lunes, 31 de mayo de 2021


 

ESPERANZA ZAMBRANO

 


 

Delirio del incrédulo



Bajo la flor, la rama;
sobre la flor, la estrella;
bajo la estrella, el viento.
¿Y más allá?
Más allá, ¿no recuerdas?, sólo la nada.
La nada, óyelo bien, mi alma:
duérmete, aduérmete en la nada.
[Si pudiera, pero hundirme… ]
Ceniza de aquel fuego, oquedad,
agua espesa y amarga:
el llanto hecho sudor;
la sangre que, en su huida, se lleva la palabra.
Y la carga vacía de un corazón sin marcha.
¿De verdad es que no hay nada? Hay la nada.
Y que no lo recuerdes. [Era tu gloria.]
Más allá del recuerdo, en el olvido, escucha
en el soplo de tu aliento.
Mira en tu pupila misma dentro,
en ese fuego que te abrasa, luz y agua.
Mas no puedo.
Ojos y oídos son ventanas.
Perdido entre mí mismo, no puedo buscar nada;
no llego hasta la nada.

 

 

ISABEL ABAD

 

  

 

Memoria de tu mano



Tu mano y esa mía que le ofrece
por patria y por paloma residencia,
cascada que al compás de su cadencia
tu noche entre mi noche desvanece.

Tu mano que en mis ojos amanece
y al párpado promete su presencia,
¡desátala, amor mío, de la ausencia
clavada donde el muérdago florece!

Cuando la herida blanca del cabello
descienda, ya fraterna y vespertina,
a hilar sobre nosotros su destello,

Será que se habrá vuelto golondrina
en el zorzal de besos de mi cuello,
tu mano de mi mano peregrina.

 

NAHUI OLLIN

 

 

 

Para calzarme



Para calzarme
los pies
tengo que
buscar
unos zapatos
rojos y negros
que besen
la tierra
con las puntas
que perfeccionen
los contornos
de mis piernas
con unos calzados
rojos y negros
que señalen
el peligro
de ver
mis piernas
salir
de mis faldas
que terminan
en las rodillas
Y
recojo
mis
faldas
con
grandes nudos
que
no desato
más que ante las
miradas de aquel
a quien
le gustan mis rodillas
mis
pies calzados
con
unos zapatos
Rojos y negros

En
mis pasos
que
son tan diferentes
caminando
he inventado
una música
moderna
que
repite mis inquietudes
encarceladas
en mis pies
calzados
de rojo
de negro.
Colores
que se pueden ver
sin ver
que hay en mi vida
en mis pasos
en mis pies
algo
Rojo y Negro

 

 

ROSARIO SANSORES

 

 

  

Limosnera de amor



Yo limosnera de amor fui un día
de corazón en corazón llamé
pero nadie mi pena comprendía
de una limosna de cariño hallé
Llamé a tu corazón con yerta mano
y al mirarme tuviste compasión
un poco de cariño me brindaste
y yo en cambio te di mi corazón.
Hoy en vano llamé, tu pecho mudo
no me dio la limosna de su amor
y te quedaste indiferente y mudo
pero yo me quedé sin corazón.

 

JESÚS AGUADO

 

 

 

El saltador



El saltador se encoge, se agarra las rodillas,
esconde la cabeza entre las piernas.
A punto de llegar da un latigazo
y se estira de golpe contra el agua:
al sumergirse nace, y el mundo, sacudido,
vuelve a iniciar de nuevo sus circunvoluciones,
su salto de gestante que atraviesa el espacio
como una caracola o bosta o piedra
lanzado hacia la luz: le enseña el saltador
al mundo su trabajo, y a convertirlo en juego,
y cómo al zambullirse quedar recién nacido:
le enseña el mecanismo de la vida.

El mundo se detiene y mira concentrado,
quizás reconociéndose en los gestos del hombre
que rota y se traslada dibujando una elíptica
con su cuerpo visible sobre un eje invisible.

Es el mundo el que salta, no es el hombre:
esa bola que rasga la seda de la tarde
desnudándolo todo, no es un hombre:
es el cauce de un río, las raíces de un árbol,
la tierra de aluvión, pero no un hombre:
es el molde de un hombre, un recipiente
vaciado de un hombre y luego vuelto
a llenar con el cauce, las raíces, la tierra:
es el hueco dejado por un hombre
para darle un cobijo a las cosas del mundo.

El hombre, cuando salta, ya no piensa,
pues su interior es agua, filamentos o polvo.

Cuando salta es el puro movimiento
y es la inmovilidad perfecta y pura:
es el mundo que gira y el mundo detenido.

El mundo, ese aprendiz de saltador,
y el saltador, ese aprendiz de mundo,
se duermen en el aire
y nos suenan.

 

 

NIEVES XENES

 

  

 

Una confesión



¡Padre, no puedo más! mi amor refreno,
pero en la horrible lucha estoy vencida;
esta pasión se extinguirá en mi seno
con el último aliento de mi vida.

Cuando él no está a mi lado, desolada,
maldiciendo mi mísera existencia,
siento sobre mi frente fatigada
el peso abrumador de la conciencia.

Pero al verlo, olvidando mis enojos,
en vano a la razón ansiosa llamo,
y aunque callan mis labios, con los ojos
no ceso de decirle ¡yo te amo!

Vos me habláis de la gloria y del martirio,
del enojo del cielo que provoco,
¿pero no comprendéis que es un delirio
hablar de todo eso al que está loco?

¡Su amor! ese es el cielo que yo ansío
de mi pasión en el afán eterno,
y encuentro más terrible su desvío
que todos los tormentos del infierno!

¡Mis ansias ahogaré desesperadas,
pero él verá en mis ojos sus ardores,
porque siempre al mirarlo, mis miradas
serán besos de amor abrasadores!

¡En vano espero sin cesar rezando
encontrar en la fe consuelo y calma,
y en vano mis entrañas desgarrando
quiero arrancar su imagen de mi alma!

¡Mi amor es el incendio desatado
cuya llama voraz nada sofoca!
El torrente que rueda desbordado
arrastrando a su paso cuanto toca!

Decís que iré a la gloria si mi anhelo
logro vencer y de su lado huyo,
¿pero habrá alguna dicha allá en el cielo
comparable siquiera a un beso suyo?

Oyendo del deber la voz airada,
fuerzas a Dios para luchar le pido,
y al verlo, de pasión enajenada,
deber y religión, ¡todo lo olvido!

Vos, juzgando el amor a vuestro modo,
decís que no es un mal desesperado,
decís que con la fe se alcanza todo,
¡no sabéis qué es estar enamorado!

Os digo que prefiero, delirante,
de mi loca pasión en los anhelos,
la dicha de mirarle un solo instante
a la eterna ventura de los cielos!

¡Ay, padre! en vuestra santa y dulce calma
rogad a Dios que evite mi caída,
porque este amor se extinguirá en mi alma
con el último aliento de mi vida.