lunes, 20 de octubre de 2014

JUAN LARREA



Aunque bajo el temor


 
En el fondo estas mujeres necesarias del frío
estas mujeres sin recuerdos más allá de los abedules
palidecen sin saber por qué

El cielo en cambio está enfermo de pizarras
y sus cabellos caen como pozos de mina


El cielo el cielo ingeniero amigo mío
construirás un velero con el soplo que me anima
puesto que el reloj hace el dragado de nuestros fastidios
y su círculo viene a ser nuestra corona a menudo de espinas

Sobre el horizonte de ciego que la hora mojada tentalea
los pichones se conducen como segundas intenciones
empleando hasta el final la mano de obra del otoño

Aunque la tarde haga sus víctimas
si tú no temes el deterioro de los mares
ven con tus párpados hinchados por un aire familiar
ven a expandirte como los autores de cartas anónimas

Sol de las cumbres sol

 

 

 

RAÚL GÓMEZ JATTIN



El que no entendió nunca

 
 
Fuiste un testigo indolente
Ni comprendiste
Ni a ayudaste a la víctima.

Fuiste un cómplice de la perfidia y la ignorancia
Tácitamente aceptaste
Que aquel hombre no valía la pena.

Cuando lo llevaban al matadero
Estabas cerca de él
Y sólo miradas de rencor le prodigaste.

Cuando te preguntaron
Si aquel amigo que aparecía en sus poemas eras tú
Lo negaste airado.


Hoy que vives entre cosas cotidianas,
¿Te olvidas de aquella época ilustre
Cuando a tus pies tuviste la poesía?

 

MANUEL GUTIÉRREZ NÁJERA



La misa de las flores

 

Boileau se queda en el aula
y Voltaire en la ciudad.
¡Musa, al campo! ¡Abre la jaula!
¡Señores versos, entrad!

Alce la oda en el bosque
su deslwnbrante oriflama;
que la sátira se enrosque
y que brinque el epigrama.

Beba el madrigal coqueto
en los lirios vino blanco,
y pensativo el soneto
descanse en rústico banco.

Tenue, frígido remusgo
entre los alcores sopla.
¡Cuántas perlas en el musgo
hay para tu cuello, copla!

Despierta, perezosilla:
despierta, que viene el alba...
Para hacerte una sombrilla
cortó Robín esta malva.

Deja tu alcoba: el jazmín
no en blanco reposo olvides,
que te aguarda tu escarpín,
tu pequeño no me olvides.

La persiana de cristal
que anoche tejió la escarcha
en tu cámara nupcial
rompe de un soplo, ¡y en marcha!

Ya no triste soliloquia
el nocturno ruiseñor,
y el gorrión madrugador
llama a misa en la parroquia.

Vamos al templo. Hoy es fiesta.
Tulipán dirá el sermón;
en la misa, gran orquesta;
y en la tarde, procesión.

Palomas y codornices
con hojitas de azahares,
remiendan sobrepellices
y componen los altares.

Un pobre topo, el más mandria
y apocado, barre el coro.
¡Hoy va a cantar la calandria,
la calandria de voz de oro!

Será el zentzontle, tenor;
jilguero, primer violín;
y maestro director
el arrogante clarín.

La pila de agua bendita
que está en el rincón umbrío,
es silvestre margarita
llena de fresco rocío.

El candelabro mayor
es una hermosa araucaria,
y aquel altar, siempre en flor,
es de santa pasionaria.

Mil cazoletas de almendro
perfuman el tabernáculo;
ya viene con mitra y báculo
monseñor el rododendro.

Van los breves aretillos
repicando cascabeles,
y detrás, rojos claveles
vestidos de monaguillos.

Doble sarta de corales
parecen: mira al monago
que marcha entre dos ciriales
y alza la cruz de Santiago.

Otro, guapo y petimetre,
va con acetre e hisopo,
y el hisopo de su acetre
es un pompón de heliotropo.

Del coro, bajo en las rejas,
absortas en sus plegarias,
se agrupan las trinitarias,
que tienen caras de viejas.

¿No miras los blancos cirios
de plateadas escamas?
Son encarrujados lirios,
y de mirto son las llamas.


A la camelia patricia
ya la azalea pizpireta
ve azucena la novicia
con sus ojos de violeta.

En bello sitial la dalia
como priora se esponja,
mientras la tórtola monja
entra de sayo y sandalia.

Abajo, frescas sirídeas
cubren la arena del piso;
y forman árido friso
en los muros, las orquídeas.

¿No oíste parar un coche?
Es del alcalde. ¡Qué gruesa
va la señora alcaldesa
con su dondiego de noche!

En cambio, ¡qué jubilosas,
qué frescas y qué elegantes
están las jóvenes rosas!
¡Qué indevotos sus amantes!

Aquél que de negro viste,
el de las grandes ojeras,
es un pensamiento triste. ..
¡Sufre mucho! ¡Si supieras...!

Mas ¡silencio! ¡De rodillas!
Ya el monago, de roquete,
girar hace el rehilete
de azulinas campanillas.

Parece el altar brillante
ascua de plata inflamada:
¡ya levanta el oficiante
la gardenia inmaculada!

Luego, una ráfaga fría
súbita baja del coro
y apaga la luz que ardía
en el gran trébol de oro.

Los rojos mirtos prendidos
en los cirios, azulean,
se retuercen, parpadean
y quédanse, al fin, dormidos.

Sus pábilos en hilera
simulan negro rosario;
por la torcida escalera
baja el cuervo al santuario.

Frente al sagrario se hinca,
el agudo pico tiende;
y, lámpara azul, se enciende,
tremulante, la pervinca.

Salgamos: la muda selva
derrama dulce beleño
y esparce la madreselva
su apacible olor de sueño.


Cierran las flores sus broches;
calla la breve campana:
flores nuevas, buenas noches;
Musa azul, hasta mañana.

 

 

MANUEL DEL CABRAL



Hombre y perro

 

Hombre que vas con tu perro:
con tu guardián.

Cuida mi voz, como el perro
cuida tu pan.

Perro que vas con un hombre
que amigo tuyo no es...
Acércate un poco al pobre,
huélelo bien.

Fíjate que tengo boca,
fíjate en mí.

Mira que soy hombre, pero ..,
con estas manos vacías
cómo me parezco a ti.

Perro que vas con tu amo,
fíjate bien:
que al hablar contigo, hablo
conmigo mismo... ¿No ves
que tan cerca del patrón,
no somos tres,
sino dos...?

Hombre que vas con tu perro:
tu servidor.

¡Qué grueso que está tu perro,
y qué flaco que estoy yo!
¡Estoy flaco porque tengo
gorda la voz!


 

GERARDO DIEGO



Amor

 
 
Dentro, en tus ojos, donde calla y duerme
un palpitar de acuario submarino,
quisiera - licor tenue al difumino -
hundirme, decantarme, adormecerme.

Y a través de tu espalda, pura, inerme,
que me trasluce el ritmo de andantino
de tu anhelar, si en ella me reclino,
quisiera trasvasarme y extenderme.

Multiplicar mi nido en tus regazos
innumerables, que al cerrar los brazos
no encontrases mi carne, en ti disuelta.

Y que mi alma, en bulto y tacto vuelta,
te resbalase en torno, transparente
como tu frente, amor, como tu frente.

 

 

ELSA WIEZELL



El mismo amor
 


Amo
el poder de la soledad sin resplandores
y lo que crece y asciende en el deseo.
Amo
el sol que reconstruye la corteza,
el pulso y el aliento,
la vibración, la sange y el oxígeno.
Amo
la calle, el aire, el salvaje pensamiento
y la ordenación de las arrugas
con los conceptos oscuros que maduran
Amo
el mar ocre, negro o verde que sacude
que es piel desnuda y agria de; la tierra.
Amo
el cada día de las cosas simples,
puerta y monólogo de la cal y el viento.
Amo   
al hombre y su creación entera.
Amo
la fuerza de comprensión y la ternura
y a Dios hasta llorar
(que me golpea)
la libertad, el polvo y la madera.
En fin: amo la Vida.