prolonga,
pensativo, a sabiendas el regreso a su casa.
Tú todavía eres aquella que a mi lado
vas buscando el declive secreto de las dunas,
la ladera recóndita de la arena, el oculto
cañaveral que pone
cortinas a los ojos marineros del viento.
Allí estás, allí estoy contra ti, comprobando
la alta temperatura de las odas felices,
el corazón del mar ciegamente ascendido,
muriéndose en pedazos de dulce sal y espumas.
Todo nos mira alegre, después , por las orillas.
Los castillos caídos sus almenas levantan,
las algas nos ofrecen coronas y las velas,
tendido el vuelo, quieren cantar sobre las torres.
Van voluntariamente lentas, entrelazándose
nuestras sombras descalzas camino de los huertos
que enfrentan los azules de mar con sus verdores.
Tú todavía eres casi la aparecida,
la llegada una tarde sin luz entre dos luces,
cuando el joven sin rumbo de la ciudad prolonga,
pensativo, a sabiendas el regreso a su casa.
Tú todavía eres aquella que a mi lado
vas buscando el declive secreto de las dunas,
la ladera recóndita de la arena, el oculto
cañaveral que pone
cortinas a los ojos marineros del viento.
Allí estás, allí estoy contra ti, comprobando
la alta temperatura de las odas felices,
el corazón del mar ciegamente ascendido,
muriéndose en pedazos de dulce sal y espumas.
Todo nos mira alegre, después , por las orillas.
Los castillos caídos sus almenas levantan,
las algas nos ofrecen coronas y las velas,
tendido el vuelo, quieren cantar sobre las torres.
Esta
mañana, amor, tenemos veinte años.
JOSÉ MARÍA HINOJOSA
Bajo
una misma luz
están nuestras cabezas.
están nuestras cabezas.
Tu
corazón y el mío
cantan sobre las piedras
cuando la noche oculta
los rugidos de fieras.
cantan sobre las piedras
cuando la noche oculta
los rugidos de fieras.
¿Tu
corazón y el mío eran sólo de arena?
Por
el desierto arrastran los camellos sus penas
y llevan en sus ojos oasis de palmeras.
y llevan en sus ojos oasis de palmeras.
¿Tú
corazón y el mío
eran sólo de arena?
eran sólo de arena?
Por
el desierto arrastran
los camellos sus penas
y llevan en sus ojos
oasis de palmeras.
los camellos sus penas
y llevan en sus ojos
oasis de palmeras.
¿Tu
corazón y el mío
eran sólo de arena?
eran sólo de arena?
Nuestras
sombras unidas
florecen en la tierra.
florecen en la tierra.
CÉSAR VALLEJO
Pienso
en tu sexo.
Simplificado el corazón, pienso en tu sexo,
ante el hijar maduro del día.
Palpo el botón de dicha, está en sazón.
Y muere un sentimiento antiguo
degenerado en seso.
Simplificado el corazón, pienso en tu sexo,
ante el hijar maduro del día.
Palpo el botón de dicha, está en sazón.
Y muere un sentimiento antiguo
degenerado en seso.
Pienso
en tu sexo, surco más prolífico
y armonioso que el vientre de la sombra,
aunque la muerte concibe y pare
de Dios mismo.
Oh Conciencia,
pienso, si, en el bruto libre
que goza donde quiere, donde puede.
y armonioso que el vientre de la sombra,
aunque la muerte concibe y pare
de Dios mismo.
Oh Conciencia,
pienso, si, en el bruto libre
que goza donde quiere, donde puede.
Oh
escándalo de miel de los crepúsculos.
Oh estruendo mudo.
Oh estruendo mudo.
¡Odumodneurtse!
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