jueves, 28 de octubre de 2021


 

FRANCISCO VÉJAR

 

 

 

Fuga para contrabajo y saxo

 

 

Caminar, siempre caminar
como la que partió hacia otra parte
con un morral de planes e ilusiones,
dejando sin musa al soldado
sucio con saliva de palabras.

Nos parecemos a ella,
manchando de tinta los papeles,
empuñando algo en la despedida. Intentando
desbaratar el sentido de las horas.
Quizá porque nadie ha llegado a conocernos
y ese sea nuestro triunfo.

Cerca nuestro, objetos que callan y escuchan,
trozos de lunas que inventaba para seducirte,
casas deshabitadas y sin césped
en las que nos amábamos violando cerrojos.

Así como la vida, la fiesta siempre está en otro lugar;
tal vez en Edimburgo, Quintay o Valdivia
pero la llama que queda en nuestros ojos
nos acompaña
cuando partimos
y olvidamos
las fosas que se abren
cada día.

 

JUAN COBOS WILKINS

 

  


No intento explicarte lo que no he de nombrar

 

  

Entre el primer silencio, el silencio clínico, y el biológico, el Gran Silencio, median de 4′ a 15′. Toda la vida en los 11′ de ese tránsito que no he de nombrar.

Una transfusión de niebla, esterilizadas bolsas de plástico que contienen niebla, su goteo rítmico, implacable, encontrar una vía: y la niebla entra en ti suavemente a través de esa aguja finísima inyectada con precisión en tu cuerpo, niebla que sustituye a la sangre de las venas, que la usurpa, niebla fluyendo ahora por las mismas arterias que segundos antes aún eran recorridas por el vivo líquido rojo.

Las grúas en el horizonte de la ciudad como un electrocardiograma urbano.
(Que alguien contempla desde su ventana en la habitación del hospital.)
La llovizna en los campos de lavanda, las olas compasivas con los náufragos.
(Que no puede ver desde la ventana en su habitación del hospital.)
Rodillas que se rozan bajo una mesa, desviar la mirada, volver a los diecisiete.
(Que alguien evoca en la cama de su aséptica habitación del hospital.)

Nada tendrá entonces el movimiento de la vida, nada, sólo un trémulo escalofrío -desmemoria del primer tacto, olvido de un nunca bailado rap-. El estremecimiento, la débil luz boreal del estertor. Y sí las olas compasivas con los náufragos, sí las grúas urbanas como un skyline de metálicas jirafas amarillas, sí la lluvia en los campos de lavanda, volver, sí, volver a los diecisiete… Y lo demás, todo lo demás, que tan sólo es ya etcétera.

  

De: “Matar poetas”

 

KATHLEEN RAINE

 


 

Invocación

 

 

Hay un poema en la senda,
hay un poema que me circunda,
el poema está en el futuro cercano,
el poema está en el éter,
encima de las brumas de la atmósfera
oscila; es un espíritu
y yo lo haré encarnar.

Que sude mi cuerpo,
que las serpientes atormenten mi pecho,
que estén ciegos mis ojos, mis oídos sordos, mis manos enloquecidas,
mi boca reseca, mi útero cortado,
mi vientre acuchillado, mi espalda azotada,
mi lengua desgarrada como una lonja de cuero,
que se inserten en mis pechos las piedras de granizo,
que yo esté decapitada,

si tan sólo mis labios pueden hablar,
si tan sólo dios puede acudir.

 

Versión de Silvina Ocampo

 

ROBERTO ARIZMENDI

 


 

Desafío contra el olvido

 


Cuando llegue el invierno

mis pasos no dejarán huella en la nieve

ni una sonrisa acariciará las tardes junto al Tíber

Seremos prófugos,

buscadores eternos por el universo.

 

Estaré seguramente en Roma, recordando.

Habré aprendido lo fugaz que es el tiempo,

cómo los campos de trigo iluminaron la fiesta,

lo efímero del amor en sus cuatro estaciones

y el terso roce de la piel sobre mi asombro.

 

Pero este es otro río y otro mar

ya no hay gaviotas dibujando el horizonte,

ni gritos de alerta para doblegar el miedo

que se esconde en el requiebro de los días,

desde que la memoria nos anima a un nuevo paso.

 

Habrá remembranza de una luz radiante,

las voces inquietas sin temor alguno,

el horizonte abierto, el sueño imprescindible,

pero he partido ya y el calendario no puede

devolver el tiempo ni negar la historia.

 

Muy cerca de esas voces ante el sol agonizante

aprendí a deletrear de nuevo las sílabas perdidas.

Nada me ató ni nada me detiene ante la eventualidad

y los prejuicios que invaden sin recato este pedazo de siglo,

aunque quise quedarme como testigo silencioso.

 

He sabido aprender a deletrear la vida

para encontrar la luz aún en las tinieblas

o sentir el viento en la carrera fugaz de un tiempo eterno

y en silencio acudiré a la cita, puntual, si así es preciso,

para no doblegarme ni sentir hastío.

 

Cuando la lluvia escampe

La Habana sabrá de mis sonrisas

porque hasta ahí yo iré para saciar mi sed

a pesar de las sombras que nos niegan

y se tornan eterno desafío contra el olvido.

 

Acudiré puntual a la cita imprescindible

convocada con voz de gozo y de nostalgia.

Nadie sabrá por qué ni cómo

aprendí a deletrear de nuevo el tiempo

para hacer realidad los sueños y construir la historia.

 

De: “Desafío contra el olvido”

 

 

BEATRIZ RUSSO



 

Tu voz vacía

 


Porque tu voz ya no es sonora,                                            

a veces me llamo por mi nombre con tu voz,

 

Cierro mis ojos vehementes y me pronuncio.

Entonces llegas sonoro a mi pecho

y te protejo con mis manos

para que no te me escapes de nuevo.

Sólo un instante, el mismo que te desapareció,

instante de bola de fuego que me traspasa

dejándome un hueco en el tórax,

como una ventana abierta que me despierta

con el repetido sueño de buscar la manta con los pies.

 

Porque tu voz ya no es sonora,

a veces me llamo por mi nombre con tu voz

y aún lloro tu muerte inventada.

Mi rostro se posa sobre tu lápida

y te escribo un epitafio con mis lágrimas

e insomne te velo con el riguroso luto 

de mis ojos oscuros, de mis ojos enterrados

en vida bajo la tumba de mi almohada.

 

Me muero de frío,

la ventana está rota,

no hay manta a los pies de mi cama

y sin embargo, aún sueño que regresas

y me hablas al oído.

  

De: “En la salud y en la enfermedad”

 

RAFAEL OBLIGADO

 

 

 

El negro Falucho

(soldado Antonio Ruíz fusilado en febrero de 1824)

 

 

Duerme el Callao. Ronco son

hace del mar la resaca,

y en la sombra se destaca

del real Felipe el Torreón.

En él está de facción,

porque alejarle quisieron,

un negro de los que fueron

con San Martín, de los grandes,

que en la pampa y en los Andes

batallaron y vencieron.

 

Por la pequeña azotea

Falucho, erguido y gentil,

echado al hombro el fusil,

lentamente se pasea;

piensa en la patria, en la aldea

donde dejó el hijo amado,

donde, en su hogar desolado,

triste le aguarda la esposa,

y en Buenos Aires, la hermosa,

que es su pasión de soldado.

 

Llega del fuerte a su oído,

rumor de voces no usadas,

de bayonetas y espadas

agudo y áspero ruido;

Un “¡Viva España!” seguido

de un otro ¡Viva Fernando!

y está Falucho dudando

si dan los gritos que escucha

sus compañeros de lucha,

o si está loco o soñando.

 

Desde los Andes, el día,

que ciñe en rosas la frente,

abierta el ala luciente

hacia los mares caía,

cuando Falucho, que ansía

dar un viva a su manera,

como protesta altanera

contra menguadas traiciones,

izó nervioso, a tirones,

la azul y blanca bandera.

 

—"¡Por mi cuenta te despliego—

dijo airado—, y de esta suerte,

si a tus pies está la muerte,

a tu sombra muera luego!—.

Nació el sol: besos de fuego

dióla en rayas de carmín,

Rodó el mar desde el confín

un instante estremecido,

y en la torre quedó erguido

el negro de San Martín.

 

No bien así desplegados

nuestros colores lucían,

por la escalera subían

de tropel los sublevados.

Ven a Falucho, y airados

hacia él se precipitan:

—¡Baja ese trapo! —le gritan

¡y nuestra enseña enarbola!...—

¡Y es la bandera española

la que los criollos agitan!

 

Dobló Falucho, entretanto

la oscura faz sin sonrojos,

y ante aquel crimen, sus ojos

se humedecieron de llanto.

Vencido al punto el quebranto,

con fiero arranque exclamó:

—¿Enarbolar ésa yo,

cuando está aquélla en su puesto!...—

Y un juramento era el gesto

con que el negro dijo: —¡No!—.

 

Con un acento glacial

en que la muerte predicen:

—¡Presenta el arma! –le dicen–

al estandarte real—.

Rotos por la orden fatal

de la obediencia los lazos,

alzó el fusil en sus brazos

con un rugido de fiera,

y contra el asta—bandera

lo hizo de un golpe pedazos.

 

Ante la audacia insolente

de esa acción inesperada,

la infame turba excitada,

gritó: —¡Muera el insurgente!—.

Y asestados al valiente

cuatro fusiles brillaron:

—¡Ríndete al Rey! —le intimaron,

mas como el negro exclamó:

—¡Viva la Patria y no yo!—,

los cuatro tiros sonaron.

 

Uno, el más vil, corre y baja

el estandarte sagrado,

que cayó sobre el soldado

como gloriosa mortaja.

Alegres dianas la caja

de los traidores batía,

El Pacífico gemía

melancólico y desierto,

y en la bandera del muerto

nuestro sol resplandecía.