sábado, 1 de diciembre de 2018


ROBERT DESNOS




último poema



Tanto soñé contigo,
Caminé tanto, hablé tanto,
Tanto amé tu sombra,
Que ya nada me queda de ti.
Sólo me queda ser la sombra entre las sombras
ser cien veces más sombra que la sombra
ser la sombra que retornará y retornará siempre
en tu vida llena de sol.


                                              Domaine Public 
Versión de Aldo Pellegrini   

                                   

RENATO SANDOVAL






Ver siempre fue el más verde anhelo y el pensamiento
el oleaje de tul entre la sombra tumultuosa.
Pero si seré ése que yo viera un día escalando los manzanos:
las manos eran peces de limón amargo y en los hombros
una joven testuz reía de sí misma señalando el horizonte.
El mozo ascendía como salmón entre las parvas
y las cigarras silbaban la canción de una fuente que se transformaba en mar.
Está bien zambullirse en el acaso, pensé
sin saber la hora en que empezaba mi serie favorita.
Pero no está bien decir que esta fruta es mía
si la rama es quebradiza y vulgar como este sueño.


De: “Nostos” (fragmentos)



CORAL BRACHO




  
De sus ojos ornados de arena vítrea



Desde la exhalación de esos peces de mármol,
desde la suavidad sedosa
de sus cantos,
de sus ojos ornados
de arenas vítreas,
la quietud de los templos

(en sus sombras de acanto, en las piedras
que tocan y reblandecen)

     han abierto sus lechos,
     han fundado sus cauces
     bajo las hojas tibias de los almendros.

Dicen del tacto
de sus destellos,
de los juegos tranquilos que deslizan al borde,
a la orilla lenta de los ocasos.

De sus labios de hielo.

Ojos de piedras finas.

De la espuman que arrojan, de la aroma que vierten

(En los atrios: las velas, los amarantos.)

sobre el ara levísima de las siembras.

    (Desde el templo:
    el perfume de las espigas,
    las escamas,
    los ciervos. Dicen de sus reflejos.)

En las noches, el mármol frágil de su silencio,
el preciado tatuaje,
los trazos limpios
    (han ahogado la luz
    a la orilla; en la arena)

sobre la imagen tersa,
sobre la ofrenda inmóvil
de las praderas.


GABRIEL ALEJANDRO PAZ





Número uno



Quiero dejar claros sus años y toda la tinta preñada de deseo
Escribir en una maquina de vidrio la nota final al remitente-femenino-maravilloso que no ha desprendido las alas
Escribirla menos santa
Escribirla menos pasionaria y regar frivolidad por la pantalla
Decir aquí y para siempre: Bella, hechicera, candado del atardecer

Usted
Usted descalza en sus zapatos propios
Usted llegando como si fuera la extranjera de mis piernas

Mi niña para tener quien la mime quien le escriba
Profesor para sus redes sin fondo en la aventura de la pesca
Cada legumbre del lenguaje flotando la deriva de la sopa literaria
Amanecer atado yéndome llorando
Proscrito evitado levitando mi cuerpo pesado

Blanca
Cubierta de cielo tostado
Podría agarrar la fiebre diaria en silencio sin lugar a la duda sin espacio para las huellas
Y escribirte la misma fiebre toda sobre tu pancita seca de nube
Con  las agujas rojas que inyectan mi verso



EDITH SÖDERGRAN





El ansia de los colores



Porque soy pálida amo el rojo, el amarillo y el azul,
la gran blancura es melancólica como el crepúsculo
          en la nieve,
como cuando la madre de Blancanieves a la ventana se sentaba
          anhelando también para sí el rojo y el negro.
El ansia de los colores es el de la sangre. Si tienes sed
          de belleza
cerrar debes los ojos y mirar en tu propio corazón.
Pero la belleza teme al día ya las miradas excesivas.
Pero la belleza no soporta el ruido ni los movimientos excesivos -
 no debes llevar tu corazón hasta los labios,
perturbar no debemos los nobles anillos de la soledad y del silencio, -
¿se puede hallar algo más grande que un enigma sin resolver
          y con extraños rasgos?
Taciturna seré toda mi vida,
una habladora es como el gárrulo arroyo que a sí mismo se traiciona,
un árbol solitario seré yo en la llanura,
los árboles del bosque perecen de ansia después de la tormenta,
debo estar sana de pies a cabeza y tener dorados rayos en la sangre,
debo ser inocente y pura como una llama de húmedos labios.


Versión de Renato Sandoval e Irma Sítanen


FÉLIX MARÍA SAMANIEGO



  

El herrero y el perro



Un Herrero tenía
Un Perro que no hacía
Sino comer, dormir y estarse echado;
De la casa jamás tuvo cuidado;
Levantábase sólo a mesa puesta;
Entonces con gran fiesta
Al dueño se acercaba,
Con perrunas caricias lo halagaba,
Mostrando de cariño mil excesos
Por pillar las piltrafas y los huesos.
«He llegado a notar, le dijo el amo,
Que aunque nunca te llamo
A la mesa, te llegas prontamente;
En la fragua jamás te vi presente,
Y yo me maravillo
De que, no despertándote el martillo,
Te desveles al ruido de mis dientes.
Anda, anda, poltrón; no es bien que cuentes
Que el amo, hecho un gañán y sin reposo,
Te mantiene a lo conde muy ocioso.»
El Perro le responde:
¿Qué más tiene que yo cualquiera conde?
Para no trabajar debo al destino
Haber nacido perro, no pollino.»
«Pues, señor conde, fuera de mi casa;
Verás en las demás lo que te pasa.»
En efecto salió a probar fortuna,
Y las casas anduvo de una en una.
Allí le hacen servir de centinela
Y que pase la noche toda en vela,
Acá de lazarillo y de danzante,
Allá dentro de un torno, a cada instante,
Asa la carne que comer no espera.
Al cabo conoció de esta manera
Que el destino, y no es cuento,
A todos nos cargó como al jumento.