domingo, 12 de noviembre de 2023


 

HERNÁN LAVÍN CERDA

 

 

 

Descubrimiento de la lluvia




Dicen que mucho antes del descubrimiento de la lluvia,
las mujeres se bañaban con el polvo
que algunos reconocen como la luz de las estrellas.

Dicha forma de bañarse fue siempre un enigma
y las mujeres bailaban y se reían sin descanso
como si la fiesta no tuviera un final en este mundo.

Melancolía y asombro en aquellas noches del origen,
cuando la lluvia era otra dimensión de la utopía
y bailábamos en el polvo con los senos desnudos
como si la resurrección fuese posible.

Dirán que mucho antes del descubrimiento de la lluvia,
las mujeres desconocían el odio
y observaban la velocidad de las estrellas
cuya luz no era todavía un fenómeno de naturaleza metafísica.

Algo de temor en aquellas noches del origen,
cuando el amor y el odio no existían más allá del simulacro
de algunas mujeres que bailábamos sin culpa,
después de vislumbrar que la resurrección
era un alumbramiento cuyo misterio se originaba
en la más absoluta inocencia.

SHAMSHAD KHAN

 

  


La parte posterior de tu cabeza en el espejo




caigo desplomada
cuando doblas las rodillas
cuando nos encontramos

no te puedo levantar

se acabó el tiempo
en el que alborotabas mi cabello

yo corto
y corto

cortes definidos hago
estando consciente

medias lunas de cabello negro
entre nuestros pies

y giro la silla

 

LUIS VICENTE DE AGUINAGA

 

 




Curso elemental de toponimia

 


 

Esta ciudad, si se llamara Desde Cuándo,
estaría inhabitada.

 

Si constara en los mapas como Acaso.

 

Si los antiguos volvieran a fundarla
—con varas de ceniza, coágulos de polvo—
y la nombraran sólo Por Ahora.

 

Sin mirar —siquiera de reojo— los anuncios,
por túneles de sombra
por carreteras curvas como engranes,
el vecino se iría del vecindario,
el agua, de la fuente,
de la noche los ojos encendidos,
del nombre cada sílaba,
del tiempo cada pausa,
si esta ciudad, llamada Como Siempre,
se llamara también de otra manera.

 

 

EDUARDO CASAR

 

 


El sueño recurrente



Miro las ruinas y los colores: qué gama
de ocres y de cercos y de grises.
El escenario parece incompleto,
como si faltaran enseres para hacerlo creíble.
Alguien dirige el sueño.
Alguien eligió a los actores y los está enfocando en plano medio.
Un guión incompleto, con los bordes quemados
(como los mapas del tesoro de un niño),
es lo que saben de memoria. Y además improvisan.

¿Por qué siempre la casa sobre las montañas que dan al mar?
¿Por qué siempre durante un viaje de estudios, un congreso,
una comunidad de comentarios?

Alguien debe estar dirigiendo.
Tú sólo eres el set
de un guión lleno de huecos.

 

ANTONIO TELLO

 

  


 

I


Quizás ayer, en el equívoco trance entre el recuerdo y el sueño,
fue cuando empecé a reconocerme en los gestos de mi padre.

La brisa caliente del incendio final, o su memoria,
me trajo su rostro antiguo;
el argentino brillo de las adargas hispanas
asomadas por la boca de la bestia, que acezaba
el húmedo furor del instante inevitable.

En la tormenta de su mirada percibí el acero
Penetrando en el corazón del pájaro,
el azoramiento del paisaje con sus lagos volubles,
el olor de la sangre, el desgarro del fuego,
el estertor de la ciudad sagrada.

Quizás desde ayer, mientras el colibrí bate sus alas y el viento secular
gasta los vértices de la Gran Pirámide, espero el auxilio de los dioses.

 

II

Desde la torre escasa que apuntala el día
he visto
el portentoso salto de la bestia sobre la sima
de cadáveres mutilados; a la tácita lanza
penetrar por la cruz del caballo
y a su punta mortal asomarse por la cinchera…
he visto
los dientes del equino en la inútil porfía de
morder el viento que sacudía su noche repentina
y a sus cascos eludir la mirada del jinete decapitado;
a la súbita lámpara iluminar el asombro del toro…
he visto
el puño huérfano de brazo ciñendo la espada
y a Picasso testificar la infamia humana…
he visto tanto que, desde aquel día en que oí el relincho
final mezclarse con el estruendo de la guerra,
busco entre las ruinas la herradura que el potro perdió
un segundo antes de su salto interrupto y que de no calzarla
le hubiese evitado –tal vez- compartir la suerte del jinete.

 

 

JOSÉ ANTÔNIO CAVALCANTI

 


 


Los poemas perdieron sus palabras.
Han caído, como dientes cariados,
en agujeros negros,
sórdidas rutinas,
fallas tectónicas.

Las palabras murieron ahogadas
en dosis letales de sonoridad,
se han convertido en fantasmas en el  aire,
aves volatizadas,
despedazadas sílabas muertas.

El poeta es mímico y malabarista de lenguas
que ya nadie puede escuchar.

El arte se volvió en álgebra invisible
en estos días de solombra.
No hay más invención ni proyecto;
sonríe la estética de la midia
sob el cielo de acetato.

El tiempo fue expurgado
de cualquier temporalidad,
y alguien ha hurtado lo real
y sus márgenes de sueños:
nadamos en charcos de lama y plástico
en la ciudad sin metáforas.

Quizás ahora, que no hay más poemas,
podamos escribir un poema imposible.