Desafío
contra el olvido
Cuando
llegue el invierno
mis
pasos no dejarán huella en la nieve
ni
una sonrisa acariciará las tardes junto al Tíber
Seremos
prófugos,
buscadores
eternos por el universo.
Estaré
seguramente en Roma, recordando.
Habré
aprendido lo fugaz que es el tiempo,
cómo
los campos de trigo iluminaron la fiesta,
lo
efímero del amor en sus cuatro estaciones
y el
terso roce de la piel sobre mi asombro.
Pero
este es otro río y otro mar
ya
no hay gaviotas dibujando el horizonte,
ni
gritos de alerta para doblegar el miedo
que
se esconde en el requiebro de los días,
desde
que la memoria nos anima a un nuevo paso.
Habrá
remembranza de una luz radiante,
las
voces inquietas sin temor alguno,
el
horizonte abierto, el sueño imprescindible,
pero
he partido ya y el calendario no puede
devolver
el tiempo ni negar la historia.
Muy
cerca de esas voces ante el sol agonizante
aprendí
a deletrear de nuevo las sílabas perdidas.
Nada
me ató ni nada me detiene ante la eventualidad
y
los prejuicios que invaden sin recato este pedazo de siglo,
aunque
quise quedarme como testigo silencioso.
He
sabido aprender a deletrear la vida
para
encontrar la luz aún en las tinieblas
o
sentir el viento en la carrera fugaz de un tiempo eterno
y en
silencio acudiré a la cita, puntual, si así es preciso,
para
no doblegarme ni sentir hastío.
Cuando
la lluvia escampe
La
Habana sabrá de mis sonrisas
porque
hasta ahí yo iré para saciar mi sed
a
pesar de las sombras que nos niegan
y se
tornan eterno desafío contra el olvido.
Acudiré
puntual a la cita imprescindible
convocada
con voz de gozo y de nostalgia.
Nadie
sabrá por qué ni cómo
aprendí
a deletrear de nuevo el tiempo
para
hacer realidad los sueños y construir la historia.
De: “Desafío
contra el olvido”
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