jueves, 27 de junio de 2013

JOSÉ CARLOS BECERRA




Basta cerrar los labios



Basta morir como una lámpara desde la madrugada,
como el rescoldo de una brisa tersa;
para morir, para suministrarnos
la mano venidera del olvido;
basta decirle no al día de mañana,
basta ensayar los labios en un rumor de cera,
basta beber un vaso de agua
donde yazga el recuerdo de un ahogado.

Deja que la mano sea como un guante
que usa el corazón para tocar el brazo
o el alba de una novia entristecida.
Deja que la mano sea como un campo
donde el aire trasciende como humedad de pelo.
El otoño se despierta en mi pecho y se sacude las plumas
como pájaro caído fuera de la redondez de su canto.
El otoño se desbanda por mi pecho
como un viento veteado de árboles.

¿Quién me pone en los labios
un color de palabras donde se siente el peso de la noche?

A veces hay algo en las palabras que se dicen,
en aquellas que llevan del labio ansiosa vida,
aquellas que sollozan el paisaje
y respiran la cal de otra garganta;
que es como ponerse de codos a pensar
sobre el pretil de una tristeza antigua.

Hay playas
donde la mar resuena como carne,
como el golpe de un cuerpo que de pronto ha llorado.
Hay lagunas y juncos, estuarios
donde amarran los peces su oceanía desmedida,
y hay ríos donde la tierra llega al mar
insepulta en sus sueños imposibles.

Sufro. Sufro de esa moneda
que redondea a la mano inútilmente.
Sufro como un sentir pequeña espina
en la mirada fija de las lágrimas.
Sufro la cañamiel de una canción muy tonta.
Sufro el esparcimiento de una muerte insepulta.
Sufro la profundidad de los ríos
donde la noche tienta a los ahogados.

Paso los ojos
por la luz poco oída de una estrella.
Paso los labios por las palabras de un día,
donde el silencio crece como yedra.

Para morir, para cesar los labios
para olvidar de pronto la forma de la tierra
y salir para siempre de la asunción del mar;
no es necesario el traje de los condenados
ni la ceniza de los aturdidos.
No es necesaria la cama de los enfermos
ni el campo de batalla ya después, en silencio.

Basta un anuncio de hojas de afeitar,
basta la prosperidad de un gerente,
basta un tranvía equivocado.

Es arrojada la noche a la costa de nuestro pecho
por un oleaje de luces.
Hay un poco de acero turbado en una mano.
Hay un niño sin ojos moviéndose en los ojos

Entonces ¿cómo tomar la luna?
¿Con qué mano o qué lágrima
tocar la luz donde los labios ceden a la noche?

La respiración suena como pisar hojas secas.
El bosque es tan profundo que las manos no se encuentran.
Puedo silbar para espantar mi miendo,
para que me oigas yacer en un claro del bosque
cuando en realidad sólo hay claro en tus ojos.

Palabras y miradas transbordando ataúdes.
De ataúdes de niños
a negros ataúdes con barbas de abuelo.

A veces la noche
crece como la barba de un dios desconocido.

Cerrar los labios es quedarse a solas.
Puedes mover el frío entre tus dientes.
Puedes ver en un cuello la pasión de la tarde.
La mano puede confiarse al frío sin darse cuenta.



JAVIER EGEA




Noche canalla



Yo no sé si la quise pero andaba conmigo,
me guiaba su risa por la ciudad tan gris.
Ella tenía en su boca colinas de Ketama
y el cielo de sus ojos me pintaba de añil.

Yo vi tantas estrellas como ella puso siempre
en aquel cielo raso como un paño de tul.
Ella llevaba el pelo como la Janis Joplin
y los labios morados como el Parfait-Amour.

La he perdido en un bosque de jeringas brillantes
por donde nos decían que se llegaba al mar;
se fue sobre un caballo de hermosos ojos negros,
por más que yo me muera no la podré olvidar.

Bajo el cielo ceniza me conducen mis piernas.
Esta noche no tengo ni esperanza ni amor.
Sólo queda el calor de mi pobre navaja.
Hoy me he visto la cara de un retrato-robot.

A pesar de sus ojos he salido a la calle,
a pesar de sus ojos me ha tocado vivir .
En un barrio de muertos me trajeron al mundo.
Esta noche canalla no respondo de mí.



MARCO ANTONIO MONTES DE OCA



Insurgencia



No da la mata más planetas.
El mercurio verdoso
roe mantos del mar,
la escalera del purgatorio
y sus peldaños
de animosa hiedra.

Mas yo no pierdo
más el día
junto al pantano
que eructa y expulsa
coronas de hierro,
centelleantes fémures de fósforo,
pisapapeles que sujetaban el revuelo
del cerezo en flor.

A flote salen
luminiscencias en letargo.
Remo hasta perderme
y encontrarme al otro lado
de unas órbitas vacías.

Una reina ahogada
resurge y grita
por mis poros,
vuelve a la vida
clavando mástiles de cantos
en témpanos de oro.

Vuelan hacia la superficie
jeroglíficos de corcho,
cabelleras y guirnaldas,
doblones y marfiles
que el esqueleto de un pirata
suelta de golpe,
sorprendido por otra muerte
más profunda.
Aflora también
la domadora del infinito,
la súbita conciencia
llamativa como nunca:
la noche la baña
con su esperma de diamantes.

¡Ya surgen resplandecientes huevecillos
de otras comarcas virginales!

Un viejo carguero estalla
al tocar con la proa,
pensamientos puros
en cabezas minadas.

Me crece un pequeño rostro
en la nuca,
pasado y futuro
se revelan de consuno:
el niño que hay en mí,
es todo lo que hay en mí.

Yo vine a robarme huevos
con una colmena adentro,
cascarones que al romperse
mil migraciones liberan
en una sola bandada.

No soy joven ni viejo,
ni dueño del fuego ni su esclavo.
Sólo sé que grandes bofetas
de piedra y de olvido
me despiertan,
sólo rayos
con filo de amatista
cortan las amarras,
la venda de opio,
la engañosa mordaza de palabras,
el tramposo párpado de hielo
que se compromete a no mirar y mira.

Sólo sé trazar
delgadas estelas mayas
con mi muñón de boa,
repartir gotas de hombre
a las sedientas estrellas,
cardar la lana,
levantarme temprano,
salir de misa
con los santos atrapados
en la cauda de mi flauta.

Sé que el fondo del océano
emerge empujado
por buzos cantores
y que un día cualquiera
el hombre baja a su corazón
y sin recordar
los siglos que estuvo ausente
decide quemarse vivo,
bonzo vegetal,
dalia lenta
iluminada por la eternidad.

Piso fuerte
para que se vaya el suelo.
No me interesa la costra
en que los demás levantan
su pobre mundo.

No da la mata más planetas,
por eso me concentro
en la mesa blanda
donde mi plato se sumerge,
en el árbol horizontal
que me detuvo
entre las paredes del barranco.

Pienso en el pasamanos
forrado de piel humana
y en su caricia
trenzada al horizonte.

¿Qué tal si la clara corriente cotidiana
llega a ser un día
la verdadera excepción macabra?
¿Es más creíble
el apagado reino evidente,
sólo porque a diario
padecemos sus alucinaciones?

Inmóvil estoy,
árbol de fuegos fatuos,
sílaba repleta de plegarias,
erizada orilla
que arroja al vacío
el pletórico mapa del tesoro.

Abandono la luz del trébol.
Que me perdone la gaviota
anidada con todo y vuelo
en la fronda del ocaso,
que me perdonen los amantes
de nuevo invocados
por la pureza que creían llamar.

Recomienzo mi vida,
mancha que da flores
en el borrador de otro universo. 



THELMA NAVA




Ven 


Ven
ayúdame a insertar mi corazón en la tapa de este libro
enciclopedia donde en cualquier momento puedo leerte
manual de fórmulas para ahuyentar la tristeza.

Ven
ayúdame a olvidarte
a no seguir buscando
la mirada que pusiste en mi rostro
cada minuto diferente
ayúdame a olvidar nuestra hermosa soledad
de animales en celo
Si tú me ayudas
te prometo no salir a buscarte en los espejos
o en el fondo de la taza de té.



JAIME AUGUSTO SHELLEY





Aviso



Se solicita un patio
con macetas rojas
y vaho de ladrillo recién regado.

Árboles de altura
con pájaros silvestres
que hagan su ritual de baño
y desayuno
en una fuente de labra sencilla
que enmohezca a ritmo su apacible trazo.

Un hogar se solicita.
De cancel abierto.



CARMEN MATUTE




Mujer



Tatuada
con inscripciones misteriosas
que una mano de fuego
trazó por error
aquí estoy
yo, mujer,
que soy más cadáver que ninguno.