lunes, 2 de julio de 2012


VICENTE ALEIXANDRE





Después del amor



Tendida tú aquí, en la penumbra del cuarto,
como el silencio que queda después del amor,
yo asciendo levemente desde el fondo de mi reposo
hasta tus bordes, tenues, apagados, que dulces existen.
Y con mi mano repaso las lindes delicadas de tu vivir
                                                                      retraído.
Y siento la musical, callada verdad de tu cuerpo, que hace
              un instante, en desorden, como lumbre cantaba.
El reposo consiente a la masa que perdió por el amor su
                                                                 forma continua,
para despegar hacia arriba con la voraz irregularidad de
                                                                       la llama,
convertirse otra vez en el cuerpo veraz que en sus límites
                                                                      se rehace.

Tocando esos bordes, sedosos, indemnes, tibios,
                                           delicadamente desnudos,
se sabe que la amada persiste en su vida.
Momentánea destrucción el amor, combustión que
                                                                      amenaza
al puro ser que amamos, al que nuestro fuego vulnera,
sólo cuando desprendidos de sus lumbres deshechas
la miramos, reconocemos perfecta, cuajada, reciente la
                                                                            vida,
la silenciosa y cálida vida que desde su dulce exterioridad
                                                                   nos llamaba.
He aquí el perfecto vaso del amor que, colmado,
opulento de su sangre serena, dorado reluce.
He aquí los senos, el vientre, su redondo muslo, su acabado
                                                                              pie,
y arriba los hombros, el cuello de suave pluma reciente,
la mejilla no quemada, no ardida, cándida en su rosa
                                                                          nacido,
y la frente donde habita el pensamiento diario de nuestro
                                               amor, que allí lúcido vela.
En medio, sellando el rostro nítido que la tarde amarilla
                                                                 caldea sin celo,
está la boca fina, rasgada, pura en las luces.
Oh temerosa llave del recinto del fuego.
Rozo tu delicada piel con estos dedos que temen y saben,
mientras pongo mi boca sobre tu cabellera apagada.



CARLOS BARRAL





Fósiles



Sumérjase el alma un instante
en el árido mar del deseo
y surja falaz de su espuma
tu efigie de bronce

Ж

Agite la brisa a su soplo
tus negros y sueltos cabellos
y envuelta en su halago
la bruma de tu cuerpo.

Ж

Al blanco cuenco de tus blandas manos,
febril apoyo de mi ardiente frente,
al brillo rojo de tus labios finos
dulce caricia de mi boca torpe,
siempre soñada.

Tú que derramas sobre tu frente un bucle,
al inclinarse triste la cabeza,
tú, que amedrentas en tus ojos negros
la melancólica luz y el dulce brillo
la que en el cuello dilatas un sollozo,
y en los labios humedeces un suspiro.

Ж

Sincronía de suspiros blandos,
sabrosa de salobre, teñida de resol,
moldeada en la morena carne
de la virgen del arpegio dulce
y pastoral.



PILAR PAZ PASAMAR





Mundo nuevo



Este es mi mejor mundo
puesto que tú lo habitas
-lo habitamos-, en medio
del llanto y la palabra.
Para estrenarlo, hubimos
de adoptar la esperanza
que, como lazarillo,
guiara nuestros pasos.
La soledad contigo
qué dulce se presenta.
El mar, contigo, al fondo,
su amistad nos ofrece;
el pájaro nos canta,
el agua corre limpia,
por la noche asomamos
nuestros rostros en paz
juntos, frente a la estrella.
Y cuando en el instante
de sentir a Dios, tomas
mi mano, qué silencio
mi corazón recoge.
Todo está más que dicho
en ese mundo antiguo
donde tú rescataste
mi tristeza. Hoy estreno
la luz, la verdadera,
la única que podía
iluminar mis ojos.
Amor, un mundo nuevo,
un reducido mundo
para cantar: es todo.
Ya es bastante: lo único.

CARMEN GONZÁLEZ HUGUET






De "Ppresencia":

                             Lengua del mal, guijarro de la muerte...
                                                               Sara de Ibáñez

2.


Su navaja de pluma corta el viento,
pero sus ojos glaucos, amorosos,
besan los tuyos mudos y gozosos
de arder sin fin en tan feliz tormento.

No se escapan del labio voz ni aliento
de no dar cuenta del amor medrosos,
mas pueden piel y tacto codiciosos
aprisionar la magia del momento.

En el dulce minuto sin ceniza
vibra con cuerda oculta el tiempo quieto
olvidando en la carne cauce y prisa.

Y logra el beso conquistar el reto
que en la piel fugitiva se eterniza
con la finura de un puñal escueto.


JAIME GIL DE BIEDMA






Idilio en el café



Ahora me pregunto si es que toda la vida
hemos estado aquí. Pongo, ahora mismo,
la mano ante los ojos -qué latido
de la sangre en los párpados- y el vello
inmenso se confunde, silencioso,
a la mirada. Pesan las pestañas.

No sé bien de qué hablo. ¿Quiénes son,
rostros vagos nadando como en un agua pálida,
éstos aquí sentados, con nosotros vivientes?
La tarde nos empuja a ciertos bares
o entre cansados hombres en pijama.

Ven. Salgamos fuera. La noche. Queda espacio
arriba, más arriba, mucho más que las luces
que iluminan a ráfagas tus ojos agrandados.
Queda también silencio entre nosotros,
silencio
              y este beso igual que un largo túnel.