"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
sábado, 29 de febrero de 2020
GEORG TRAKL
Nocturno
El
hálito del inmóvil. Un rostro animal
Entumecido
de azul, su santidad.
Poderoso
es el silencio de la piedra;
La
máscara de un pájaro nocturno. Tres suaves
Campanas
se desvanecen en una. ¡Elai! Tu rostro
Se
reclina callado sobre el azul de las aguas.
Oh,
quietos espejos de la verdad.
En
los sueños marfilinos del solitario
Aparece
el reflejo de ángeles caídos.
HEINRICH HEINE
Los dioses griegos
Bajo la luz serena de la luna
Como el oro en fusión el mar rïela,
Resplandor que el fulgor del claro día
Con la molicie de la noche mezcla,
La vasta playa misterioso alumbra,
Y en el azul del cielo sin estrellas
Vagan las blancas nubes como estatuas
De dioses colosales y siniestras,
Talladas por la mano del acaso
En las entrañas de brillante piedra.
No son, no son las nubes, son los dioses,
Los dioses mismos de la antigua Grecia,
Que el mundo alegremente gobernaron
En pasadas edades con su diestra,
Y hoy, después de su ruina y su caída,
Cuando la noche silenciosa media,
Cruzan dolientes por el ancho cielo
Espectros tristes, sombras gigantescas.
Fascinada y atónita mi vista,
Este flotante Pantheón contempla;
Colosales figuras que se mueven
Y cruzan tristes la extensión serena
Con un solemne y sepulcral silencio.
-Mirad a Kronion, rey de las esferas;
Su nieve los inviernos en los bucles
Vertieron, de su oscura cabellera,
Sobre aquellos cabellos que al moverse
Al Olimpo temblar un día hicieran;
Aun con furor el extinguido rayo
Trémula empuña su cansada diestra,
Y su rostro, que hollara el sufrimiento,
No perdió en la desgracia su fiereza.
¡Oh altivo Zeus! tiempos más dichosos
Aquellos tiempos que pasaron eran,
Cuando saciabas tu apetito ardiente
De hecatombes y ninfas hechiceras;
Mas de los mismos dioses el reinado
Término al fin en el espacio encuentra.
Los jóvenes empujan a los viejos
Cual tú un día empujaste en vil pelea
A tu padre y tus tíos los Titanes,
Júpiter parricida con fiereza.
También te reconozco, altiva Juno;
A pesar de tus celos y tus quejas,
Otra ha tornado el cetro de los cielos;
No eres la reina incontrastable y bella,
Y tus brazos de lirio ya impotentes
Miro, é inmóvil tu ojo de gacela;
Y ya a la hermosa que de Dios el hijo,
Fruto divino, en sus entrañas lleva,
Tu venganza cual rayo de los cielos,
Diosa vencida, a destrozar no llega.
Y a tí también, también te reconozco:
¿Con tu saber y tu égida y tu fuerza
La caída evitar no has conseguido
Del viejo Olympo, Palas Athenea?
Y también llegas tú, tierna Afrodita;
Tus cabellos cual oro en tu cabeza
Brillaban otras veces, ahora luce
Como plata tu hermosa cabellera.
Hermosa estás, el cinturón famoso
De las Gracias te ciñe y te sujeta,
Y sin embargo, miedo incomprensible,
Raro temor me causa tu belleza;
Y si cual héroes de lejanos días
Tu hermoso cuerpo poseer debiera,
Por loca angustia el corazón opreso
Yo moriría de quebranto y pena.
Eres tan sólo, Venus Libitina,
Ya de la muerte la deidad siniestra.
Tampoco Arés con su mirada amante
A su querida lívida contempla;
Febo Apolo, el hermoso adolescente,
Inclina tristemente la cabeza,
Y la lira sonante que alegrara
Del Olimpo feliz la noble mesa,
Y vibró en el banquete de los dioses,
Destemplada sostiene con su diestra.
Más sombrío Hefaistos me parece,
Y el adusto Vulcano con fiereza
A la celeste reunión no sirve,
A Hebe sustituyendo, el dulce néctar.
La risa inextinguible de los dioses
Después d tanto tiempo ya no suena.
Yo jamás os amé, ¡viejas deidades!
¡Divinidades clásicas y fieras!
Mas piedad santa y compasión, ardiente
De mi pecho sensible se apodera
Cuando errantes os miro por la altura,
¡Dioses abandonados! ¡sombras muertas!
¡Nebulosas imágenes que el viento
Hace huir aterradas y dispersas!
Y al, pensar cuán cobardes y cuán falsas
Los dioses son que un día os vencieran,
Esos sombríos y modernos dioses
Que hoy los cielos dirigen y gobiernan,
Zorros de sangre ansiosos, que se cubren
Con la piel del cordero, ardiente llena
La ira mi pecho, y deshacer sus templos
Y por vosotros combatir quisiera.
Por vosotros, deidades sonrïentes,
Y vuestro buen derecho, que la Grecia
Con su ambrosía perfumó y sumiso,
En vuestro nuevo altar lleno de ofrendas
Adorar y cantar y alzar al cielo
Los brazos suplicantes yo quisiera.
Verdad es que otras veces, viejos dioses,
De los humanos en las luchas fieras
Del vencedor tomabais el partido,
Venales cortesanos de la fuerza.
Pero es el alma del mortal más noble,
Más entusiasta y generosa y tierna,
Y yo sigo, en las luchas de los dioses,
De los dioses vencidos la bandera.-Hablaba
así, y en el sereno cielo
Las visiones fantásticas de niebla,
Sensibles a mi voz, enrojecían,
Mirábanme con silenciosa pena,
Y cual por el dolor transfiguradas
Fundiéronse de pronto en las tinieblas.
Ya se había escondido silenciosa
La luna tras las nubes cenicientas,
Alzaba el ancho mar su voz sonora,
Y del espacio en la extensión inmensa
Salían victoriosas, derramando
Sus eternos fulgores, las estrellas.
Bajo la luz serena de la luna
Como el oro en fusión el mar rïela,
Resplandor que el fulgor del claro día
Con la molicie de la noche mezcla,
La vasta playa misterioso alumbra,
Y en el azul del cielo sin estrellas
Vagan las blancas nubes como estatuas
De dioses colosales y siniestras,
Talladas por la mano del acaso
En las entrañas de brillante piedra.
No son, no son las nubes, son los dioses,
Los dioses mismos de la antigua Grecia,
Que el mundo alegremente gobernaron
En pasadas edades con su diestra,
Y hoy, después de su ruina y su caída,
Cuando la noche silenciosa media,
Cruzan dolientes por el ancho cielo
Espectros tristes, sombras gigantescas.
Fascinada y atónita mi vista,
Este flotante Pantheón contempla;
Colosales figuras que se mueven
Y cruzan tristes la extensión serena
Con un solemne y sepulcral silencio.
-Mirad a Kronion, rey de las esferas;
Su nieve los inviernos en los bucles
Vertieron, de su oscura cabellera,
Sobre aquellos cabellos que al moverse
Al Olimpo temblar un día hicieran;
Aun con furor el extinguido rayo
Trémula empuña su cansada diestra,
Y su rostro, que hollara el sufrimiento,
No perdió en la desgracia su fiereza.
¡Oh altivo Zeus! tiempos más dichosos
Aquellos tiempos que pasaron eran,
Cuando saciabas tu apetito ardiente
De hecatombes y ninfas hechiceras;
Mas de los mismos dioses el reinado
Término al fin en el espacio encuentra.
Los jóvenes empujan a los viejos
Cual tú un día empujaste en vil pelea
A tu padre y tus tíos los Titanes,
Júpiter parricida con fiereza.
También te reconozco, altiva Juno;
A pesar de tus celos y tus quejas,
Otra ha tornado el cetro de los cielos;
No eres la reina incontrastable y bella,
Y tus brazos de lirio ya impotentes
Miro, é inmóvil tu ojo de gacela;
Y ya a la hermosa que de Dios el hijo,
Fruto divino, en sus entrañas lleva,
Tu venganza cual rayo de los cielos,
Diosa vencida, a destrozar no llega.
Y a tí también, también te reconozco:
¿Con tu saber y tu égida y tu fuerza
La caída evitar no has conseguido
Del viejo Olympo, Palas Athenea?
Y también llegas tú, tierna Afrodita;
Tus cabellos cual oro en tu cabeza
Brillaban otras veces, ahora luce
Como plata tu hermosa cabellera.
Hermosa estás, el cinturón famoso
De las Gracias te ciñe y te sujeta,
Y sin embargo, miedo incomprensible,
Raro temor me causa tu belleza;
Y si cual héroes de lejanos días
Tu hermoso cuerpo poseer debiera,
Por loca angustia el corazón opreso
Yo moriría de quebranto y pena.
Eres tan sólo, Venus Libitina,
Ya de la muerte la deidad siniestra.
Tampoco Arés con su mirada amante
A su querida lívida contempla;
Febo Apolo, el hermoso adolescente,
Inclina tristemente la cabeza,
Y la lira sonante que alegrara
Del Olimpo feliz la noble mesa,
Y vibró en el banquete de los dioses,
Destemplada sostiene con su diestra.
Más sombrío Hefaistos me parece,
Y el adusto Vulcano con fiereza
A la celeste reunión no sirve,
A Hebe sustituyendo, el dulce néctar.
La risa inextinguible de los dioses
Después d tanto tiempo ya no suena.
Yo jamás os amé, ¡viejas deidades!
¡Divinidades clásicas y fieras!
Mas piedad santa y compasión, ardiente
De mi pecho sensible se apodera
Cuando errantes os miro por la altura,
¡Dioses abandonados! ¡sombras muertas!
¡Nebulosas imágenes que el viento
Hace huir aterradas y dispersas!
Y al, pensar cuán cobardes y cuán falsas
Los dioses son que un día os vencieran,
Esos sombríos y modernos dioses
Que hoy los cielos dirigen y gobiernan,
Zorros de sangre ansiosos, que se cubren
Con la piel del cordero, ardiente llena
La ira mi pecho, y deshacer sus templos
Y por vosotros combatir quisiera.
Por vosotros, deidades sonrïentes,
Y vuestro buen derecho, que la Grecia
Con su ambrosía perfumó y sumiso,
En vuestro nuevo altar lleno de ofrendas
Adorar y cantar y alzar al cielo
Los brazos suplicantes yo quisiera.
Verdad es que otras veces, viejos dioses,
De los humanos en las luchas fieras
Del vencedor tomabais el partido,
Venales cortesanos de la fuerza.
Pero es el alma del mortal más noble,
Más entusiasta y generosa y tierna,
Y yo sigo, en las luchas de los dioses,
De los dioses vencidos la bandera.-Hablaba
así, y en el sereno cielo
Las visiones fantásticas de niebla,
Sensibles a mi voz, enrojecían,
Mirábanme con silenciosa pena,
Y cual por el dolor transfiguradas
Fundiéronse de pronto en las tinieblas.
Ya se había escondido silenciosa
La luna tras las nubes cenicientas,
Alzaba el ancho mar su voz sonora,
Y del espacio en la extensión inmensa
Salían victoriosas, derramando
Sus eternos fulgores, las estrellas.
GERARD MANLEY HOPKINS
“I wake and feel the fell of dark, not
day”
Despierto a sentir la pelambre de tiniebla, no el día.
¡Qué horas, oh qué horas negras pasamos
Esta noche! ¡las cosas que viste, corazón; caminos
que cursaste!
Y más habrá, en la aun más larga dilación de la luz.
Con testigo hablo así. Pero al decir
Horas digo años, digo vida. Y mi lamento
Es de gritos incontables, gritos como cartas muertas
enviadas
Al muy amado que vive ¡ay! distante.
Soy la hiel, soy acedía. El más hondo decreto de Dios
Me quiso sabor amargo: mi sabor fui yo;
Huesos en mí edificados, la carne colmó, la sangre rebosó
la condena.
La levadura del ser espíritu una pasta insípida amarga.
Veo
Que los perdidos son así, y su castigo el vivir
Como yo el mío, sus seres sudorosos; y peores.
1885
KRIS VALLEJO
Las horas escondidas
Clavaron
la poesía en el nombre de una calle
el
tiempo todavía era ave de sol amanecido
la
edad una piedra redonda
atascada
en el mismo paisaje
El
verde en realidad se llamaba mito
los
corceles: hebras doradas de la velocidad
y
esta vez el invencible océano
no
devolvía olas por diamantes
No
había oda para el desfile de jirafas en la tiniebla
el
lecho deslumbrante del ojo desvelado
la
caída del pánico ante un día de verano
el
cauce de una lágrima y la continuidad del naufragio
Clavaron
la poesía en una cruz
y
por un tiempo
el
mundo giró sin nombre
a
puertas cerradas
sin
germinación ni instinto
Escribíamos
penitentes en las orillas negras del agua
sobre
extensas telarañas de polvo y ceniza
Con
algo hay que llenar los sueños
Ahora
una pluma huérfana busca escalera y martillo
jura
liberar las palabras incendiadas
bautizar
esta tierra con su sangre negra
la
tinta tenaz
intérprete
de las horas escondidas
EDGAR LEE MASTERS
Julia Miller
Reñimos
esa mañana,
pues él tenía sesenta y cinco años
y yo tenía treinta.
Estaba nerviosa y me pesaba el hijo
cuyo nacimiento me atemorizaba.
Pensé en la última carta que me escribiera
esa joven alma, ya lejana,
cuya traición oculté
al casarme con el viejo.
Entonces tomé morfina y me senté a leer.
Por entre las tinieblas que me llenaron los ojos
veo aún la luz vacilante de estas palabras:
"Y Jesús le habló: te digo
en verdad que hoy estarás
conmigo en el paraíso".
pues él tenía sesenta y cinco años
y yo tenía treinta.
Estaba nerviosa y me pesaba el hijo
cuyo nacimiento me atemorizaba.
Pensé en la última carta que me escribiera
esa joven alma, ya lejana,
cuya traición oculté
al casarme con el viejo.
Entonces tomé morfina y me senté a leer.
Por entre las tinieblas que me llenaron los ojos
veo aún la luz vacilante de estas palabras:
"Y Jesús le habló: te digo
en verdad que hoy estarás
conmigo en el paraíso".
CARL SANDBURG
Harrison street court
Oí de labios de una mujer
que conversaba con una compañera
estas palabras:
«Una mujer que se busca la vida
nunca se queda con nada
por más buscona que sea.
Es otro quien siempre se queda
lo que ella sale a buscar por las calles.
Si no es un chulo
es un toro el que se lo queda.
Ahora he de buscarme la vida
hasta que ni para eso ya valga.
Nada tengo que me compense.
Todo se lo quedó un hombre,
todas mis noches de busconeo.»
Oí de labios de una mujer
que conversaba con una compañera
estas palabras:
«Una mujer que se busca la vida
nunca se queda con nada
por más buscona que sea.
Es otro quien siempre se queda
lo que ella sale a buscar por las calles.
Si no es un chulo
es un toro el que se lo queda.
Ahora he de buscarme la vida
hasta que ni para eso ya valga.
Nada tengo que me compense.
Todo se lo quedó un hombre,
todas mis noches de busconeo.»
Versión de Miguel
Martínez-Lage
De: "Sombras":
viernes, 28 de febrero de 2020
GIACOMO LEOPARDI
Canto XXI. A Silvia
Silvia,
¿revives siempre
de
tu vida mortal aquellos tiempos,
cuando
beldad fulgía
en
tu mirar risueño y fugitivo,
y
alegre y pensativa, los umbrales
de
juventud subías?
Sonaban
las quietas
estancias,
y las calles aledañas,
a
tu perpetuo canto,
cuando
atenta a bordados femeniles
te
sentabas, contenta
del
vago porvenir que imaginabas.
Era
mayo oloroso: tú solías
así
llevar los días.
El
deleitoso estudio
dejaba
a veces, y sudados pliegos
donde
mi edad primera
y
mi parte mejor se consumía,
y
en los balcones del hogar paterno
prestaba
oído al eco de tu voz,
y
a la mano veloz
recorriendo
la tela fatigosa.
Miraba
el calmo cielo,
y
las calles doradas y las huertas,
y
aquende el mar, y allende el Apenino.
Labio
mortal no dice
lo
que sentía mi pecho.
¡Qué
suaves pensamientos,
qué
esperanzas y ardores, Silvia mía!
¡Qué
oferente nos era
la
vida humana y el hado!
Cuando
me acuerdo de tamaño anhelo,
un
afecto me oprime
acerbo
y sin consuelo,
y
vuélveme a doler la desventura.
Oh
natura, natura,
¿por
qué rendir no puedes
tus
promesas? Oh dime: ¿porqué tanto
engañas
a tus hijos?
Antes
de que la hierba helara invierno
oculto
morbo combatió tu vida,
tan
tierna, y la venció. No mirarías
de
tus años la flor;
no
halagaría tu pecho
el
dulce elogio a tus cabellos negros,
ni
a tus ojos amantes cuanto esquivos;
ni
contigo tu amiga en días festivos
razonaría
de amor.
También
morían en breve
mis
más dulces anhelos: a mis años
negó
también el hado
la
juventud. ¡Ay cómo,
cómo
pasado has,
querida
amiga de mi edad más nueva,
mi
llorada esperanza!
¿Es
éste el mundo? ¿Son
éstos
los goces, el amor, las obras
de
los que tanto razonamos juntos?
¿Tal
es la suerte del género humano?
Disipado
el engaño
tú,
mísera, caíste; y lejanos
la
fría muerte y un sepulcro nudo
mostrabas
con la mano.
ENRIC SÓRIA
Espera
Espera, que no es hora
de nada imprescindible. No te marches.
Que el sol ahora acaricia, y en la playa
el rumor de las olas se acerca solitario.
Ven, que andaremos cogidos entre las alquerías
y hablaremos de todo como si lo creyéramos
y el amor en los besos también será creíble.
Ven y pasearemos entre cosas amigas,
plácidamente unidos, como los que se aman.
¿No adivinas qué atardecer diáfano
a la orilla del agua, en nuestra misma mesa,
embriagados de vino y de presencia mutua,
preludio ya de abrazos en el frescor nocturno?
Ven, que hallaré para ti
las flores que te harán aún más bella,
los gestos más amables, un sentido a las cosas.
Todo aquello que solo jamás yo encontraría.
De: "Andén de cercanías”
Versión de Carlos Marzal
DULCE MARIA LOYNAZ
Toda
la vida estaba
en
tus pálidos labios...
Toda
la noche estaba
en
mi trémulo vaso...
Y
yo cerca de ti,
con
el vino en la mano,
ni
bebí ni bese...
Eso
pude: Eso valgo.
ALFRED TENNYSON
Nos dejas. Tenderás
por el Rhin la mirada...
Nos dejas. Tenderás por el Rin la mirada
y por las bellas lomas a cuya sombra un día
yo con él navegué; y pasarás, rozando
las tierras estivales, de trigos y viñedos,
hacia aquella ciudad donde exhalara el último
suspiro. No parece en su esplendor más viva
que la ligera llama
cuyo brillo contempla la Muerte en el Leteo.
Que su amplio Danubio discurra en su hermosura
y ciña aquellas islas, remoto a mis miradas:
no he visto a Viena y nunca la veré; pues prefiero
soñar que allí se oculta
una oscuridad triple, y que allí el Mal acecha
la boda, el nacimiento; que, a menudo, el amigo
del amigo se aparta y los padres se inclinan
allí sobre más tumbas, y aúllan mil angustias,
persiguiendo a los hombres, y hacen presa
en los fríos hogares, y la tristeza erige
su sombra contra el vivo esplendor de los reyes.
Y, empero, de sus labios
oí que no hay ciudad materna donde avance,
aquí y allá, con fasto
mayor, el doble curso de los carruajes, yendo
por parques y suburbios, bajo el color castaño
de follajes más vivos; ni habrá mayor contento,
me decía, en ninguna muchedumbre,
cuando todo lo alegran los faroles y suenan
regocijos y cantos en la tienda y la choza,
en estancia imperial o en la abierta llanura;
y va rodando en círculos la danza, y el cohete
estalla, hecho mil copos
de color carmesí o lluvia de esmeralda.
Versión de Màrie Manent
Nos dejas. Tenderás por el Rin la mirada
y por las bellas lomas a cuya sombra un día
yo con él navegué; y pasarás, rozando
las tierras estivales, de trigos y viñedos,
hacia aquella ciudad donde exhalara el último
suspiro. No parece en su esplendor más viva
que la ligera llama
cuyo brillo contempla la Muerte en el Leteo.
Que su amplio Danubio discurra en su hermosura
y ciña aquellas islas, remoto a mis miradas:
no he visto a Viena y nunca la veré; pues prefiero
soñar que allí se oculta
una oscuridad triple, y que allí el Mal acecha
la boda, el nacimiento; que, a menudo, el amigo
del amigo se aparta y los padres se inclinan
allí sobre más tumbas, y aúllan mil angustias,
persiguiendo a los hombres, y hacen presa
en los fríos hogares, y la tristeza erige
su sombra contra el vivo esplendor de los reyes.
Y, empero, de sus labios
oí que no hay ciudad materna donde avance,
aquí y allá, con fasto
mayor, el doble curso de los carruajes, yendo
por parques y suburbios, bajo el color castaño
de follajes más vivos; ni habrá mayor contento,
me decía, en ninguna muchedumbre,
cuando todo lo alegran los faroles y suenan
regocijos y cantos en la tienda y la choza,
en estancia imperial o en la abierta llanura;
y va rodando en círculos la danza, y el cohete
estalla, hecho mil copos
de color carmesí o lluvia de esmeralda.
Versión de Màrie Manent
RAÚL HERNÁNDEZ NOVAS
La tarde apenas
La
tarde apenas entra a la callada
casa,
con paso tímido que ignora
el
frío y la nostalgia de esta hora
nebulosa
que suena a madrugada.
Afuera
el viento anima la pesada
fronda,
pasan los autos, enamora
el
pájaro fundido a la sonora
ronda
de niños bajo la enramada.
Entre
el rumor cansado que la hermana
mueve
junto al hogar, papá ha callado
como
s entrarán los futuros días.
Hay
un ladrón que fuerza una ventana
abierta.
Ya no estás a nuestro lado,
mamá,
ni alzas tu luz, como solías.
agosto
de 1985
De: “Sonetos a Gelsomina”
JUAN CARLOS SUÑEN
Y
ladra dueño
a la que da a la calle.
Despierta al del sofá.
Sólo han sido dos días y dos noches
cuando el pelo sudado y la lengua inservible
no son forma de abrir. Nadie ha venido
pero tiene la leche
nueva y el pan del día
sobre la mesa, el que asoma
de lado deshaciendo
sus ojos ha esperado
más de lo que es prudente.
Que no es nada,
de lo que lleva envuelto
en papel de periódico, le dice.
Tuerce cada
palabra, yo el que escribe
en las tapias. Le pone
eso en las manos frío
y pegajoso y húmedo y se lleva
el índice a la frente. Truchas, fácil
con el verbasco, ha dicho.
a la que da a la calle.
Despierta al del sofá.
Sólo han sido dos días y dos noches
cuando el pelo sudado y la lengua inservible
no son forma de abrir. Nadie ha venido
pero tiene la leche
nueva y el pan del día
sobre la mesa, el que asoma
de lado deshaciendo
sus ojos ha esperado
más de lo que es prudente.
Que no es nada,
de lo que lleva envuelto
en papel de periódico, le dice.
Tuerce cada
palabra, yo el que escribe
en las tapias. Le pone
eso en las manos frío
y pegajoso y húmedo y se lleva
el índice a la frente. Truchas, fácil
con el verbasco, ha dicho.
De: "El hombro
izquierdo"
jueves, 27 de febrero de 2020
ERNESTO MEJÍA SÁNCHEZ
11
Para
saber si el fruto de su vientre
ha de ser varón o niña, que tu mano
inaugure la sombra de sus ojos, y
que pronuncie un nombre sin
recordar la noche de la sangre.
Si ella dice: rueca, o: golondrina,
será mujer quien alegre tu casa.
Si dice, por ejemplo: amaranto,
será varón quien besará
a la madre. Si queda muda,
no te apenes, él hablará por ella:
que nacerá un poeta.
ha de ser varón o niña, que tu mano
inaugure la sombra de sus ojos, y
que pronuncie un nombre sin
recordar la noche de la sangre.
Si ella dice: rueca, o: golondrina,
será mujer quien alegre tu casa.
Si dice, por ejemplo: amaranto,
será varón quien besará
a la madre. Si queda muda,
no te apenes, él hablará por ella:
que nacerá un poeta.
De: “La carne contigua”
MARIO LUZI
Ya toman las negras flores del Hades
Ya
toman las negras flores del Hades
glaciales flores colmadas de escarcha
tus lentas manos que la sombra persuade
y el silencio arrastra.
Decae en tenues prados de elíseo
en tristes prados tórpidos de bruma
el cólquico afligido más que tu sonrisa
gastada por la fiebre.
En el aire tu cuerpo irradia perezoso
tras tintineantes vidrios estrella solitaria
y tu paso ronco ya es sólo el retardo
de rosas en el viento.
glaciales flores colmadas de escarcha
tus lentas manos que la sombra persuade
y el silencio arrastra.
Decae en tenues prados de elíseo
en tristes prados tórpidos de bruma
el cólquico afligido más que tu sonrisa
gastada por la fiebre.
En el aire tu cuerpo irradia perezoso
tras tintineantes vidrios estrella solitaria
y tu paso ronco ya es sólo el retardo
de rosas en el viento.
SANTIAGO KOVADLOFF
Paloma
La definen
su apego a la mugre,
a huecos y ángulos
sombríos,
los hijos que acumula,
nutridos con el fruto
de cloacas e insinuaciones
que desde el cielo estrecho
que habita
cree reconocer en la piedra,
el polvo
o una mano:
pan, paja,
desechos de la carne.
Sólo la lucidez de un cínico
o una imaginación pérfida
pudieron vislumbrar
en este pájaro inmundo
de las ciudades,
los atributos simbólicos
de la paz.
La definen
su apego a la mugre,
a huecos y ángulos
sombríos,
los hijos que acumula,
nutridos con el fruto
de cloacas e insinuaciones
que desde el cielo estrecho
que habita
cree reconocer en la piedra,
el polvo
o una mano:
pan, paja,
desechos de la carne.
Sólo la lucidez de un cínico
o una imaginación pérfida
pudieron vislumbrar
en este pájaro inmundo
de las ciudades,
los atributos simbólicos
de la paz.
De: “Zonas e indagaciones”
JULIO HERRERA Y REISSIG
Solo verde-amarillo para flauta, llave
de u
Virgilio
es amarillo
y Fray Luis verde.
(Manera de Mallarmé)
y Fray Luis verde.
(Manera de Mallarmé)
(Andante) Úrsula
punza la boyuna yunta;
la lujuria perfuma con su fruta,
la púbera frescura de la ruta
por donde ondula la venusa junta.
(Piano) Recién la hirsuta barba apunta
al dios Agricultura. La impoluta (Pianissimo)
uña fecunda del amor, debuta
(Crescendo) cual una duda de nupcial pregunta.
Anuncian lluvias las adustas lunas.
Almizcladuras, uvas, aceitunas,
(Forte) gulas de mar, fortunas de las musas;
(Fortissimo) han madurado todas las verduras.
Hay bilis en las rudas armaduras;
y una burra hace hablar las cornamusas.
la lujuria perfuma con su fruta,
la púbera frescura de la ruta
por donde ondula la venusa junta.
(Piano) Recién la hirsuta barba apunta
al dios Agricultura. La impoluta (Pianissimo)
uña fecunda del amor, debuta
(Crescendo) cual una duda de nupcial pregunta.
Anuncian lluvias las adustas lunas.
Almizcladuras, uvas, aceitunas,
(Forte) gulas de mar, fortunas de las musas;
(Fortissimo) han madurado todas las verduras.
Hay bilis en las rudas armaduras;
y una burra hace hablar las cornamusas.
De: “Los maitines de la
noche”
TAHAR BEN JELUN
Asilah, temporada de espuma
Yo
era profeta de la sabiduría y de la verdad. Poseía las llaves de la ciudad. Amo
de los mares y de los pescadores. Ahora soy un cementerio de barro cocido. El
más hermoso cementerio donde la locura se desata, en el que duermen hombres
locos de bondad, enfermos de amor, enfermos de razón.
Soy
el loco de Aïcha
más
hermosa que la luna
pura
como mi locura
tuvimos
hijos muertos con las flores
están
allí
suspendidos
de mi barba
soy
el loco de Rahma
buena
como el pan
fértil
como la tierra
ave
dentro de mis ojos
dicen
que estoy loco
no
es cierto
grito
lloro y me callo
bailo
en la flama
y
hablo a los muertos
soy
una llave que tiembla
un
libro abierto para los niños que tienen miedo
soy
el cementerio de los pobres
pero
no soy una aparición
dicen
desde
que dormí entre los pechos de Ruhania
es
hijo de la soledad
sabes
cuando
Nachud, el viejo pescador, murió, arrastrado
por
la espuma gris
se
le hicieron grandiosos funerales
los
gatos lloraron
el
mar se retiró del canto y la luna veló por largo tiempo
su
tumba
yo,
soy el sueño culpable y el exilio de los perros
cuento
con la amistad de los gatos y de los pobres
todas
mis esposas han sido infieles
hundidas
en una locura fría
imágenes
y no almas
dicen
que estoy loco
cuando
en realidad estoy solo
un
poco triste
escuchadme,
os
voy a contar todo...
le
regalé una cabra...
no
no
estoy loco
dame
un cigarro y sigo con la historia...
De: “Los almendros murieron
por sus heridas”
miércoles, 26 de febrero de 2020
JORGE MADRID
El asfalto es mi evangelio
lo
profeso desde una noche quebrada
como vaso,
después de beber el olvido.
En un país de dunas,
resignadas a un paisaje sediento de memoria.
como vaso,
después de beber el olvido.
En un país de dunas,
resignadas a un paisaje sediento de memoria.
He
interpretado el asedio de la cabina
del metro,
y afirmado mi fe a la parábola oculta
entre las vísceras;
a la fatiga acribillada en los huesos,
a la arena como un apócrifo compuesto
de relojes.
Al braille predicado desde una esquina.
A esa manía de los perros,
de olfatear en los escombros
un álbum armado de insomnios.
A la absolución de la piedra de Caín.
Al recado de los ojos
cuando arrecia todo lo inhumano.
A ese blues ensimismado
en las alas,
de un pájaro que no vuelve.
del metro,
y afirmado mi fe a la parábola oculta
entre las vísceras;
a la fatiga acribillada en los huesos,
a la arena como un apócrifo compuesto
de relojes.
Al braille predicado desde una esquina.
A esa manía de los perros,
de olfatear en los escombros
un álbum armado de insomnios.
A la absolución de la piedra de Caín.
Al recado de los ojos
cuando arrecia todo lo inhumano.
A ese blues ensimismado
en las alas,
de un pájaro que no vuelve.
CIRCE MAIA
Esta mujer
A
esta mujer la despierta un llanto:
se
levanta medio dormida.
Prepara
una leche en silencio
cortado
por pequeños ruidos de cocina.
Mirá
como envuelve su tiempo y en él está viva.
Sus
horas
fuertemente
tramadas
están
hechas de fibras resistentes
como
cosas reales: pan, avena,
ropa
lavada, lana tejida.
Cada
hora germina otras horas y todas son peldaños
que
ella sube y resuenan.
Sale
y entra y se mueve
y
su hacer la ilumina.
BLANCA ELENA PANTIN
Este
es un paisaje blanco
Arrasado
Borrado
El
lugar de una promesa:
“No
vuelvas
a
este lugar temible”.
IRIS KIYA
Yo
sabía que, si olvidaba esas cosas que para Pinky eran importantes, entonces
podría olvidarme de lo poco que teníamos a distancia, porque olvidarse de E. E.
Cummings era algo imperdonable, pero sucedió. Y así como prescindí lo que
significaba “la patria”, entre comillas, dejé de lado a Cummings. Aparte de
tener buena memoria, Pinky era muy patriota, o quizá demasiado yanqui. Yo
abrazaba el patriotismo como un pedazo de hojalata que arrastraba por todas
partes. Los helados, por ejemplo, pienso en su sabor, aquellos que se te hacen
agua la boca cuando eres niño, pero al crecer esa sensación es más bien una
convención o conexión con tu infancia perdida. Los adultos por ejemplo no
saborean los helados, así como los niños no entienden de patriotismo. La guerra
me ha enseñado que dos de cada diez hombres suelen ser patriotas, los otros, si
es que su memoria no los engaña, prefieren el helado. Yo soy húngaro, mi padre
me exilió a los 18 años, Pinky lo hizo a los 35.
I Like my body when it is
with your body
Sé que no es la vainilla
sé que no son los huesos corroídos por la pólvora
ya no le temo a los paracaídas
ya no le temo a los antihéroes
no después de haber leído a Lukács
las novelas y la guerra
son mundos que han sido abandonados por dios
mi afición a las novelas policiales
se desprende tangencialmente de la escritura de la misma
pues mientras más cercano me encuentre de los antihéroes
mi afición se irá desintegrando.
Sé que no es la vainilla
sé que no son los huesos corroídos por la pólvora
ya no le temo a los paracaídas
ya no le temo a los antihéroes
no después de haber leído a Lukács
las novelas y la guerra
son mundos que han sido abandonados por dios
mi afición a las novelas policiales
se desprende tangencialmente de la escritura de la misma
pues mientras más cercano me encuentre de los antihéroes
mi afición se irá desintegrando.
Masacre
en la calle Harrington
Sebastian Melmoth – Compilador
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