miércoles, 26 de febrero de 2020

IRIS KIYA




  
Yo sabía que, si olvidaba esas cosas que para Pinky eran importantes, entonces podría olvidarme de lo poco que teníamos a distancia, porque olvidarse de E. E. Cummings era algo imperdonable, pero sucedió. Y así como prescindí lo que significaba “la patria”, entre comillas, dejé de lado a Cummings. Aparte de tener buena memoria, Pinky era muy patriota, o quizá demasiado yanqui. Yo abrazaba el patriotismo como un pedazo de hojalata que arrastraba por todas partes. Los helados, por ejemplo, pienso en su sabor, aquellos que se te hacen agua la boca cuando eres niño, pero al crecer esa sensación es más bien una convención o conexión con tu infancia perdida. Los adultos por ejemplo no saborean los helados, así como los niños no entienden de patriotismo. La guerra me ha enseñado que dos de cada diez hombres suelen ser patriotas, los otros, si es que su memoria no los engaña, prefieren el helado. Yo soy húngaro, mi padre me exilió a los 18 años, Pinky lo hizo a los 35. 

I Like my body when it is with your body

Sé que no es la vainilla
sé que no son los huesos corroídos por la pólvora
ya no le temo a los paracaídas
ya no le temo a los antihéroes
no después de haber leído a Lukács
las novelas y la guerra
son mundos que han sido abandonados por dios
mi afición a las novelas policiales
se desprende tangencialmente de la escritura de la misma
pues mientras más cercano me encuentre de los antihéroes
mi afición se irá desintegrando.

Masacre en la calle Harrington
Sebastian Melmoth – Compilador



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