Novena tribulación: 8 de julio
El río
que cruza tres estados
y
fecunda el mar con un poco de su dulzura
no es
el mismo río
que los
cartógrafos dibujan en los mapas.
Río era
ése que atravesaba
una
lancha de motor, de Tuxpan a Santiago,
mientras
algunos tiburones la seguían
unos
metros abajo,
en el
agua que el mar del Golfo
filtraba
tierra adentro.
La casa
de mi bisabuelo Joaquín
a la
cual se entraba pisando
un
lecho de tréboles
hacia
su expendio de cerveza
(en la
ribera).
Río ese
camino de palmeras
siempre
a la mitad de su desplome,
que los
huracanes,
por
piedad o por escarnio,
no
arrancaban en su cólera.
Río la
arena movediza
donde
caudal y marea
(eterna
batalla),
apresaban
trozos de medusa y palma
mientras
la olas rompían contra las sucias
escolleras
de la termoeléctrica.
Y así
como el mar no tiene comienzo,
así el
río es sólo ese pequeño edén
de agua
y rocas circulares,
de
comida fría y familiares húmedos,
entre
los naranjos y el solar
y sólo
hasta donde llega la vista;
y sólo
hasta que volvemos a casa.
Porque
el resto de su cauce
lo
sabemos, lo imaginamos
y como
a ti, Padre, no podemos verlo,
más que
en esa línea azul
que los
cartógrafos dibujan en los mapas.
Por eso
el río,
en
nosotros,
siempre
será
sólo un
fragmento
del
río.
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