sábado, 9 de junio de 2012


ROGELIO GUEDEA





Asonancia V



A diario en un cuerpo distinto apareces
a diario en la misma casa

y yo busco entre los nombres que tienes
     soledad    aurora    esperanza
y me meto en tu boca como en un agua
     siempre renovada

dices que eres la misma en la misma
     tarde clara
y yo sé que no porque de noche recuerdas
     mis ojos
y me tocas y me cantas

pero qué tengo que decirte yo amor
si tú lo sabes todo y sin embargo callas.

MARÍA BENEYTO




Greta I de Suecia
                                                  A Rosa Mª Rodríguez Magda



Se llamaba -yo creo que se ha muerto
y lo que a veces surge es su cadáver-
Greta Garbo o Gustafson, una sombra,
una mujer que siempre regresaba
de mundos golpeados, derruidos,
y se acostaba, leve, en el silencio,
larga, flotante Ofelia de las nieves.
Era la niebla de una isla nórdica
poblada por abetos y abedules.
Una santa Lucía sin corona
de resplandor, sonámbula y felina,
que siempre parecía estar sacando
su mirada del agua. Mujer presa
de la fatalidad y la amenaza,
tenía horror al viento, miedo al día
y se huía a sí misma, distanciándose
como si al verse no se conociera.
Bebía siempre luz glacial. Llevaba
la luz por dentro, en lugar de sangre
y goteaba luz cuando lloraba.
Sin embargo, más que estrella era luna
sola y feliz, en soledad creciendo,
satélite que roba claridades
para vivir en claridad perfecta.

Era además, la extraña criatura
de la lluvia, el ser febril y altivo
tormentoso y feroz de la tragedia,
el gesto femenino despertándose
en un tiempo de bruma y desconcierto,
después de haber dormido sueños hondos
sin más amanecer que la esperanza.
Era el amor, pero otro amor, traía
con carne estremecida y beso fiero
la pasión, no encubierta, de la hembra
que no se deja poseer, posee...
Ignoro si era actriz, pero tenía
de todas las mujeres que se fueron
y anticipó el futuro como suyo.
Ella se reinventó, con la energía
de esgrimir su elección y su derecho
a esa absoluta soledad, tremenda,
de los seres nacidos islas libres
y se fue, se perdió bajo la lluvia
de donde nos llegó a través del agua.

(Una anciana sarcástica, pasea
soledades vestidas con su nombre.
No nos recuerda ya. Ni se recuerda.)
De "Hojas para algún día de noviembre"

RAFAEL ALBERTI




Anémona encantada...



Anémona encantada
enamorada.
Orquídea despeinada
enamorada.
Flor abierta o cerrada
enamorada.

                      No me las enseñes más,
                      que me matarás.




JESUS AGUADO




6. Lo que dices de mí me obliga a contestarte...



Lo que dices de mí me obliga a contestarte,
lo que digo de ti te obliga a contestarme:
de tanto tú venir hasta mi casa,
de tanto yo acudir hasta la tuya
se va abriendo un camino.
* * *
Se va abriendo un camino
que recoge tus huellas y las mías
y las cura y las mima y les da de comer
y cuando ya están fuertes y seguras de sí
las lleva a la espesura
Se va abriendo un camino que nos anda
y dice lo que dices y dice lo que digo.
* * *
Y cada vez son más: un millón de caminos
(un millón de palabras, un millón de silencios),
el mapa de una historia que al vivirla nos vive.
* * *
Un mapa que exploramos para que nos explore:
dos territorios anchos como el cielo y la tierra
que se buscan, se abrazan, se respiran,
se logran vehementes, se confunden,
se duermen enlazados.
* * *
Un mapa que estudiamos para que nos estudie
(piratas codiciosos interpretando signos)
porque ambos escondemos un tesoro
que el otro ansía tanto descubrir.
* * *
Lo que dices de mí
                                 es un collar de huellas,
y un vestido de huellas, y un cinturón de huellas,
y pendientes de huellas, y sandalias de huellas.
* * *
Lo que dices de mí
                                  es un reloj de huellas
que al consultarlo anuncia
la hora en punto de la eternidad.
* * *
Lo que dices de mí me lleva a la espesura
y me abandona; luego
me canta una canción para orientarme
y canta otra canción para ahuyentar las fieras.
Yo me embarco en su voz hasta que fluye
bajo mis pies un río que me deja a su lado.
* * *
Cuando una huella vuelve como río al camino
que la había llevado a la espesura
ya no es ella la alumna que temblaba.
Ahora ya es más sabia que el camino
y le ayuda a aprender esta lección:
cómo ir por el mundo
sin pagar el peaje de unas huellas.
* * *
Lo que dices de mí
son monedas de huellas que debo devolverte
como mar, como río, como lluvia,
como dardo de agua estallando en tu boca,
como dardo de lágrimas acertando en tu boca,
como dardo de nieve acallando tu boca.
* * *
De tu casa a la mía hay un camino:
si lo miras atento es el de siempre,
si lo miras atento y además
permites que el camino te observe atentamente
cada día es distinto.
* * *
Quien le venda los ojos al camino
que va desde su casa a otra casa cualquiera
queda a merced del zombi,
a merced de las zanjas de la muerte
(Que convierten entonces el camino
en trincheras, en tumbas, en túneles, en trampas).
* * *
Lo que dices de mí
le abre los ojos al camino
que va desde tu casa hasta mi casa.
* * *
Lo que dices de mí me lleva a donde estás
(una parte de mí que se queda conmigo,
otra parte de mí que se marcha a tu lado)
y me aloja en su casa y me llena de huellas
que un río fugitivo borrará turbulento.
* * *
Lo que dices de mí
pone un mapa en mis manos,
me empuja con dulzura
y me pone en camino en un camino.


PABLO GARCÍA BAENA




Antiguo muchacho



Entre la noche era la madreselva como de música
y el sueño en nuestros párpados abejas que extraían
de las lluviosas arpas del otoño
un panal de violetas y silencio.
Con un escalofrío se presentía entonces el amor fugitivo
como un trovador, bello de lazos y de cintas,
que, junto a un cenador donde una tea alumbra,
bajara por la escala del desmayado cuerpo de la infanta
al par que entre la fronda el ruiseñor perfuma de armonía la noche.
Erraba en las almenas un vago suspirar de abandonados velos,
de cabelleras lánguidas flotando en los estanques
y un ajimez quedaba solo frente a la luna
adormecida por el laúd de los besos.
Revivo la mirada pálida de los espejos
y mi rostro preguntando en su oráculo,
y la mano que repasaba, lenta, mis mejillas, mis labios.
Había una ventana donde el mar convertía en espumas sus cisnes,
y en los aparadores bandejas con membrillos cocidos
y el tarro de las guindas,
y las cidras frías por el mármol de la madrugada,
y los dulces de piñonate en su estrella de papel rizado.
El domingo escalaba con su luz amarilla,
con su parra latiendo de áureos cimbalillos,
los álamos sombríos del invierno,
y las horas, veloces, agitaban sus pétalos
como rosal que deja su nieve por el aire.
Y la noche llegaba al campo reclinando su cabeza en los montes,
y un miedo suave bajaba con el ladrido de los perros por las cañadas,
y la última garza de la tarde dormía entre los juncos.
Decidme dónde tengo aquel niño con el cuelo sujeto de bufandas
y la enorme mosca negra de la fiebre aleteando en mis sienes,
y en torno de mi lecho, Sandokán con la perla roja en su turbante
y Aramis perfumado de unción episcopal,
y Robinsón bajo el verde loro balanceante de los bambúes.
Aquel cerrado mirador, entre lutos,
donde paraban todos los años la Oración del Huerto
cuando el Jueves Santo gemía en su larga trompeta morada.
Y la Virgen Dormida, en un agosto de bengalas,
y los muertos contemplando desde su balaustrada de ausencias
las débiles lamparillas de la noche de Todos los Santos.
Llovía en los cristales. Ahora, silenciosos, vuelven tristes perfiles,
voces que pálidas renacen,
como hojas arrastradas a un otoño de olvido.
Y como el nadador, dichosamente cansado,
deja escurrir los dedos del agua por su cuerpo desnudo
volviendo su mirada hacia la playa,
así a ti me vuelvo,
buscado tu sonrisa en mi sonrisa,
tu mirar en mis ojos
y tu honda voz pura, antiguo muchacho,
fluyendo como un agua fresquísima
del manantial cegado de los días.