"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
martes, 8 de noviembre de 2016
MANUEL LOZANO
Dudante
o el jardín amurallado
Omnis qui se
dubitatem intelligit, verum intelligit, et de hac re quam intelligit certus
est.*
Agustín, De vera religione, 39,73
Agustín, De vera religione, 39,73
Ensañada
entre las cuerdas del abismo,
su boca absorbe lo que dejas.
Dice que han de incendiarse estos trigales
como antiguamente
la más turbia arena del fin.
¿Por qué la cara y el robo
de esa memoria entre los tréboles?
La verdad, lujuriosa madrastra, inventa
un desierto oscilante para escalar
la indecible vejez de la criatura.
Padre, lámeme las heridas.
Perro, lámeme las heridas.
Madre, lámeme las heridas.
Ya las manos son agua de sangre
de la noche de quien golpea harapos.
¿Y los ríos donde perder
el amarre de tus cercos de sombra
hacia el festejo de las pesadillas?
Dijiste que despertar era increíble,
entre jirones y metamorfosis.
Así extraviaste las piedras, los ríos de mármol
como cruces en el cuerpo de tus muertos.
Hubieras reclinado tu abandono
a los dientes del pájaro.
Era fácil caer, aun sin pronunciar tragedia.
Pálido doblez de un salto
que se anuncia en la noche
y sale por la alcantarilla.
Reparte sus juguetes en el funeral
de los amordazados al latido.
Invoca temblor y abre el muelle
del filoso en la ausencia.
Aplaudirían los siervos
la voz de aquel desconocido que se borra.
¿A lo lejos los desesperados,
los que sobrevienen en ataúdes concéntricos?
Son incompletos los trozos,
las bocas, el plañido, tus trofeos.
¡Qué testigos espían desde puertas lejanas,
esos astrólogos de ojos vaciados,
esparcidos entre el futuro de mis crías!
Me leían en el rayo.
Ellos bailaban.
¡Cuánto fin y comienzo
del hambre hasta la saciedad del baldío!
Risas como el suicidio de una marioneta.
Padre, perro, madre,
escalofrío de tu especie, sólo adentro,
¿por qué subes a la caliente mansión
con la leche perdida de una loba?
Apenas ardió
leíste en su rostro:
“Crucificado en la palabra.”
su boca absorbe lo que dejas.
Dice que han de incendiarse estos trigales
como antiguamente
la más turbia arena del fin.
¿Por qué la cara y el robo
de esa memoria entre los tréboles?
La verdad, lujuriosa madrastra, inventa
un desierto oscilante para escalar
la indecible vejez de la criatura.
Padre, lámeme las heridas.
Perro, lámeme las heridas.
Madre, lámeme las heridas.
Ya las manos son agua de sangre
de la noche de quien golpea harapos.
¿Y los ríos donde perder
el amarre de tus cercos de sombra
hacia el festejo de las pesadillas?
Dijiste que despertar era increíble,
entre jirones y metamorfosis.
Así extraviaste las piedras, los ríos de mármol
como cruces en el cuerpo de tus muertos.
Hubieras reclinado tu abandono
a los dientes del pájaro.
Era fácil caer, aun sin pronunciar tragedia.
Pálido doblez de un salto
que se anuncia en la noche
y sale por la alcantarilla.
Reparte sus juguetes en el funeral
de los amordazados al latido.
Invoca temblor y abre el muelle
del filoso en la ausencia.
Aplaudirían los siervos
la voz de aquel desconocido que se borra.
¿A lo lejos los desesperados,
los que sobrevienen en ataúdes concéntricos?
Son incompletos los trozos,
las bocas, el plañido, tus trofeos.
¡Qué testigos espían desde puertas lejanas,
esos astrólogos de ojos vaciados,
esparcidos entre el futuro de mis crías!
Me leían en el rayo.
Ellos bailaban.
¡Cuánto fin y comienzo
del hambre hasta la saciedad del baldío!
Risas como el suicidio de una marioneta.
Padre, perro, madre,
escalofrío de tu especie, sólo adentro,
¿por qué subes a la caliente mansión
con la leche perdida de una loba?
Apenas ardió
leíste en su rostro:
“Crucificado en la palabra.”
VÍCTOR HUGO
Canción II
Si nada de mí queréis,
¿por qué os acercáis a mí?
Y si así me enloquecéis,
¿por qué me miráis así?
Si nada de mí queréis,
¿por qué os acercáis a mí?
Si nada intentáis decir,
¿por qué mi mano apretáis?
Del hermoso porvenir,
de la dicha en que soñáis,
si nada intentáis decir,
¿por qué mi mano apretáis?
Si queréis que aquí no esté,
¿por qué pasáis por aquí?
Sois mi afán y sois mi fe;
tiemblo al veros ¡ay de mí!
Si queréis que aquí no esté,
¿por qué pasáis por aquí?
Si nada de mí queréis,
¿por qué os acercáis a mí?
Y si así me enloquecéis,
¿por qué me miráis así?
Si nada de mí queréis,
¿por qué os acercáis a mí?
Si nada intentáis decir,
¿por qué mi mano apretáis?
Del hermoso porvenir,
de la dicha en que soñáis,
si nada intentáis decir,
¿por qué mi mano apretáis?
Si queréis que aquí no esté,
¿por qué pasáis por aquí?
Sois mi afán y sois mi fe;
tiemblo al veros ¡ay de mí!
Si queréis que aquí no esté,
¿por qué pasáis por aquí?
Versión de Salvador Díaz Mirón
DIONISIO RIDRUEJO
Manos orantes
Como tibia azucena adelantada
castamente, entre el alba y el rocío;
orante nieve, cúpula de frío,
ojiva pura, levedad trenzada.
Como ramo del alma, revelada
pulcramente a la luz sin atavío
como la fe del suspirante brío
en un vuelo de carne sosegada.
Como un sueño de amor encaminado,
en alba de gemelos surtidores,
al éxtasis del cielo recatado.
Como tibia azucena adelantada
castamente, entre el alba y el rocío;
orante nieve, cúpula de frío,
ojiva pura, levedad trenzada.
Como ramo del alma, revelada
pulcramente a la luz sin atavío
como la fe del suspirante brío
en un vuelo de carne sosegada.
Como un sueño de amor encaminado,
en alba de gemelos surtidores,
al éxtasis del cielo recatado.
Como
ave par, alzada sin temblores,
calmando en un misterio desposado
la desazón humana de las flores.
calmando en un misterio desposado
la desazón humana de las flores.
MIRANDA GUERRERO VERDUGO
5.
Mamá
pone su mirada en el cielo,
las arrugas le empiezan a llagar,
su vientre no es más que una gota de misericordia.
Yo, el bosque que intenta mojar.
las arrugas le empiezan a llagar,
su vientre no es más que una gota de misericordia.
Yo, el bosque que intenta mojar.
LORE MÉNDEZ
Hipsteria
Nos
conocimos
mas
allá de lo creíble
mucho
menos de lo habitual
rodaba
una bicicleta inglesa
abotagada
su frente por un casco imperial
yo le
pregunté demasiadas cosas
creo
que respondió sólo la mitad
y
enseguida amagó
“Yo
soy un hipster”
en un
idioma cuasi bipolar
la
barba le limpiaba el ombligo
el
cuello de la camisa
prendía
su corazón a la yugular
y
solamente con las suelas
de
sus borcegos de Alta Gamma
hubiera
podido yo pagar mi hipoteca
(de verdad).
Defendía
las causas comunes:
“por
la baja del precio de los contrabajos
la
polución en Cracovia
la
democratización del password
del
Frank’s Bar;
yo lo
escuchaba siempre atenta,
no
quería ni por un segundo
su ego-matic perturbar
se
rascaba los sobacos
con
un lápiz automático
“manías
–decía- difíciles de superar”
la
mirada estrangulada en sus
marcos
ultra-80s de una tienda neoyorquina
“una
baratija, regalo de una ex-mina”
(cuyo
recuerdo prefería enterrar).
Me
llevó a su jaula de oro
en la
ciudad de la furia,
esa
con un puente incrustado
“igualito
al de Uruguay”
de a
ratos sonaba Benny Goodman
-yo
bailaba, el se aburría -
Lo sampleaba con Oaekenfold
“como
para variar”
acariciaba
mi mejilla, me dió un beso
puso
enseguida su baba a cotizar,
desinhibida
su lengua vibró
“Yo
soy un hipster.”
Quebré
en silencio,
lo
dejé en su deseo detonar.
“Vos
sos un hamster”-alcancé a gritarle
ya de
espaldas a la puerta -
y la
efervescente espuma comenzó a bajar
junto
con la de la boca
de
esta rabiosa perra
que
nada entiende de revivals,
ni de
alcantarillas de underground.
LEO MERCADO
44
los
perros con rabia
aúllan
espuman
mil pasiones
que
la luna repleta
De: Poesía homínida
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