martes, 19 de febrero de 2019


FLORENCIA LOBO





Fulgor en la tormenta



Como una luz de Herzog
surgiendo raramente
entre la niebla.

Como esa luna iluminando
“El sueño” de Rousseau,
retraída en el follaje,
con tigres encantados
por la visión de una mujer desnuda.

Así andaba la luz
en esa selva mansa,
alambique elemental,
fulgor en la tormenta.

Todo brillaba, el aire mismo,
la selva, los insectos,
y todo se desvaneció
como se fuga el rayo.

Nada quedó de eso
en todo este escenario,
no hay tigres, ni luces, ni doncellas.

Solo agua que cae sin gracia,
solo el río que transcurre 
piadoso.

No hay nadie acá
más que el silencio
fabricando su escultura imposible
con las palabras nunca dichas.



RENATO SANDOVAL





Antes de volver a casa
-a dónde, dónde-
me recosté contra un terebinto
y soñé que de pronto moría.
Una niña pernituerta pintaba mis labios
con su sangre
mientras cantaba una copla
que me hacía olvidar el mar.
Un alce rozagante descendió del árbol
como un querubín navideño
y en su cornamenta vi inconmensurables calcetines
rezumando miel y mil regalos.
La niña
hurgó en uno de ellos, extrajo
un paquetito y me lo entregó dándome un abrazo.
Era una clepsidra de esparto que en vez de agua
tenía sangre coagulada;
lo supe porque aunque la agitaba
con todas mis fuerzas
ese rojo negruzco de ningún modo se movía.
En ese magma, por cierto, estaba yo
diluido como en los tiempos en que era sólo un germen,
sin temor ni lágrimas entonces,
un humor sencillo y apaciguado.
Si seré un inicio promisorio, pensé
con la rebanada de mi frente;
tantas aventuras me esperaban
en este bosque que ahora me parece umbrío;
tantos goces,
suplicios
y fragores,
como cuando voy al trabajo
cada mañana.


De: ”El revés y la fuga”


ERICK AGUIRRE





Arder en el camino
Te han dicho muchas veces
(¿desde hace cuánto tiempo?)
que estás lleno de vida.
Pero yo que te soporto,
yo que soy ese hondo suspiro
que te sostiene desde dentro,
te pregunto sino será muy tarde
cuando aprendas por fin
a no necesitarme,
cuando abraces
definitivamente la tierra
y te fundas con el cosmos.
Polvo estelar, grasa,
carne, huesos, humus humano,
depósito efímero del alma
donde reposa y se concentra
la oscilante energía
de una inteligencia simple,
infinitamente sola
en su atómico tumulto.
No me queda más
que seguir cargando contigo,
con tu pesada y dulce carga,
y dejar que de nuevo la vida,
mientras caminamos y reímos,
nos haga arder a los dos en el camino.



RAFAEL TIBURCIO GARCÍA





Novena tribulación: 8 de julio



El río que cruza tres estados
y fecunda el mar con un poco de su dulzura
no es el mismo río
que los cartógrafos dibujan en los mapas.

Río era ése que atravesaba
una lancha de motor, de Tuxpan a Santiago,
mientras algunos tiburones la seguían
unos metros abajo,
en el agua que el mar del Golfo
filtraba tierra adentro.

La casa de mi bisabuelo Joaquín
a la cual se entraba pisando
un lecho de tréboles
hacia su expendio de cerveza
(en la ribera).

Río ese camino de palmeras
siempre a la mitad de su desplome,
que los huracanes,
por piedad o por escarnio,
no arrancaban en su cólera.

Río la arena movediza
donde caudal y marea
(eterna batalla),
apresaban trozos de medusa y palma
mientras la olas rompían contra las sucias
escolleras de la termoeléctrica.

Y así como el mar no tiene comienzo,
así el río es sólo ese pequeño edén
de agua y rocas circulares,
de comida fría y familiares húmedos,
entre los naranjos y el solar
y sólo hasta donde llega la vista;
y sólo hasta que volvemos a casa.

Porque el resto de su cauce
lo sabemos, lo imaginamos
y como a ti, Padre, no podemos verlo,
más que en esa línea azul
que los cartógrafos dibujan en los mapas.

Por eso el río,
en nosotros,
siempre será
sólo un fragmento
del río.


REINA MARÍA RODRÍGUEZ





los días



los días afuera, con esa luz que
baja hasta perder su definición
y no saber si la luz sale de mí (adentro)
me bebe hacia sus claros horizontes, o está pintada
al borde del muro para continuar
el enceguecimiento de su propia claridad.
yo extraño, la canción que de mi boca recorría
el tiempo inmenso En cada sílaba de su penetración.
eso era ser joven. cuando aún, verde y tibia
masticaba las ramitas de toronjil con indiferencia.
lívida, hoy cruzo este discurso de los días
que ya no pueden sorprenderme
-con su arete pequeño de plata en el lóbulo izquierdo-
bestia y muchacho, para recorrer el resultado feroz de los días
su alucinación de oscurecer sin morir en la carrera
hacia la perdición.
un azoro en la nuca
y ser el rostro efímero de cualquiera
(de la mujer del disco, por ejemplo) que se raya
al volver desde tus manos grandes.
un rostro, que sobreimpuesto al mío,
es un rostro encarnizado en morir bajo la misma luz
donde ella y yo hemos permanecido
en lo curvado
en lo que se ha hecho grieta al roer de los días
en lo que ya no te pertenece
en lo que ya no es mi juventud
y todo queda amenazado por la curva
que la trajo y me regresa.


KAREN VALLADARES





Sobra el tiempo


A fuera nadie es nada, sólo adentro.
                                                                            Jaguares.

                                               A los Poetas del Grado Cero.



Sobra el tiempo,
las palabras palpitan en mi mano
la luz,
una línea transparente que nos roza.

Sobra el tiempo
hasta en los relojes
y nos vuelve al ocio de no hacer nada
o hacer mucho.

De escabullirle al sueño
manteniendo los ojos abiertos
y la mirada firme “como  sol”.
sobra el tiempo,
para enamorarse,
para leer un  libro
para sentarnos en el techo de la casa
y  mirar el cableado de la ciudad y no el cielo.
sobra el tiempo para todo y en todo.
Hasta en los relojes.