sábado, 17 de mayo de 2014

HELENA RAMOS



 

96

  

Ciudad austral,
¿cuándo por fin besaré
tu gris cálido?

  

De: Polychromos (haikus)

 

 

 

RUBÉN DARÍO


 

 

Marcha triunfal




¡Ya viene el cortejo!
¡Ya viene el cortejo! Ya se oyen los claros clarines.
La espada se anuncia con vivo reflejo;
Ya viene, oro y hierro, el cortejo de los paladines.

Ya pasa debajo los arcos ornados de blancas
Minervas y Martes,
Los arcos triunfales en donde las Famas erigen sus
Largas trompetas,
La gloria solemne de los estandartes
Llevados por manos robustas de heroicos atletas.
Se escucha el ruido que forman las armas de los caballeros,
Los frenos que mascan los fuertes caballos de guerra,
Los cascos que hieren la tierra
Y los timbaleros,
Que el paso acompasan con ritmos marciales.
Tal pasan los fieros guerreros
Debajo los arcos triunfales.

Los claros clarines de pronto levantan sus sones,
Su canto sonoro,
Su cálido coro,
Que envuelve en un trueno de oro
La augusta soberbia de los pabellones.
El dice la lucha, la herida venganza,
Las ásperas crines,
Los rudos penachos, la pica, la lanza,
La sangre que riega de heroicos carmines
La tierra;
Los negros mastines
Que azuza la muerte, que rige la guerra.

Los áureos sonidos
Anuncian el advenimiento
Triunfal de la gloria;
Dejando el picacho que guarda sus nidos,
Tendiendo sus alas enormes al viento,
Los cóndores llegan. ¡Llegó la victoria!

Ya pasa el cortejo.
Señala el abuelo los héroes al niño:
Ve cómo la barba del viejo
Los bucles de oro circunda de armiño.
Las bellas mujeres aprestan coronas de flores,
Y bajo los pórticos vense sus rostros de rosa;
Y la más hermosa
Sonríe al más fiero de los vencedores.
Honor al que trae cautiva la extraña bandera;
Honor al herido y honor a los fieles
¡Soldados que muerte encontraron por mano extranjera!
¡Clarines! ¡Laureles!

Las nobles espadas de tiempos gloriosos,
Desde sus panoplias saludan las nuevas coronas y lauros:
Las viejas espadas de los granaderos, más fuertes que osos,
Hermanos de aquellos lanceros que fueron centauros.
Las trompas guerreras resuenan;
De voces los aires se llenan...
A aquellas antiguas espadas,
A aquellos ilustres aceros,
Que encarnan las glorias pasadas.
Y al sol que hoy alumbra las nuevas victorias ganadas,
Y al héroe que guía su grupo de jóvenes fieros,
Al que ama la insignia del suelo materno,
Al que ha desafiado, ceñido el acero y el arma en la mano,
Los soles del rojo verano,
Las nieves y vientos del gélido invierno,
La noche, la escarcha
Y el odio y la muerte, por ser por la patria inmortal,
Saludan con voces de bronce las tropas de guerra que
Tocan la marcha triunfal.

 

 

GIOCONDA BELLI


 
 

No me arrepiento de nada

 

 

Desde la mujer que soy,

a veces me da por contemplar

aquellas que pude haber sido;

las mujeres primorosas,

hacendosas, buenas esposas,

dechado de virtudes,

que deseara mi madre.

No sé por qué

la vida entera he pasado

rebelándome contra ellas.

Odio sus amenazas en mi cuerpo.

La culpa que sus vidas impecables,

por extraño maleficio,

me inspiran.

Reniego de sus buenos oficios;

de los llantos a escondidas del esposo,

del pudor de su desnudez

bajo la planchada y almidonada ropa interior.

Estas mujeres, sin embargo,

me miran desde el interior de los espejos,

levantan su dedo acusador

y, a veces, cedo a sus miradas de reproche

y quiero ganarme la aceptación universal,

ser la "niña buena", la "mujer decente"

la Gioconda irreprochable.

Sacarme diez en conducta

con el partido, el estado, las amistades,

mi familia, mis hijos y todos los demás seres

que abundantes pueblan este mundo nuestro.

En esta contradicción inevitable

entre lo que debió haber sido y lo que es,

he librado numerosas batallas mortales,

batallas a mordiscos de ellas contra mí

-ellas habitando en mí queriendo ser yo misma-

transgrediendo maternos mandamientos,

desgarro adolorida y a trompicones

a las mujeres internas

que, desde la infancia, me retuercen los ojos

porque no quepo en el molde perfecto de sus sueños,

porque me atrevo a ser esta loca, falible, tierna y vulnerable,

que se enamora como alma en pena

de causas justas, hombres hermosos,

y palabras juguetonas.

Porque, de adulta, me atreví a vivir la niñez vedada,

e hice el amor sobre escritorios

-en horas de oficina-

y rompí lazos inviolables

y me atreví a gozar

el cuerpo sano y sinuoso

con que los genes de todos mis ancestros

me dotaron.

No culpo a nadie. Más bien les agradezco los dones.

No me arrepiento de nada, como dijo la Edith Piaf.

Pero en los pozos oscuros en que me hundo,

cuando, en las mañanas, no más abrir los ojos,

siento las lágrimas pujando;

veo a esas otras mujeres esperando en el vestíbulo,

blandiendo condenas contra mi felicidad.

Impertérritas niñas buenas me circundan

y danzan sus canciones infantiles contra mí

contra esta mujer

hecha y derecha,

plena.

Esta mujer de pechos en pecho

y caderas anchas

que, por mi madre y contra ella,

me gusta ser.

 

 

ANA ILCE GÓMEZ



 

Destino

 
 

He de hacer en este mundo lo que está
destinado para mí:
                cantar
                abrazar a mis hijos
                pulir alguna piedra para hacerla
                valedera
                borrar si quiero lo que está destinado
                para mí.

  

De: Las ceremonias del silencio

 

DAISY ZAMORA


 
 

Qué manos a través de mis manos

 
 

Las anchas manos pecosas y morenas de mi abuelo
con igual destreza vendaban una herida,
cortaban gardenias
o me suspendían en el aire feliz de la infancia.
Las manos de mi abuela paterna
artríticas ya cerca de su muerte,
una vez fueron frágiles manos, filigrana de plata,
argolla de matrimonio en el anular izquierdo;
pitillera y traguito de scotch o de vino jerez
en atardeceres de blancas celosías
y pisos de madera olorosos de cera,
recostada en su chaise-longue leyendo trágicas historias
de heroínas anémicas o tísicas.
Mi padre siempre cuidó la transparencia de sus manos
delicadas como alas de querube
hechas para lucirlas
con violín o batuta.
Mi madre heredó las manos de mi abuelo Arturo,
pequeñas y nudosas, con dedos romos.
De tantas manos que se han venido juntando
saqué estas manos.
¿De quién tengo las uñas, los dedos,
los nudillos, las palmas, las frágiles muñecas?
Cuando acaricio tu espalda,
las óseas salientes de tus pies
tus largas piernas sólidas,
¿Qué manos a través de mis manos
te acarician? 

KARLA SÁNCHEZ


 
 

Día habitual

 
 

Desde esta habitación asombrada por la tarde
matices naranja
denotan una estación ajena.


Salpicada de ocres, derivo del verde luminoso
y en esa sola imagen de un tiempo que no vivo
me detengo.
Vuelvo a la destreza de la lluvia
en la mañana sencilla de mi casa
sé que los semáforos se pueblan de miradas
y estacionada frente el rojo siento la fuerza del vacío.


Soy otro amanecer.


La noche ronda sin prejuicios
a su encuentro
atenta
permanezco.