martes, 12 de noviembre de 2013

GLEYVIS CORO




No eras tan malo



Eras nocivo como el líquido del veneno
/en el frasco ámbar,
claramente nocivo como el rótulo: veneno,
en letra capital de imprenta antigua.
Eras agudo como la punta de la espada
/de mango decimonónico.
Quemante como la letra encendida
/que se hundía en la piel
de la bestia rolliza de un colono bondadoso.
Tenías la gravedad del canto de la uña
que nos hiere, de soslayo,
cuando persigue otra cosa.
Eras letal a la usanza difunta,
a la manera noble que quizás anunciaba
que me ibas a morder en una zona
/un segundo.
Pero no eras ninguna de estas bocas
/modernas
que desgarran y se van.
Nunca una estridencia, jamás un insulto.
Eras dañino de un modo sosegado
/y romántico.
Y no eras peor que eso.


ANA IVIS JUAN




Poema para un Padre

A mi papá, por su dimensión.


I
Mi padre se levanta temprano en las mañanas,
endulza el café con la misma sobriedad
con la que viste su traje carmelita.
Me pregunta la hora y creo verlo en una trampa
donde le ofrecen un solo de espasmos recorriendo su pecho.
A veces recuerdo aquella capacidad de amansar la negación,
pero sólo a veces.
Me pregunta la hora tirando las pupilas a mi cama,
le siembro girasoles en las uñas para adornar la ausencia.
Mi padre se levanta temprano
se traga el café de un solo golpe
después de soportar otro girasol marchitándose en mi cuarto.

II
Un padre conversa
con fantasmas que se asemejan a su hija.
Con él se sientan a la mesa
desatándole un recuerdo que se volverá a plasmar
–inexplicablemente– en la memoria.
Intercambian motivos y discursos pero un padre
no comprende los fantasmas que se asemejan a su hija,
les grita una espiral de culpas,
pregunta la hora,
recibe humo y siluetas imperceptibles.

III
Él baila conmigo
me muestra el pecho o abre el puño que contiene girasoles.
Mi padre va a morir de dolor en la cintura.
Bailamos porque bailamos hace siglos
en la punta de una pirámide y yo prefería soles intermedios.
Mi padre no es Quijote
pero le construyo molinos en el uniforme carmelita,
digo 6:40,
endulza el café con aquella lanza
cuando me doy cuenta que mi padre no se llama Daniel Defoe
pero le regalo una isla,un silencio,una cabra,
digo 6:44
le presento un óleo y una oreja
en el momento que menos se parece a Van Gogh
digo 6:50
y que guarde los girasoles porque ahora lo sé:
mi padre es un dios,
de esos dioses que se levantan temprano todas las mañanas
lanzando una sonrisa
aunque el café quede amargo
y no le contesten la hora.




YOANDY CABRERA





La historia



I
inmóviles
tú y yo de golpe
colgados al andén
de guaguas alemanas
o de algún país frío

la luz sobre las calles
incendiéndolas
en espejos continuados

desconocidos
frente a frente
en combate sudoroso
cuando el ómnibus se detiene
en el semáforo
y la mirada traza
un arco
de cristal a cristal
de miseria a miseria
inmóviles
tú y yo
en silencio
reconocibles
de la misma tribu

II
la Historia es un reflejo
coincidencia equívoca
como nosotros al borde de un semáforo
en el instante que cambia la luz

Cuestionario para el profesor
Dura absurda faena preguntar por lo desconocido
leer respuestas imposibles
indagar sobre nombres datos textos que no fueron
que se han ido y sólo queda la palabra engañosa imprecisa
como toda obra humana

Porque nada puedo conocer con exactitud
ni siquiera mi cuerpo ni yo que me escurro de mí
como un agua afilada y dolorosa



OMAR PÉREZ




Sonsonete
Panayia


Mi solo vicio existir
mi religión respirar
mi resurrección comer
mi sacrificio evacuar.
De l'avispa el aguijón
de la mariposa el baile
en los labios la canción
y la canción en el aire.
D'espejo un brazo de mar
de pasaporte un jazmín
la montaña mi jardín
y la canción en el aire.
Mi dios una hembra al parir
mi sacrificio comer
demonio un potro al correr
en la religión del aire
en los labios la canción
y en la mariposa el baile.
Mi privilegio morir
con mi demonio caer
con dios al brazo correr
de la mano del jazmín
capricho de renacer
en el espejo del baile
de l'avispa la canción
montaña del aguijón
y la canción para el aire.
Montero del evacuar
montuno del existir
avispa y jazmín de mar
mariposa del morir
espejo del respirar
potro en el jardín de baile
en los brazos la canción
del demonio al aguijón
y la canción en el aire.



LEYLA LEYVA





La hebra entre los dientes



“Todas las constelaciones eran distintas y yo,
que buscaba a Orión, para mostrártela…”
Katherine Mansfield
Jamás pronuncié la frase,
la guardé para no ser ofendida.
Nadie me conoce, ni a mis versos.
En cambio, tú velarás porque el tenue paso
esté donde debe.
Te entiendo, entiendo la turbación,
y el desdén con que besas a tus seres queridos,
apretándolos, revolviéndolos
con pelos de animales sinuosos,
con saliva XX/Xy/XX e imposibilidades,
plantas, macetas, sueltos de mujeres célebres,
parecidas a ti,
si el paneo no rebasa la cima en la colina;
famosas escritoras que veneras porque están muertas,
vueltas huesos,
ceniza intocable o lejana.
Ignoro más de lo que alguien pueda conjeturar,
más allá de los seguros viajes del instinto;
de lo que enferma a una alimaña o a un hijo,
del tiempo que no poseo para cuidar de todos,
ni de la paciencia que es necesaria
para hacer que florezcan las especies en parcela.
Pero me gustan las mujeres,
la bondad de ellas cuando son bondadosas.
Puedo tocar sus cuerpos mentalmente,
sentir su regocijo,
la gravidez de sus estómagos;
lo que va a suceder a la caída del sol
si el ciclo estacional de nuestras vidas completas
empezara por la mitad oscura,
en el principio del invierno boreal.

Me he aficionado a los celtas, a las hormigas celtas.
Han invadido mi cocina haciendo lomas,
se reúnen en territorio condenado
y pastan sobre los alimentos,
se atiborran de lo que les dejo o les ofrezco en un descuido.
Las hormigas celtas de mi domicilio
debieron haber hecho colonia pastoril también
en los campos de urna,
debajo de las patas de las ovejas en la Alta Austria,
aunque no con la misma suerte.

A veces me figuro que es primero de noviembre
y saco mi féretro a ventilarse,
mi pequeña caja de hormiga madre.
No Great Mother, como tú.
Un vulnerable coleóptero
con una célula familiar asimétrica
que en la melladura del metal de batallas
distingue la perfección cerca de papá,
en la piel del bebé lastimado.
No puedes ni suponer
(tal vez sí,
y yo sólo te devuelva la crueldad patológica)
lo que sucede en mi organismo de tres bulbos
cuando mi hijita de bulbos semejantes
se desangra, grita, me muero mamá me muero,
y yo corro a abrirle la mano,
con la sospecha
de que la calamidad perfora en el abismo
un pozo.



JOSÉ ÁNGEL BUESA





Elegía para nosotros



Erguida en tu silencio y en tu orgullo,
no sé con qué señor que te enamora,
comentas a manera de murmullo:
¡Mirad ese es el hombre que me adora!

Yo paso como siempre, absorto,... mudo,
y tú nerviosamente te sonríes,
sabiendo que detrás de mi saludo,
te ahondas y después te me deslíes.

Yo sé que ni te busco, ni te sigo,
que nada te mendigo, ni reclamo,
comento, nada más con un amigo:
"Esa es la mujer que yo más amo".

Yo sé que mi cariño recriminas,
es claro tú no entiendes de esas cosas,
qué sabe del perfume y las espinas,
quien nunca estuvo al lado de las rosas.

Tú sabes que jamás suplico nada,
y me sabes cautivo de tus huellas,
que vivo en la región de tu mirada,
y comparto contigo las estrellas.

Un día nos veremos nuevamente,
y es lógico que bajes la cabeza,
tendrás muchas arrugas en la frente,
y el rostro entristecido y sin belleza.

Serás menos sensual en la cadera,
tus ojos no tendrán aquel hechizo,
y aún murmuraré- ¡Si me quisiera!
tú sólo pensarás: ¡Cuánto me quiso!