miércoles, 26 de febrero de 2020

JORGE MADRID





El asfalto es mi evangelio



lo profeso desde una noche quebrada
como vaso,
después de beber el olvido.
En un país de dunas,
resignadas a un paisaje sediento de memoria.

He interpretado el asedio de la cabina
del metro,
y afirmado mi fe a la parábola oculta
entre las vísceras;
a la fatiga acribillada en los huesos,
a la arena como un apócrifo compuesto
de relojes.
Al braille predicado desde una esquina.
A esa manía de los perros,
de olfatear en los escombros
un álbum armado de insomnios.
A la absolución de la piedra de Caín.
Al recado de los ojos
cuando arrecia todo lo inhumano.
A ese blues ensimismado
en las alas,
de un pájaro que no vuelve.



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