martes, 19 de febrero de 2019

RAFAEL TIBURCIO GARCÍA





Novena tribulación: 8 de julio



El río que cruza tres estados
y fecunda el mar con un poco de su dulzura
no es el mismo río
que los cartógrafos dibujan en los mapas.

Río era ése que atravesaba
una lancha de motor, de Tuxpan a Santiago,
mientras algunos tiburones la seguían
unos metros abajo,
en el agua que el mar del Golfo
filtraba tierra adentro.

La casa de mi bisabuelo Joaquín
a la cual se entraba pisando
un lecho de tréboles
hacia su expendio de cerveza
(en la ribera).

Río ese camino de palmeras
siempre a la mitad de su desplome,
que los huracanes,
por piedad o por escarnio,
no arrancaban en su cólera.

Río la arena movediza
donde caudal y marea
(eterna batalla),
apresaban trozos de medusa y palma
mientras la olas rompían contra las sucias
escolleras de la termoeléctrica.

Y así como el mar no tiene comienzo,
así el río es sólo ese pequeño edén
de agua y rocas circulares,
de comida fría y familiares húmedos,
entre los naranjos y el solar
y sólo hasta donde llega la vista;
y sólo hasta que volvemos a casa.

Porque el resto de su cauce
lo sabemos, lo imaginamos
y como a ti, Padre, no podemos verlo,
más que en esa línea azul
que los cartógrafos dibujan en los mapas.

Por eso el río,
en nosotros,
siempre será
sólo un fragmento
del río.


No hay comentarios:

Publicar un comentario