lunes, 4 de mayo de 2020


WOLE SOYINKA





A los locos subidos al muro



Aullad, aullad
que el corazón tenéis cuajado y estadizo,
con vosotros no puedo partir
compañeros de la boya hendida
no puedo ir en busca
del puerto de vuestra orilla a la deriva.
Vuestro prudente aislamiento
¿quién osará reprobar? Agazapados
en vuestro alféizar, ¿observáis
las cenizas de la realidad, su extraño discurrir?
Me temo
que os habéis aventurado en el infinito
para regresar
hablando en lenguas extranjeras.
Aunque los muros
desgarren las costuras raídas
del manto mágico que compartimos, ya
más no puedo acercarme
y aunque le cierre los oídos
a la melodía de la partida, aullad
en la hora del sueño, decidles a estos muros
que hay un colmo para la aflicción
en el corazón del hombre.



TUDOR ARGHEZI





Testamento



Cuando yo muera, hijo, no te dejaré más fortuna
que un nombre impreso en un libro.
En la rebelde noche que viene
desde mis antepasados hasta ti,
salvando barrancos y simas profundas
que mis abuelos cruzaron de rodillas
y que, joven, tendrás que remontar tú también,
mi libro, hijo, es sólo un escalón.

Fervoroso y fiel, mira al libro como cabecera de la estirpe.
Es vuestra primera ejecutoria,
siervos de sayal tosco, lleno
de las osamentas que llevo en mi alma.

Para poder trocar ahora, por primera vez,
la azada en pluma y el surco en tintero,
nuestros abuelos cosecharon, entre las blancas yuntas,
el sudor del trabajo a lo largo de muchísimos siglos.
De sus gritos arreando a las bestias
surgieron palabras justas, sutiles,
y cunas para los futuros descendientes.
Convertí las palabras, amasadas durante centurias,
en versos e imágenes.
De los harapos hice brotar guirnaldas de flores.
Cambié el acíbar en miel,
dejando íntegra su dulce fuerza.
Apresé el insulto e, hilándolo sin prisa,
alguna vez fue engaño, injuria otras veces.
Recogí del lar la ceniza de los muertos
e hice de ella un Dios de piedra,
alto confín, con dos mundos a sus pies,
velando en la cumbre de tu deber.

Encerré nuestro dolor más sordo y más amargo
en un solo violín,
y al escucharle, el amo tuvo que bailar
como un chivo degollado.
De las pústulas, del moho y del fango,
hice brotar hermosuras y nuevas virtudes.
El restallar del látigo en la carne se convierte en palabras
que saben vengar y castigar lentamente
el brote latente del crimen de todos.
Es la justicia del ramo oscuro
que surge del bosque a la luz plena
y lleva en su entraña, como un racimo,
el fruto del dolor de todos los siglos.

Perezosamente tendida en su canapé,
la doncella sufre leyendo mi obra.
La palabra de fuego y la por mí forjada
se abrazan y se ayuntan en mi libro,
como el hierro rojo entre las tenazas.
El siervo la escribió; el señor la lee
sin percibir que en su trasfondo
yace el odio de todos mis antepasados.



CECÍLIA MEIRELES






Amo la gota de agua que equilibra en la hoja plana…



Amo la gota de agua que equilibra en la hoja plana,
temblando al viento. En el océano del aire el universo
entero vibra en secreto y ella en su aislamiento.
Su cristal simple contiene la forma,
en el instante incierto: pronto a caer,
pronto a quedar –límpido, exacto.
Y la hoja es un pequeño desierto para la inmensidad del acto.


STÉPHANE MALLARMÉ





El cigarro



Toda el alma resumida
cuando lenta la consumo
entre cada rueda de humo
en otra rueda abolida.

El cigarro dice luego
por poco que arda a conciencia:
la ceniza es decadencia
del claro beso de fuego.

Tal el coro de leyendas
hasta tu labio aletea.
Si has de empezar suelta en prendas
lo vil por real que sea.
Lo muy preciso tritura
tu vaga literatura.


KAMALA SURAIYA





Casa de mi abuela



Hay una casa ahora muy lejos, donde una vez
he recibido amor… Esa mujer murió,
La casa se encerró en el silencio, las serpientes se movían
entre los libros, yo era entonces demasiado joven
para leer, y mi sangre se volvió fría como la luna
¿Con qué frecuencia pienso en ir
allí, a mirar a través de los ojos ciegos de ventanas o
Solo escuchar el aire helado,
o en la desesperación salvaje, recoger una brazada de
la oscuridad para traerlo aquí para estar
detrás de la puerta de mi dormitorio como un melancólico
perro… no se puede creer, querido,
puede usted, que vivía en una casa así y
estaba orgulloso, y amado… Yo, que he perdido
mi camino y pedir ahora a las puertas de desconocidos para
recibir el amor, al menos en pequeño cambio?

LOUISE LABÉ





Soneto XVIII



Bésame una vez más, vuelve a besarme y bésame
dame uno de tus besos más sabrosos
dame uno de los más cariñosos
y yo te devolveré cuatro ardientes como brasas

Ah, ¿te quejas? Ven que calmaré ese mal
dándote otros diez muy dulces
Así, mezclados nuestros besos, tan felices
gocemos uno de otro a nuestro gusto.

Así tendremos ambos doble vida
Cada uno de nosotros vivirá en sí y en el otro
Permíteme, amor mío, que piense alguna locura.

Me siento siempre mal viviendo juiciosamente
y no me puedo sentir satisfecha
si no salgo alguna vez de mí misma.